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La tercera ola de la COVID-19: el miedo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso

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“Declarar lo que es, aquella realidad del subsuelo que viene a constituir en cada época, en cada instante, la opinión verdadera e íntima de una parte de la sociedad” es el secreto de toda política, según advertía en mayo de 1914 Ortega y Gasset en su discurso Nueva y Vieja Política

Compete al político señalar la realidad, evitando la tentación miope y cortoplacista de disfrazarla, manipularla o negarla. Esto último es propio de estrategas de poca monta y menos escrúpulos, que no distinguen entre la legítima obtención y conservación del poder con detentarlo sea como sea.

Curiosamente, a menudo en nuestros días se comete el error de emplear el verbo 'detentar' indistintamente para describir la obtención y uso ilegítimo del poder y para lo diametralmente opuesto, apuntar a su posesión y ejercicio cuando está legitimada. Los que aprendimos castellano con Lázaro Carreter no nos llamamos a engaño. Cuáles sean las fuentes de la legitimación y sus límites sería harina de otro costal, que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid acaba de poner sobre el tapete, y que está haciendo correr ríos de dígitos, y apenas de tinta.

Mientras unos pocos andan azacanados en dimes y diretes, a otros una cuádruple crisis sanitaria, económica, política y social nos tiene en ascuas. 

La epidemia de la Gripe, mal llamada española, de 1918 desplegó cuatro oleadas, siendo la segunda, según los expertos, la más dañina. La que nos enfoga a nosotros va en realidad por la tercera, que es la del hartazgo entreverada de miedo y rodeada de confusión. Al paso que vamos, es posible que dispongamos de respiradores para todos, y de camas de UCI para salir adelante, pero las farmacias se van a quedar sin ansiolíticos y nosotros con pocas ganas de seguir tirando de un carro que los que lo dirigen, justamente, no lo hacen con sensatez, es decir, con sentido de la realidad, sino como si se tratara de un juego; van como pollo sin cabeza, y los demás somos espectadores aturdidos. Nadie sabe qué hacer: los problemas se amontonan y las soluciones no llegan.

Los tópicos y las fórmulas mostrencas que flotan en el aire público se van depositando sobre nuestro ánimo como una costra de opiniones muertas que nos restan dinamismo, el único que nos puede sacar de un letargo cuajado de miedos. La desconfianza y la irascibilidad se han adueñado de nuestras vidas, y se enseñorea en los patios, barrios, y plazas. Se grita como nunca antes y también por quien no lo solía hacer, olvidando como advertía Leonardo da Vinci que dove si grida non è vera scienza, ahuyentando las ideas pensamiento, de las que tan ayunos estamos, dando pasto a nuestros temores y angustias. Y todavía queda.

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