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Vuelve la Guerra Fría

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, durante la rueda de prensa ofrecida en la segunda jornada de la cumbre de la OTAN en Madrid. EFE/Juan Carlos Hidalgo

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“La OTAN vuelve a los principios de la Guerra Fría”. Más allá del autobombo y del entusiasmo folclórico de las autoridades españolas, ese es el sentido que relevantes analistas internacionales han dado a la cumbre madrileña de la organización. Nada de lo que alegrarse, por tanto. Y tampoco nada sorprendente. Porque el panorama internacional está ardiendo y es comprensible que unos y otros se preparen para tiempos peores. Que pueden venir. Y que en buena medida ya han llegado.

Los medios españoles y las tertulias no han dejado de esforzarse por encontrar en el comunicado final de la reunión alguna referencia a España y, en concreto, a Ceuta y Melilla después de que Pedro Sánchez, sin base alguna, sugiriera que la OTAN había decidido ocuparse de ese asunto. Pero no han encontrado ni una palabra. Como era de esperar. Porque cualquier mención al respecto habría supuesto un desafío abierto a Marruecos y ni Estados Unidos, ni Francia ni otros países europeos están por esa labor.

No, los intereses geopolíticos específicamente españoles no estaban en el orden del día, por mucho que dijera Pedro Sánchez. Lo importante para la OTAN y para su gran patrón, Washington, era el frente ruso y detrás de él, el chino. Y en Madrid se han dado pasos para atender a esas prioridades. El primero, decidir aumentos importantes de la capacidad militar de la organización para ponerse a la altura de los tiempos, que son de guerra.

En el comunicado final se anuncia que se multiplicará nada menos que por 7 el total de fuerzas militares que estarán en estado permanente de alerta, hasta un total de 300.000 soldados. También que Estados Unidos establecerá su primera base permanente en el flanco este de la OTAN, mirando a la frontera rusa. Y en el mismo, además, de invitar a Suecia y a Finlandia a entrar en la organización, se establece una nueva guía estratégica de actuación para los próximos diez años que excluye cualquier posibilidad de un mínimo entendimiento con Rusia. Los dos destructores norteamericanos que irán a la base de Rota, si Las Cortes no lo impiden, no figuran en el comunicado porque serán fruto de un acuerdo bilateral entre Estados Unidos y España.

Lógica de Guerra Fría, por tanto. Donald Trump dijo hace cuatro años que Europa había dejado de interesar a la geoestrategia norteamericana y Joe Biden ha vuelto a tener en cuenta, y cómo, a nuestro continente. Está claro que Trump se equivocó. Y que Putin vio ese error como una oportunidad para afianzar sus posiciones. Pero Biden ha dado marcha atrás cuando ya era demasiado tarde, cuando las tropas rusas ya machacaban las ciudades ucranianas.

¿Pudo evitarse la guerra? Seguramente sí. Si la OTAN hubiera tenido un plan inteligente para conducir sus relaciones con una Rusia dispuesta a hacer valer sus intereses y si hubiera evitado plantear de manera tan cruda que Ucrania iba a formar parte de la organización. A la vista de cómo ha ido la guerra para el ejército ruso cabe sospechar que invadir Ucrania no era la prioridad de Moscú. Pero Joe Biden se cerró en banda a cualquier tipo de negociación. La mala imagen de su retirada de Afganistán y la presión electoral de la derecha trumpista -que va a ganar las legislativas norteamericanas de noviembre y puede que también las próximas presidenciales- le obligaban a hacerse el duro.

Y de esos polvos, estos lodos. En cuestión de días, tras el inicio de la invasión, Estados Unidos y la Unión Europea acordaron un durísimo plan de sanciones contra Rusia que no ha sido ni mucho menos lo eficaz que se preveía y que, como contrapartida, ha provocado la reacción rusa de recortar su aprovisionamiento de materias primas energéticas a Europa y al resto del mundo que, junto con el bloqueo de las exportaciones rusas y ucranianas de materias primas alimentarias, ha sumido a buena parte del planeta en un vendaval inflacionista que, según parece, terminará en recesión generalizada. Mientras tanto, Rusia aliviaba sus problemas exportando sus excedentes energéticos y de otro tipo a China y a una lista, no precisamente corta, de países que no se han sometido a la campaña anti-Putin orquestada desde Washington y Bruselas.

La cosa, por tanto, no le ha salido precisamente bien a Biden. Que ha venido a Madrid para conjuntar a sus huestes, Turquía y antiguos países del bloque soviético incluidos, y a anunciar junto con ellas un reverdecimiento del espíritu de la Guerra Fría. Y en este terreno le ha salido bien la cosa. En la cumbre del miércoles ningún país puso una sola pega importante a las intenciones del presidente norteamericano.

La conclusión es que nos espera más guerra, militar y económica, por un largo tiempo. Incluso si Ucrania y Moscú paran en un determinado momento las hostilidades, que es lo más probable que ocurra, porque la capacidad de resistencia ucraniana es limitada por mucha ayuda armamentística occidental, norteamericana, sobre todo, que les llegue.

De manera que hemos vuelto al mundo de hace 30 años. Con un nuevo actor en el escenario, China, hoy por hoy en segundo plano, pero que en cualquier momento puede saltar al primero porque las tensiones en Asia son altísimas y Pekín tiene aspiraciones geoestratégicas a las que no va a renunciar.

Y con la vuelta a la Guerra Fría, en España vuelve a abrirse la herida nunca cicatrizada de la pertenencia de nuestro país a la OTAN y, en términos de nuestros días, de la adhesión de nuestro gobierno a las políticas militaristas de la organización y de Estados Unidos. No se ha acreditado la solvencia del reciente sondeo que concluye que más del 70 % de la opinión pública española está de acuerdo con que nuestro país pertenezca a la OTAN. Pero es posible que esa actitud sea mayoritaria. Seguramente debido a que la gente ha interiorizado que existe un serio riesgo de un grave conflicto militar mundial que afecte también a España y que ante el mismo conviene tener la protección de países poderosos.

Pero eso no agota el debate. Asumir sin más la lógica militarista del enfrentamiento, como hacen cada día nuestras televisiones y no pocos creadores de opinión, equivale a despreciar principios humanos y democráticos irrenunciables. Hay batallas que se tienen que dar aunque se sepan perdidas de entrada. La de la paz es una de ellas. 

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