Tranquilos, tenemos un plan
En una de las muchas portentosas escenas de la monumental El Caballero Oscuro de Cristopher Nolan, el mejor Joker de la historia, Heath Ledger, le explica a Harvey Dos Caras, Aaron Eckhart, que se ha dado cuenta de que nadie se asusta cuando le dicen que las cosas van “de acuerdo con el plan” incluso cuando el plan es horripilante. “Si mañana le dijera a la prensa que voy a volar un camión lleno de soldados, nadie se asustaría porque todo sería parte del plan -remataba mientras le ponía una revolver en las manos-. Introduce un poco de anarquía. Desafía el orden establecido y todo se volverá caos. Yo soy un agente del caos y ¿sabes qué es lo bueno del caos? Es justo”. Si la presunta portavoz popular, Cayetana Álvarez de Toledo, no tenía esta escena en la cabeza cuando denunciaba que el “no hay plan B” de Pedro Sánchez era en realidad un chantaje y una burda mentira, la tendrá.
Que no hay más plan que el del Gobierno más bien parece una obviedad, no un chantaje o una mentira. No existe alternativa jurídica o política mejor que el estado de alarma si no se quiere un desconfinamiento dejado únicamente a la buena fe de los ciudadanos, y se pretende retener la capacidad de ordenar su comportamiento y restringir su movilidad. En realidad, no están discutiendo sobre la conveniencia del estado de alarma. La disputa va sobre quién lo gestiona a partir de ahora, cuando empiezan las buenas noticias.
A los demás nos pasa lo que el propio Joker explicaba de sí mismo: somos como los perros que persiguen a los coches, no sabríamos qué hacer si alcanzamos uno. Las autonomías, que tanta competencia reclaman, hace apenas unos días y enfrentadas a la decisión de qué hacer con el curso corrieron a protegerse tras el gobierno central, con el siempre aguerrido Núñez Feijóo al frente de la carrera. El intrépido Quim Torra exige tantas explicaciones a Madrid que no tiene tiempo para explicar sus propias y discutibles decisiones. No digamos el español de las camisas ajustadas, Santiago Abascal, que la semana después de exigir el confinamiento total ya pedía que se autorizasen las rebajas; en la línea coherente de criticar las marchas al aire libre del 8M y convocar ese día un mitin de su partido en un pabellón cerrado.
A Pablo Casado le asalta la misma duda que le atosiga toda la legislatura y no acaba de despejar. Pegarse al presidente Sánchez y salir lo más presidenciable posible en las instantáneas del desconfinamiento con los runners o competir con Vox por derrotar al felón Sánchez a golpe de meme. El resultado de tanta indefinición salta a la vista: acabas pasado revista a unas presuntas tropas sanitarias en Sol como si se tratara de un ensayo de instituto para la función de fin de curso de su presidencia. Debería fijarse en las encuestas. Martínez Almeida, haciendo de alcalde sensato, va camino de la mayoría absoluta dejando a Vox encerrado en su rincón. A Díaz Ayuso, enganchada al escándalo a lo Britney Spears, apenas le da para devorar a Ciudadanos, que ya estaban en los huesos.
Ahora que el presidente Sánchez nos ha recordado a todos con tanta franqueza dónde sitúa su ventaja estratégica y ya sabemos por qué se eligió la provincia, básicamente para obligar a las autonomías y sus presidentes a compartir la pasarela y los flashes de la desescalada, a ver si nos ponemos con lo que verdaderamente importa. A la mayoría la ventaja estratégica les sirve únicamente para ganar. A los lideres les sirve para marcar la diferencia.
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