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Teo en el Ala Oeste

El presidente del PP, Pablo Casado, en una explotación extensiva en Las Navas del Marqués (Ávila).

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En Teo en la granja, un clásico ya de la literatura, Teo, el protagonista, un niño que parece un hijo no reconocido de Ronald McDonald, se va de visita a una granja. El título es de los que no engañan. Allí ordeña vacas sonrientes, echa de comer a gallinas alegres y da el biberón a un corderito. Después se baña en pelotas en un río, persigue por una colina a una niña vestida de azul y siega trigo junto a un espantapájaros también risueño que atrae a los pájaros. Es una granja para los niños, bucólica, con animales felices y granjeros felices que parecen más de fin de semana en una casa rural, que no se manchan y que venden la leche y la fruta en el mercado local. 

Así, como Teo, se fue, ya lo sabemos, Pablo Casado a una granja de Ávila a pasear y posar, sobre todo posar, rodeado de vacas hermosas y libres para hablar de la polémica de las macrogranjas y defender la carne de España -total, nadie le iba a llevar la contraria...- como la mejor del mundo. A Pablo Casado le gusta mucho, también lo sabemos, lo de pasar, como Teo, el día en la granja. Ya lo hizo el año pasado, en pleno confinamiento, el momento más duro de la pandemia, retratándose en un corral de ovejas. A Casado, como al Troy McClure de los Simpson, le conocemos también de fotos anteriores como 'voy a mostrar mi frustración y dolor frente al espejo del baño, en blanco y negro, que le da más dramatismo, sin jabón para lavarme las manos y con el grifo abierto'. Casado renovó su gabinete la primavera pasada. Más de seis meses después se fue el otro día a Ávila a hacer lo mismo que antes. Algunas ideas, parece, no se renuevan. 

Hace casi 25 años ya que se estrenó El Ala Oeste de la Casa Blanca y desde entonces nos creemos que las bambalinas de la política son tan eficaces, astutas e inteligentes; y que así es también el trabajo en la sombra de los asesores que crean y sostienen líderes y hacen realmente política porque ya se conoce esa frase famosa que dice que la política es demasiado seria para dejársela a los políticos. Pero la realidad tiene menos agudeza y brillo.

En Londres, a Boris Johnson, que se pensaba que tenía, y con razón, el mejor trabajo del mundo porque podía beber en horario de oficina le está sacudiendo, desde fuera, Dominic Cummings, el asesor que le lanzó, al que despidió y que hoy se ha convertido en su gran amenaza acusándolo de inmoral y mentiroso. En política muchas veces los enemigos más fuertes no son quienes están enfrente, sino quienes estuvieron al lado, como descubre ahora Boris Johnson, o quienes siguen dentro, como le sucede a Casado. Y aquí no hay Arte de la guerra ni filosofía griega como bibliografía, sino una estrategia entre Teo va a la granja y el Que viene el lobo. La línea que separa el populismo del ridículo en ocasiones no es fina, sino invisible. Lo advirtió hace más de 50 años, otra célebre cita, el periodista Edward R. Murrow: “Una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos”. O de bobos, hoy, que también.

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