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La tropa del PP

Ayuso, López Miras, Moreno y Feijóo en la Junta Directiva del PP

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Primero le cortaron la cabeza a Casado. Después la Comunidad de Madrid admitió que el hermano de Ayuso cobró 283.000 euros por diversos trabajos para la empresa Priviet Sportive, a la que la propia Comunidad adjudicó a dedo un contrato de 1,5 millones por la compra de mascarillas. Más o menos aquella era la cantidad que Casado el decapitado decía que había cobrado Tomás Díaz Ayuso. La reacción de una abrumadora mayoría de barones, cargos, diputados y militantes del PP dejó claro que lo imperdonable para los populares no es la corrupción sistémica de su partido sino que uno de los suyos se salte la ley del silencio, su omertá. Cierto que el ex líder del PP no hizo públicas sus informaciones sobre esos cobros por un prurito de honestidad, sino empujado por espurias intenciones: hacer el mayor daño político a su mayor adversaria. Seguramente cierto también es que esas informaciones le llegaron de manera poco ortodoxa, por no decir aún ilegal. Lo innegable es que, por el momento, el tiro de la omertá le salió por la culata a Casado. Lo que queda por ver es si habrá culata por donde le salga a Ayuso el tiro de la corrupción. Es posible que no, por desgracia.

Por más que nos vengan con frescos aires atlánticos, la situación en el PP sigue siendo catastrófica. Hasta llegó a salir Aznar a la palestra a contribuir con una de sus habituales bombas. Y estalló. Pero el espectáculo al que asistimos hace muy pocos días (ahora convenientemente rebajado en las portadas a causa de otros disparos y otras bombas) debiera hacernos pensar con cierta perspectiva, más allá de las consecuencias inmediatas que unos y otros movimientos hayan tenido para el principal partido de la oposición. El espectáculo ha sido vergonzoso porque hemos asistido en directo a traiciones, humillaciones, estrategias y reacciones políticas y personales que sonrojan a cualquiera con un mínimo de dignidad. Pero lo más importante no es corroborar que no puedes fiarte ni de tu padre político, sino comprobar, una vez más, la tropa que maneja los hilos internos del PP, que en la crisis actual han quedado deshilachados a la vista de todo dios, ese desastre. Lo más importante es que, si esa guerra interna no hubiera estallado fuera de los muros de sus sedes, quizá no nos habríamos llegado a enterar de que la presidenta de la Comunidad de Madrid -esa a la que jalearon en la calle Génova, la misma que dejó perplejos a los suyos aludiendo a la turbia muerte de Rita Barberá, la que se comporta como un esperpento ante los medios- regaló nuestro dinero a un colega de su bro, y que su bro se ha llevado un pellizco que la inmensa mayoría de la gente de Madrid no verá junto jamás.

Una guerra con tanques y ataques nucleares se lleva todo por delante. Es natural que las fotos de toda esa tropa del PP madrileño o del PP murciano o del PP gallego se queden borrosas en la retina de la actualidad ante las fotos de esos niños atónitos que no saben a dónde cargan ahora su mochila del colegio, o de esas mujeres alucinadas ante su hogar hecho escombros, o de esos jóvenes que hacen colas infinitas con la cabeza inclinada sobre un móvil que no les da señal. La guerra se lleva por delante vidas particulares e ilusiones globales. Allí, lo quita todo. Aquí, quita una cierta expectativa, una cierta seguridad, una cierta confianza. Y arrasa con cierta perspectiva. Siempre hay quien se enriquece con las guerras. Los traficantes, legales o ilegales, de armas. Los estraperlistas desalmados. Los vencedores. Y hay también otra clase de ganancia: ante el inmenso estercolero de la guerra, la basura de casa se queda arrinconada en las portadas, se subestima y olvida. Los desastres de la guerra política del PP han quedado en un segundo plano que le beneficia. Han ganado una batalla mediática.

Ganar una batalla no significa ganar la guerra, y en el PP aún no se ha firmado la paz interna. Les queda mucha escaramuza. Mascando aún la venganza, a Ayuso le da tiempo a peinarse tras sus desmelenes varios, con la torva mirada puesta en la presidencia del PP madrileño y en las listas electorales de 2023. Por su parte, Feijóo el salvador zanjó la guerra de guerrillas y nuevamente solo importa lo que le pase a su partido. Sus presidencia, sus equipos, sus filas. La ciudadanía, sin embargo, pierde la plaza una vez más. Si la guerra política en el PP dejó en un segundo plano la corrupción sistémica de sus líderes, la guerra rusa en Ucrania convierte en chocolate del loro los doscientos y pico mil euros, que sepamos, del hermano. Que las mascarillas fueran de calidad inferior a la que exigía el contrato y no estuvieran homologadas por Europa, peccata minuta cuando las mujeres están pariendo en el metro de Kiev.

Así funciona la realidad y hasta es comprensible. Pero esa tropa pepera, que ahora ha quedado en portada en una posición muy discreta y conveniente, está formada por los mismos y las mismas, aunque no esté Casado ni esté Egea, que presuntamente trafican influencias y cohacen y prevarican y se enriquecen con el dinero público; los mismos y las mismas que se traicionan y se humillan y se abandonan de la peor manera; los mismos y las mismas que recurren a la mentira, al engaño, a la descalificación, al insulto de propios y ajenos por espuria ambición de poder. No hay guerra que cambie esa naturaleza, por mucho que nos la haga olvidar. No debiéramos olvidarla. Y menos en tiempos en que las guerras puedan quedar en las peligrosas manos de esa tropa.

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