La bóveda del fin del mundo
1.
El presidente francés François Hollande declara la guerra a ISIS tras los ataques terroristas del viernes pasado en París y de pronto estamos en medio de un nuevo escenario bélico. Pareciera que vamos de guerra en guerra, de la Gran Guerra pasamos a la Guerra Fría y de allí a Vietnam. Aún el napalm humeaba cuando asistíamos ya al ruido de las armas en Oriente Medio. Iniciamos los 90 en Irak, volvimos allí pasando por Afganistán y ahora nos centramos en Siria.
Si a los atentados del 11-S en Nueva York el gobierno americano respondió con la invasión de Irak, a lo sucedido en París se ha contestado con una nueva decisión agresiva, acabaremos con Siria. Sin embargo, no es nada seguro que se pueda acabar con el Daesh bombardeando ciertas coordenadas. La guerra de Irak no acabó con Al Kaeda, la transformó en otra cosa, del mismo modo estos nuevos cruzados en lucha contra los infieles tal vez den origen a una organización inédita.
Pareciera que ante cada guerra en lugar de erradicar el conflicto se sembraran semillas para conflictos nuevos.
2.
En lo alto de una montaña ártica azotada por el viento, una construcción de cemento se incrusta en la piedra como un artefacto caído del cielo. Es el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, una despensa destinada a garantizar la supervivencia de las plantas más preciadas del mundo. Cerca del polo norte, en este paraje melancólico que de algún modo me recuerda al “juego” Mountain de David OReilly, se almacenan semillas para garantizar la biodiversidad en caso de hecatombe. La construcción es resistente a terremotos, volcanes y radiaciones nucleares.
Por primera vez este otoño y mucho antes de lo que nadie hubiese anticipado el búnker cumplió con su objetivo. Algunas de las semillas sirias han sido retiradas porque las necesitaban en Medio Oriente. La guerra en Siria devastó el centro de investigación sobre agricultura en áreas secas, que tenía su sede en Alepo. Allí se guardaban cientos de miles de variedades de cultivos de trigo, granos de haba, lentejas y garbanzo, así como la colección de cebada más valiosa del mundo. Ahora, este banco de Alepo, afectado por la guerra que azota el país, solicita la vuelta de 130 de las 325 cajas que había depositado previamente en la bóveda.
3.
Ojalá tuviéramos así guardadas las semillas necesarias para sobreponernos a una catástrofe:
Durante la Transición, por ejemplo, se podría haber pedido que se descongelara el espíritu de la República.
O después de la crisis/estafa financiera acudir a la bolsa de aluminio donde se hubiera sellado herméticamente el germen de la justicia social.
Tras la plaga de la corrupción recuperar de esos gélidos estantes a 18 grados bajo cero la idea de la política como servicio público, y que surgiera intacta.
Si se cuidaran esas semillas se irían mejorando con el tiempo hasta conseguir la variedad más resistente y adecuada al medio, la que mejor pudiera encarar circunstancias adversas. Las cosechas serían mejores. Pero basta de juegos de palabras. Cada vez que oigo hablar de valores pienso en justicia, fraternidad, y luego resulta que hablan de la bolsa. La bolsa europea subió después de los atentados, así que una cosa está clara, hay quien saca beneficio del desastre.
Contra el terrorismo la guerra como respuesta no sirve, sólo hay que ver lo que ha traído consigo la invasión de Irak en los 90. Las guerras de Estados Unidos y la Otan en Oriente Próximo han fabricado un problema. Ahora, ante la acción de esos criminales fanáticos del ISIS -que ignoran la pluralidad étnica y religiosa del mundo árabe- es necesario pacificar la zona, sí, pero de otro modo que no sea enviando tropas. La injerencia extranjera no hace más que desestabilizar aún más la región, abonando el terreno para nuevas guerras.
La montaña de OReilly de vez en cuando y sin motivo alguno soltaba un pensamiento. Ojalá la “bóveda del fin del mundo” nos ofreciera, desde su inmutabilidad apocalíptica, una reflexión.