Liderazgo fracturado en la era de la Inteligencia Artificial
Volando desde una Viena otoñal, tras haber pasado un par de días con músicos, filósofos, ingenieros, matemáticos, empresarios y políticos procedentes de la Europa regada por el Danubio, me animo a contribuir con entusiasmo a la pujante hiperinflación real en torno a la inteligencia digital, también artificial. Prometo no copiar del chatgp, creo que ahora hay que añadir una t. Esta cláusula es para que la lea mi hijo pequeño, y, de paso, mis alumnos; a mis colegas no les digo nada, porque ya saben de mis aversiones digitales, adquiridas a base de chocar con los efectos perversos que produce en la inteligencia humana la que no lo es.
El incitador de mi intencionada contribución ha sido Edward Brooks, director de The Oxford Character Project. Hicimos una excepción con el académico británico porque prometió sacarnos del aislamiento (no especificó si moral o solo intelectual) continental. Brooks esgrimió la tesis de que el liderazgo que hoy nos lidera padece una fractura que correlaciona con un mundo también fracturado. Me pregunto si alguna vez ha sido de otra manera; propongo dispensar un par de cosas para reducir la fractura.
En la recién estrenada Universidad Complutense del Madrid de 1933, Ortega y Gasset enseñaba que la tarea de construir el mundo correspondía a la metafísica, y hacerlo desde la circunstancia era la vida de cada uno. Quizá por eso, los chavales y chavalas de 2025 reaccionan, frente a los disgustos y conflictos, que afrontamos sus padres, diciendo simplemente: “es la vida”. Son orteguianos sin saberlo.
Vivir es un enterarse de la vida, que no se nos da hecha, sino que da mucho quehacer; del que no nos podemos bajar, como tampoco somos capaces de saltar más allá de nuestra propia sombra. Es perplejidad en acción, porque existir impone atravesar encrucijadas. La gracia estriba en que al decidir por donde tirar nos decidimos con la decisión. Eso se entiende después, a base de construir el relato interior, apartando los ojos de las pantallas, y tornándolos a lo que nunca desaparece, que es la realidad de cada uno. La vida no nos deja ser neutrales
El profesor oxoniense, en vez de hablar de causas, como buen heredero del empirismo de sus predecesores, apuntó a varios síntomas de la fractura de marras: abundancia de datos, pero magra comprensión; falta de tiempo para su lectura profunda de la que nace la reflexión, (con pocos días de diferencia me vuelve a impactar la idea de la necesidad de una “lectura profunda”, pues la Princesa de Asturias la aludió al otorgar el premio que lleva su nombre en la declinación del pensamiento a Bjun-Chun Han); valores afirmados pero comprometidos por el dinero y el poder; relaciones mayoritariamente transaccionales; o la tensión procedente del choque entre expectativas generacionales contrapuestas.
No me aventuro a proponer un tratamiento sintomatológico aún, pero sí arriesgo la afirmación de que pensar que el liderazgo social, empresarial, político o moral, apoyado en la IA, o liberado de ella, va a marcar una diferencia en nuestro día de cada día es otorgarle un poder del que carece. Harina de otro costal es que quien está al mando haga su trabajo, y no haga de las suyas. El liderazgo está sobrevalorado mientras que los seguidores están infravalorados. Si el líder, al mirar hacia atrás no tiene seguidores, entonces es que sencillamente se está dando un paseo.
Nos la jugamos con los que son los líderes de ellos mismos. La encuesta Gallup para The World Governments Summit 2025, que tuvo lugar en Dubai, tras procesar 72, 439 respuestas de 52 países da una pista en su Global Leadership Report: What Followers Want:
- Los “seguidores” necesitan sentir optimismo cuando miran hacia el futuro y ver con claridad hacia dónde los encaminan. (Uno solo puede dar de lo que tiene)
- Necesitan la confianza que nace de la integridad, respeto y honestidad (hasta yo me sonrojo cuando copio algo tan básico como escaso).
- Necesitan sentir que importan y que se les escucha. (Sin afecto el liderazgo es una mueca patética).
- Necesitan la seguridad psicológica básica, que solo un comportamiento cabal soporta, para digerir las dosis de incertidumbre que nos aguardan. (El futuro tiene de todo, si uno sabe qué busca).
“Obvio” nos dirán, de nuevo, nuestros chavales, sin ser conscientes de que, justamente, lo obvio suele ser lo último que se advierte.
Voy aterrizando en Madrid, una ciudad que nunca defrauda, y me tengo que despedir de mi pantalla, pero no sin antes ajustar cuentas: la inteligencia artificial servirá como un gran instrumento, siempre y cuando quien la maneje sepa lo que se trae entre manos. Hace veintisiete siglos, Homero dijo de Ulises que no era un recurso, sino una persona rica en recursos.
[“La frase significa que Ulises no es un recurso literal, sino que es un personaje que posee la cualidad de ser extremadamente rico en recursos, ya que utiliza su inteligencia, astucia, habilidades retóricas y su capacidad de adaptación para superar los numerosos obstáculos de su viaje. En lugar de ser un simple medio, es un ejemplo de cómo la inteligencia y la adaptabilidad pueden ser los recursos más valiosos para resolver problemas” (IA)].
Tras leer este párrafo, ¿se animará Juan a conocer a Ulises a través de viajar el mismo por la Odisea o copia lo que le cuente su inteligente compañera virtual?
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