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Yarmouk, una muerte lenta

Campo de refugiados palestinos de Yarmouk en Damasco (Siria). / UNRWA

Raquel Martí

Directora ejecutiva de UNRWA España —

Señor ten piedad. ¿Qué tipo de mundo es este en el que vivimos? Dice un anciano sollozando. ¿Es que no importa a nadie? ¿Dónde está la humanidad de la gente?

Miles de hombres, mujeres, niños y niñas con la ansiedad en sus miradas, surgían entre los escombros, delgados, demacrados, la ropa sucia, la mirada perdida, pero abrigando la esperanza de recibir de UNRWA una caja con alimentos que necesitan de forma imperiosa tras meses bajo asedio. La historia se repetía cada vez que UNRWA conseguía entrar en el campamento de refugiados de Palestina en el sur de Damasco, tras días sin reparto, miles de personas surgían entre las ruinas en busca de comida que les permitiera sobrevivir unos días más, estirar la agonía.

Una imagen, así de apocalíptica, fue retratada por un trabajador de UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina, hace ya más de un año y abrió las portadas de todos los medios de comunicación a nivel mundial. Sin embargo, desde el 6 de diciembre del año pasado, UNRWA no ha vuelto a entrar en Yarmouk. Aquel día sólo pudo repartir 36 paquetes de alimentos de los 400 diarios necesarios para cubrir las necesidades de esta población extremadamente vulnerable.

Estemos atentos, si nada cambia, esta imagen está apunto de repetirse. Casi dos meses sin comida han vuelto a poner al borde de la muerte a 18.000 civiles que permanecen atrapados en el campo. La Agencia está redoblando esfuerzos y haciendo un llamamiento internacional para solicitar acceso a todas las partes involucradas.

“Lo más duro es cuando mis hijos se despiertan cada mañana y me piden leche y pan y lo único que puedo ofrecerles es un rábano o cualquier otra verdura, a veces, ni eso”. El testimonio de Mahd, es uno más de los que UNRWA ha recogido por teléfono para denunciar la situación que vive la población atrapada desde Julio de 2013 en el campo de refugiados.

Yarmouk se ha convertido en uno de los ejemplos más significativos del sufrimiento de civiles que podría ser evitado si todas las partes involucradas en el conflicto respetaran los corredores humanitarios. La falta de acceso ha condenado a los residentes de Yarmouk a la malnutrición crónica, la deshidratación y severas deficiencias de vitaminas y proteínas. Se desconoce el total de muertos por inanición, o por falta de acceso sanitario desde que se cerró el campo a cal y canto.

El campo y sus alrededores han sufrido una severa escalada del conflicto armado, incluida la presencia de francotiradores, armamento pesado y frecuentes tiroteos que interrumpen las distribuciones de ayuda humanitaria entre los residentes que permanecen hoy en día en el campo. Nada de lo que queda recuerda ya lo que fue este bullicioso y superpoblado campo. Yarmouk acogía a 160.000 refugiados de Palestina antes del conflicto. El campo se estableció en un espacio de 2,11 km2 en 1957, con la población palestina que huyó de la guerra del 48, así como desplazados posteriores por la guerra de 1967 que desembocó en la ocupación militar de Gaza y Cisjordania.

Yarmouk contaba con hospitales y varios centros de enseñanza secundaria administrados por el gobierno. UNRWA gestionaba 20 escuelas primarias y 8 escuelas preparatorias en el campo y financiaba además dos centros para mujeres. El campo contaba con 3 centros de salud de la Agencia, uno de ellos dedicado a la prevención y el tratamiento de talasemia. El Centro fue construido en 2009 gracias a los fondos proporcionados por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

Yarmouk comenzó a sufrir el asedio de las fuerzas gubernamentales en diciembre de 2012, poco después de que los grupos rebeldes entraran en el campo. Decenas han muerto por inanición y falta de acceso médico después de que en Julio de 2013 el gobierno cerrara completamente el acceso. Desde entonces no hay electricidad. Durante meses la población sobrevivió comiéndose todos los animales, incluso las ratas o hirviendo hierba y semillas recogidas a campo abierto donde eran presa de los francotiradores. Una madre contaba como logró salvar la vida a su hijo amamantándole con leche de una perra que criaba a sus cachorros. Y así, un sinfín de testimonios terribles de supervivencia que los trabajadores de UNRWA recogen durante las distribuciones.

A lo largo de 2014, el acceso tenue y poco fiable al campo limitó la distribución de ayuda humanitaria de UNRWA a 131 días y 32.503 paquetes de alimentos. Esto equivale a 400 calorías por habitante y día, drásticamente por debajo de la cantidad diaria necesaria recomendada por el Programa Mundial de Alimentos de 2.100 calorías para civiles en zonas de crisis.

No solo no hay alimentos, desde septiembre de 2014 tampoco otros productos básicos como el agua potable. La población utiliza agua sin tratar, poniendo en riesgo su salud. La Media Luna Roja Palestina ha informado de 104 casos de ictericia, lo que podría significar una propagación de la hepatitis A.

Con tan solo 10 años Aziz, se levanta a las 7 de la mañana para ir a buscar agua. La falta de electricidad y los daños ocasionados por los bombardeos han dejado a las viviendas sin agua corriente. “Ando 1 kilómetro y me paso unas 5 horas recogiendo agua en bidones. Recojo unos 100 litros, pero solo lo puedo hacer una vez cada 5 días, cuando el agua esta disponible en un pozo que hemos abierto”, afirma Aziz con voz infantil.

El invierno está siendo especialmente duro, sin electricidad no hay calefacción, tampoco hay leña, por lo que la población está quemando sus muebles y su ropa para calentarse. “La mayoría de las casas no tienen puertas ni ventanas, durante la tormenta de nieve la situación se hizo muy difícil. No hay madera, estamos quemando muebles y ropa para calentarnos. La gente ha quemado sus dormitorios, sus estancias. Estamos quemando cosas que no son de madera, lo que nos causa muchos problemas de salud”, cuenta Raed´a con la voz quebrada.

El hospital de Yarmouk ha sido dañado por los bombardeos, no hay medicamentos ni suministros médicos, tampoco equipos quirúrgicos. Los cuidados pre y post natales son inadecuados, lo que unido a los altos niveles de desnutrición, está poniendo en riesgo la vida de los recién nacidos y sus madres. “Mi hija tuvo 40ºC de fiebre, le puse una inyección que hacía 6 meses había caducado. Los antibióticos en Yarmouk caducaron hace mucho tiempo”, explica Raed’a.

Aunque la vida parezca que ya no tiene mucho sentido para la mayor parte de los residentes, unos 1.500 alumnos se aferran a sus estudios para hacer los días más llevaderos. Once trabajadores de UNRWA y cincuenta voluntarios, atrapados todos ellos junto al resto de la población civil, continúan impartiendo milagrosamente clases en escuelas abandonadas o en casas particulares. Sin embargo, la lucha diaria para sobrevivir y meses de trauma han erosionado la esperanza de muchos otros. Ahmed comenta: “No estamos haciendo frente, nos estamos adaptando. Esto afecta negativamente a nuestra salud, nuestras vidas, nuestros hijos y nuestro estado psicológico. Sentimos que estamos atravesando túneles interminables, y no sabemos cuándo va a terminar”. Fariz lo vive con mucho más pesimismo si cabe. “Muchos de nosotros deseamos morir, pero no podemos poner fin a nuestras vidas. No podemos hacer más que esperar, como en la obra de Esperando a Godot, estamos esperando a alguien que nunca aparece”, sentencia.

“Para acabar con el sufrimiento de la población UNRWA hace un llamamiento a todas la partes involucradas para reanudar la cooperación, así como el cese inmediato de las hostilidades en Yarmouk y su periferia. Hay proteger la vida de los civiles y se debe dar prioridad a sus necesidades”, señala Christopher Gunness, portavoz de la Agencia.

“Para saber lo qué significa vivir en Yarmouk, apaga la luz, cierra el agua, la calefacción, vive en la oscuridad, come una vez al día, vive quemando madera”, nos invita Anas, superviviente del campo.

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