Una visión crítica de los consensos implícitos en innovación
Muchas veces, desde la esfera privada, y también desde la esfera pública, asociamos el término innovación, exclusivamente, a procesos tecnológicos muy rupturistas que, principalmente, tienen lugar en urbes cosmopolitas en las que abundan las startups tecnológicas y los venture capitals.
Continuar relacionando innovación a este tipo de cosas no hace más que reproducir una lógica económica con la que no siempre perseguimos -ni conseguimos- el progreso de las sociedades.
Vayamos por partes, ya que hay varias objeciones a este paradigma.
En primer lugar, la referente al propio concepto de innovar. Está generalmente aceptado que innovar es, simple y llanamente, hacer las cosas de otra manera. Es decir, utilizar nuevas técnicas para resolver un problema concreto que tenemos ante nosotros. Sin embargo, de manera inconsciente - o a veces no tanto-, lo asociamos exclusivamente al empleo de nuevas técnicas basadas en la mejora o el descubrimiento de una tecnología original. Una tecnología, normalmente digital y muy puntera, que cambiará radicalmente la manera en la que acostumbramos a hacer las cosas. Como es el caso del reciente procesador cuántico desarrollado por la compañía IBM. En cambio, estas nuevas técnicas también pueden estar basadas en la utilización de un elemento tradicional de una manera alternativa a su uso primigenio. Innovar no es, exclusivamente, mirar hacia delante, también puede serlo mirar hacia detrás, hacia los lados o en diagonal.
Muy a menudo, pensamos que el éxito en innovación se produce con el desarrollo de una tecnología digital rupturista y se mide exclusivamente en términos económicos, y especialmente empresariales. Así, imaginemos la comercialización de una nueva tecnología, por ejemplo, un algoritmo para establecer la ruta más eficiente, para ofrecer el producto que todavía no sabes que deseas, o para conectar a través de una APP oferentes y demandantes de un mismo producto o servicio. Se genera de este modo un nuevo o más extenso mercado y unos boyantes resultados comerciales. En cambio, existen innovaciones mediante “elementos tradicionales” que no generan un extenso mercado ni unos boyantes resultados comerciales, pero que tienen un gran impacto en la sociedad. Como fue el caso del proyecto Hippo Water Roller. Una innovación tan sencilla como incorporar unas asas a un bidón de agua para facilitar su transporte rodado entre los poblados sudafricanos. Esta innovación ha implicado una notable mejora en los niveles de acceso a agua, y por tanto, en los niveles de salubridad y esperanza de vida en esta zona geográfica concreta.
Tendemos a ver la tecnología como el outcome de un proceso de innovación. Es decir, como el resultado final del proceso y el producto que va a colocar a una empresa en una posición de ventaja frente a sus competidores. En lugar de concebirla como una herramienta que utilizaremos para dar respuesta a los problemas reales a los que nos enfrentamos, movidos por la consecución de algún objetivo social que vaya más allá de la mera obtención de rentabilidad.
En segundo lugar, la sacralización de la empresa y la obsesión por el beneficio directo abre la puerta a otro de los grandes consensos erróneamente asumidos. La innovación no solo es cosa del mundo empresarial. Los procesos de innovación verdaderamente efectivos llegan como resultado de una interacción armoniosa y fructífera entre el mundo empresarial, el mundo académico y las administraciones públicas. Una relación en la que se establecen sinergias y se amplían horizontes en las maneras de actuar de cada uno. Esta colaboración entre los tres planos es lo que verdaderamente lleva a las economías a recoger los frutos de la innovación.
Además, al hablar de esta, conocida como, triple hélice que impulsa la innovación es recomendable también intentar alejarse del tópico de que la academia investiga, la empresa aplica y la administración regula. En las tres esferas puede -y debe- haber una renovación y mejora de los procesos a los que cada una está habituada. Las sinergias pasan por encontrar nuevos procedimientos de transferencia de conocimiento y aplicabilidad entre la ciencia y el mercado. Nuevas formas de colaboración y financiación público-privada en ámbitos hasta ahora inexplorados. Y también, ¿por qué no?, por dotar de mayor flexibilidad y capacidad de actuación a la Administración. En definitiva, crear un círculo virtuoso, multidireccional y con propósito de progreso social, alejándonos de la visión de un proceso lineal, compartimentado y orientado exclusivamente a la rentabilidad.
Cuando se consigue poner en funcionamiento este círculo virtuoso, es cuando empiezan a surgir nuevas categorías, nuevas formas organizativas y nuevas capacidades, que son las que verdaderamente transforman la realidad. Y en este punto es donde subyace el tercer conjunto de presunciones erróneas sobre la innovación. Estas nuevas creaciones no son exclusivamente propias de las zonas urbanas y de los polos de concentración de empresas tecnológicas. Desde los cuales se trasladarían al resto de territorios, como si de un simple proceso de expansión geográfica se tratase. Esa especie de paternalismo innovador, por el cual desde las ciudades se dicta el desarrollo del mundo rural, no suele responder a las necesidades concretas de estos territorios.
Los entornos rurales precisan de innovaciones específicas y debe ser el propio entorno rural la fuente de las innovaciones que necesite su medio. Es innegable la preponderancia de la actividad primaria en la economía del medio rural. Los procesos de innovación autónomos en el medio rural, conscientes de este hecho, tienen un doble efecto. Por un lado, sirven para introducir mejoras técnicas y organizativas en la propia actividad primaria. Por otro lado, a la vez que consolidan una actividad primaria sólida y moderna, sirven para generar otra serie de actividades industriales y de servicios complementarias a la explotación de los recursos naturales. Contribuyendo, por tanto, a mejorar las condiciones de vida de los habitantes de estas zonas, y a reducir la brecha en el acceso a oportunidades que hay con respecto a la vida en entornos urbanos.
Es difícil conceptualizar de manera breve el término innovación. Pero si algo podemos asumir es que la innovación, en cualquiera de sus formas, solo es efectiva cuando trae consigo un impacto positivo en la sociedad. Y esto se produce cuando intersecta de manera directa con una oportunidad que ofrece el mundo real. Un mundo real definido por unas condiciones históricas, económicas, sociales y culturales determinadas que son a su vez origen y destino de las innovaciones. Para ello, es necesario que la interacción entre tecnología y oportunidad se lleve a cabo bajo un paradigma ausente de barreras físicas, mentales o procedimentales.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
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