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Las vacas no se merecen esto

El presidente del PP, Pablo Casado, en una explotación extensiva en Las Navas del Marqués (Ávila).
16 de enero de 2022 21:56 h

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Nuestra cabaña ganadera tiene que estar alucinando en colores. Si hubiera un Twitter porcino, un Instagram vacuno o un TikTok aviar echarían humo, llenos de memes y hashtags nada caritativos o piadosos con respecto al género humano; un género bastante rebajado, como bien dice Siniestro Total. Nunca tantos hicieron tantas veces el chorras en tan poco tiempo.

La loca carrera desatada entre unos y otros, desde diputados de medio pelo a presidentes en campaña, ministros despistados o líderes de la oposición en apuros, para ver quién se marcaba más ruedas de prensa con más rebaños al fondo, parece el guion de un episodio del Ala Oeste de la Casa Blanca, pero en versión porno cutre. Semejante esperpento lo ves en una pantalla o lo lees en un libro y sacas la conclusión de que los guionistas han abusado en exceso de sustancias que deben manejarse con cuidado y prudencia. Alguien tiene que parar esto, aunque solo sea por evitar el maltrato animal que supone compartir plano con Pablo Casado o algún ministro mientras hacen que le dan de comer a un pobre bicho. 

Además de constatar que una parte de nuestros representantes políticos y sus asesores nos toman por idiotas, o que cuando se acercan a la España rural recuerdan a los buhoneros que iban a las reservas comanches a intercambiar pieles y oro por licor y cuentas de colores, la semana pasada nos deja la certeza de que tenemos una oposición que carece por completo de sentido del ridículo y la constancia de que al Gobierno le tiemblan demasiado las piernas a poco que le aprietan.

Que unas declaraciones del ministro Alberto Garzón, críticas con poco más del 10% de la producción ganadera que puede asignarse a explotaciones intensivas, hayan acabado convertidas en una afrenta para ese 89% restante, explotaciones de carácter extensivo y propiedad familiar, demuestra, tanto la enorme potencia de fuego de la derecha española a la hora de fijar un marco interpretativo, como la debilidad del Gobierno de coalición para mantener su propio relato sin dejarse arrastrar por la ansiedad o la falta de criterio. 

Garzón no ha dicho nada que no sepa cualquiera que haga la compra. Si la oposición quiere convertirlo en un ataque a todo el sector primario, será su problema. El trabajo del Gobierno será señalar lo burdo del bulo, defender unas políticas ganaderas sostenibles y pegadas a la realidad de nuestro modelo y preguntarle a Pablo Casado si su modelo consiste en la importación de esas mismas macrogranjas que la inmensa mayoría de nuestros ganaderos no quieren ver ni en pintura. En ningún caso ponerse a la cabeza de una manifestación que, inevitablemente, solo puede acabar pidiendo primero la cabeza del ministro y luego la cabeza del presidente por no entregarla. 

A veces solo es cuestión de saber aguantar. Antes o después la verdad se abre camino incluso entre una maraña de abogados. Pregúntenle a Novak Djokovic si no me creen. 

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