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Los que todavía enaltecen a ETA

Los portavoces de EH Bildu Mertxe Aizpurua y Oskar Matute, en su reunión con María Jesús Montero y Nacho Álvarez.

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 ¿Ya no es delito en España el enaltecimiento del terrorismo? Será que lo han eliminado del Código Penal y no me he enterado, porque llevamos unos días que parece que hay barra libre para enaltecer el terrorismo, concretamente el terrorismo de ETA: estos días he oído y leído enaltecer a ETA en la tribuna del Congreso, en ruedas de prensa, en entrevistas, artículos y tertulias televisivas y radiofónicas, y por supuesto en Twitter. ¡Hasta portadas de periódico enalteciendo el terrorismo a cuatro columnas!

No, no me refiero a los diputados de EH Bildu: pese a ser tachados de “herederos de ETA”, no les he oído ni una palabra de enaltecimiento de ETA, más bien al contrario, llevan ya muchos años rechazando el terrorismo –desde siempre, en el caso del portavoz de EH Bildu en el Congreso, Oskar Matute–, incluso condenándolo con todas las letras, hasta en sus estatutos como partido. Tampoco hablo de raperos que riman palabras terminadas en –eta, tuiteros haciendo chistes bestias sobre víctimas, o niñatos gritando ‘Gora ETA’. Quienes estos días se dedican a enaltecer a ETA son otros: diputados del PP, Ciudadanos o Vox, dirigentes de esos mismos partidos, antiguos barones del PSOE, algún ex presidente del Gobierno, directores de periódicos, presentadores de radio, columnistas y toda la tertulianada de derecha.

Si “enaltecer” es hacer grande algo, elevarlo, otorgarle grandeza, convendrán conmigo en que quienes más insistentemente hacen grande a ETA son todos los que se empeñan en otorgarle no solo existencia, sino además un poder e influencia que ni los últimos nostálgicos del terrorismo habrían soñado jamás: “los presupuestos de ETA”, “el gobierno pacta con los herederos de ETA”, “ETA va ganando posiciones en los últimos años”, “Sánchez blanquea a los herederos de ETA”… Son todas expresiones repetidas estos días. No me digan que eso no es enaltecer, hacer grande, a una banda que ni siquiera existe ya.

Hace ya diez años que ETA abandonó las armas, y casi tres desde su definitiva disolución. Un tiempo en el que la izquierda abertzale ha completado un proceso interno iniciado mucho antes, ha renunciado a toda forma de violencia y reconocido el daño causado, y se ha integrado totalmente en las instituciones democráticas, hasta incluso participar en la negociación de los presupuestos del Estado, algo impensable años atrás y que debería enorgullecer a la democracia española. Pero no se engañen, nada de eso ocurrió en realidad: ETA sigue aquí, entre nosotros, activa, infiltrada en las instituciones, aliada con todo un vicepresidente del gobierno de España, y es capaz de imponer una negociación con el gobierno, condicionar nada menos que los presupuestos del Estado, amenazar la unidad de España y lograr sucesivas victorias y humillaciones a la democracia. Si todo esto lo dijese un abertzale, le acusarían de enaltecimiento del terrorismo, acabaría en el banquillo de la Audiencia Nacional. Pero quienes lo dicen son los mismos que se reclaman constitucionalistas y antiterroristas; los mismos, por cierto, que aseguran que ETA fue derrotada sin concesiones ni paliativos, y sin conseguir ni uno solo de sus objetivos. Nadie lo diría.

Escribí hace una semana que, siendo rigurosos, el rey Juan Carlos es quien con más motivo debería ser condenado por injurias a la Corona. Por el mismo razonamiento diría que a la desaparecida ETA no la enaltece nadie con más fuerza que aquellos que insisten en darle existencia y poder.

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