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Tranquilos, que España no es Brasil

Destrozos en el Palacio de Planalto tras el asalto de seguidores bolsonaristas a los edificios gubernamentales en Brasilia (Brasil). EFE/ André Coelho
10 de enero de 2023 22:23 h

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Os veo preocupados por si dentro de un año, tras las elecciones generales, nos encontramos en España con un grupo de mamarrachos violentos asaltando el Congreso y la Moncloa, como el domingo en Brasil o hace dos años en el Capitolio norteamericano. Así que vengo a tranquilizaros: no, España no es Brasil, aquí no tenemos una derecha empeñada en cuestionar la democracia como Bolsonaro. Pero sobre todo, lo de Brasil no es un estallido repentino, son décadas de cocción a fuego lento: Bolsonaro lleva al menos 30 años cuestionando la democracia, arrojando sombras sobre los procesos electorales y deslegitimando a sus rivales. Solo así se entiende el reventón del otro día, que haya tanta gente dispuesta a comprar la trola conspiranoide. Para comprobarlo, repasemos algunos hitos en la carrera de Bolsonaro, y ya verán cómo no son comparables:

1993. Bolsonaro pierde unas elecciones que su partido y los medios afines daban por ganadas. En la misma noche electoral, dos jóvenes dirigentes bolsonaristas llamados Javier Arenas y Alberto Ruiz Gallardón cuestionan los resultados e insinúan un posible pucherazo, como se puede ver en este vídeo.

1993-1996. Tras su derrota, el bolsonarismo se conjura para derribar al gobierno socialista y provocar un adelanto electoral. Una operación de acoso y derribo, dispuestos incluso a poner en riesgo “la estabilidad del Estado”, y en la que participaron políticos pero también directores de medios, periodistas, columnistas y “algunos medios financieros”, como reconoció tiempo después uno de los conjurados, Luis María Anson: “Había que terminar con el presidente, y era la única manera de sacarlo de ahí”.

2004. Tras ocho años en el poder, poco antes de las elecciones se produce un atentado terrorista con casi 200 muertos. El gobierno de Bolsonaro intenta durante varios días manipular la información a su favor, miente a sabiendas, oculta datos y presiona a directores de periódicos. No consigue su objetivo, pierde las elecciones, pero una parte del bolsonarismo no aceptará el resultado electoral y se instalará durante años en una teoría de la conspiración.

2004-2008. El bolsonarismo alienta la citada teoría de la conspiración, construida y difundida desde sus medios afines. Durante años una parte del bolsonarismo insistirá en la idea delirante de una trama policial y política para desalojarlo del poder, implicando en la misma a otros países, servicios de inteligencia, cloacas del Estado y adversarios políticos, además de insultar miserablemente a las víctimas y sus familiares. “Los que idearon los atentados no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas”, dijo el líder derechista brasileño en unas polémicas palabras que avalaban la visión conspiranoide. Aunque quedó demostrada la falsedad de su tesis, todavía hoy te encuentras votantes bolsonaristas convencidos de que les robaron aquellas elecciones.

2018-2022. Tras un nuevo paso por el gobierno, Bolsonaro es desalojado del poder mediante una moción de censura. A partir de ese momento el bolsonarismo lanza un único mensaje: el nuevo presidente socialista “es un presidente ilegítimo”, pues fue apoyado por “partidos contrarios a la Constitución, comunistas, separatistas y terroristas”. Ilegítimo, pero también traidor, felón, desleal, golpista y el calificativo más querido por la ultraderecha: okupa. Un agresivo Bolsonaro pedía ayuda “para echar a este okupa”. Pese a que el socialismo gana en las dos siguientes elecciones, el bolsonarismo mantendrá la acusación de ilegitimidad y bloqueará la renovación de los órganos judiciales para conservar el control sobre los más altos tribunales.

Pues ya lo ven: el asalto golpista de Brasil no ha ocurrido de repente. Son al menos treinta años de no aceptar por las buenas las derrotas electorales, cuestionar el sistema democrático cuando no le favorece, bloqueo institucional, conspiraciones y deslegitimación del adversario. Solo así se explica que tanta gente compre su relato. Por suerte nosotros estamos muy lejos de eso, ¿verdad? A ver si así, llamando a las cosas por su nombre, se entiende.

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