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¡Es tu turno, doctor!

Bashar al Asad (izda) durante una reunión con Putin en el Kremlin (Moscú).

Mariola Urrea Corres

Todo comenzó en marzo de 2011. Como continuidad de lo que había ocurrido en Túnez y Libia, también en Siria estallaron las protestas contra el presidente Bashar el Asad.  Con el precedente de las llamadas “Primaveras Árabes”, hubo quien anticipó la pronta caída del régimen. No en vano, la pintada “¡Es tu turno, Doctor!” que apareció en la pared de una escuela como respuesta a unos actos de represión del régimen, invitaba a soñar que el oftalmólogo sirio seguiría el mismo camino que sus homólogos libio o tunecino. Sin embargo, seis años después, el mismo régimen sigue gobernando Siria y los actores internacionales que allí intervienen no logran ponerse de acuerdo ni siquiera en exigir, al menos, la caída de Bashar el Asad como símbolo de lo que representa una guerra que desangra un país con más de la mitad de su población desplazada.

El conflicto sirio no es un problema de los sirios, sino la escenificación de la lucha por la hegemonía que mantiene ahora el mundo árabe. Es, en suma, la lucha por el control de una zona estratégicamente relevante con riesgo cierto de colapso. Por ello, la guerra en Siria ha ido atravesando por distintas fases en función del protagonismo adquirido por los distintos actores implicados: Irán, Arabia Saudí, Rusia, Turquía, Estados Unidos...

De hecho, si bien a juicio de Estados Unidos, Reino Unido o Francia la caída del régimen parecía, inicialmente, un elemento imprescindible para lograr una salida al conflicto, la amenaza posterior que supuso Daesh al lograr el control de casi la mitad del territorio sirio y acercarse peligrosamente al palacio presidencial de Damasco, hizo que reconsideraran sus prioridades para centrarse en derrotar a ISIS.

Tal posición fue secundada por una coalición internacional creada al efecto contra el Estado Islámico y compuesta por una nutrida representación de países, entre ellos, España. En esta fase del conflicto, la posición de Rusia fue significativa para lograr un acuerdo en el que la garantía de estabilidad para el régimen sirio exigía, como contraprestación, la entrega por parte del régimen del armamento químico que obraba en su poder y del que había hecho uso en 2013 superando las líneas rojas marcadas por Obama.

El pasado 4 de abril, un nuevo ataque con armas químicas provocaba la muerte de más de ochenta personas en la localidad de Khan Sheikhoun. Estados Unidos atribuyó la responsabilidad del citado ataque al régimen de Bashar el Asad y, a pesar del bloqueo del Consejo de Seguridad por el veto ruso y chino, ordenó un ataque contra la base aérea de Shayrat. Se trata, sin duda, de un uso de la fuerza unilateral que difícilmente se acomoda a las exigencias de la legalidad internacional, aunque éste haya encontrado el apoyo y la comprensión de una parte muy significativa de los socios y aliados.

En todo caso, la acción armada de Estados Unidos en Siria plantea algunas otras incógnitas centradas en las razones que la explican y en las consecuencias que ésta podrá provocar en el desarrollo futuro de la guerra en Siria. Así, por lo que se refiere a las razones que explican la actuación americana, parece claro que el aislacionista presidente Trump ya ha encontrado el atractivo de ejercer como Comandante en Jefe fuera de sus fronteras.

De igual manera, la primera acción armada de Trump pudiera encontrar su razón de ser en la voluntad de separarse, más si cabe, del patrón de comportamiento seguido por el presidente Obama cuando en 2013 renunció a hacer uso del uso de la fuerza a pesar de contar con pruebas irrefutables sobre el uso de armamento químico del régimen sirio contra la población civil. Quizás no resulte ajeno tampoco el deseo del presidente Trump, y sus asesores, de frenar la enorme pérdida de apoyo interno que acumula en sus primeros meses de gobierno.

Sea como fuere y centrándonos ya en las consecuencias de la intervención armada desarrollada por Estados Unidos contra el régimen sirio, resulta interesante apuntar alguna reflexión sobre Rusia y el desarrollo futuro del conflicto sirio. En este sentido, vale la pena averiguar si Estados Unidos ha querido realmente modificar las prioridades actuales con las que la Coalición Internacional viene actuando en Siria. De las declaraciones analizadas hasta el momento, no parece que la intención americana haya sido la de introducir un cambio de estrategia en Siria de consecuencias imprevisibles por lo que debemos tener presente que la lucha contra el terrorismo internacional sigue siendo el gran objetivo de la Coalición Internacional.

Más allá de las declaraciones de Rusia suscitando dudas sobre la autoría del ataque químico en cuestión y posicionándose a favor del régimen, cabría plantearse también hasta qué punto existe una diferencia sustancial entre Estados Unidos y Rusia sobre la continuidad de Bashar al Asad. De hecho, hay quien sostiene que el verdadero interés ruso no es tanto mantener a Al Asad, cuya caída podría ayudar a precipitar si fuera necesario. Para Rusia, lo relevante sería, más bien, contener cualquier intento de desmoronamiento incontrolado del régimen y, en todo caso, obtener garantías de protección para sus intereses estratégicos: Tartus y Lakatia. Cuestión distinta es adivinar si estas exigencias son fáciles de armonizar con las que expresen aquellos otros actores determinantes en Siria.

Más allá de las primeras reacciones del Kremlim tras la visita del secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, a Moscú, merece la pena prestar atención al desarrollo futuro de los acontecimientos en Siria. En los próximos meses estaremos en condiciones de saber si será en 2017 cuando, finalmente, se haga realidad esa aspiración que algunos sirios valientes quisieron reflejar en la pared de una escuela y que todavía no han logrado: ¡Es tu turno, Doctor!.

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