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Yolanda Díaz se marcha a medias

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en el Congreso
10 de junio de 2024 22:26 h

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De liderazgos fallidos y estrellas fugaces anduvo siempre bien servido el firmamento de la política española. En la derecha y en la izquierda. Landelino Lavilla (UCD), Antonio Hernández Mancha (AP), Albert Rivera (Cs), Inés Arrimadas (Cs), Josep Borrell (PSOE), Joaquín Almunia (PSOE), Pablo Casado (PP), Pablo Iglesias (Unidas Podemos)… A unos les echaron las urnas y a otros, la dirigencia de sus partidos. Unos no supieron manejar los canales de autoridad y otros se emborracharon de poder e hicieron mal uso de la jerarquía. Pero casi todos se perdieron en el laberinto de la autoridad hasta tropezar con su propio ego. 

¿La última? Yolanda Díaz. La enésima esperanza blanca de la izquierda alternativa y la lideresa que algún gurú despistado imaginó como la primera presidenta del Gobierno de España abandona sus obligaciones orgánicas, que no de gobierno, en la coalición que fundó. Lo hace por los votos que no obtuvo en las elecciones europeas y porque si hubiera tardado cinco minutos más en hacerlo se lo hubieran exigido algunos de los partidos que forman parte de Sumar. Siempre es mejor abandonar por voluntad propia a que sean otros quienes te abran la puerta de salida.

El caso es que este lunes el foco apuntaba sobre un Sánchez que salvó los muebles en el 9J y sobre un Feijóo ganador aunque instalado en la frustración por no haber sido capaz de acabar con Vox y tener que lidiar en adelante, además, con una nueva fragmentación de la derecha tras la irrupción del estrambote Se Acabó La Fiesta, de Alvise Pérez. Y, de repente, Díaz pidió paso y también una cámara ante la que grabar con todo el boato y en el horario exacto para entrar en los informativos de la sobremesa un mensaje con el que presumiblemente asumir la responsabilidad de un resultado pírrico, que no llegó al 5% y le dio sólo tres eurodiputados, los mismos que Alvise y uno más que su archienemiga Irene Montero, cabeza de lista de Podemos.

En una comparecencia grabada para no dar cabida a las preguntas de los periodistas, vino a decir que se va pero que en realidad se queda. Se marcha sólo a medias, ya que mantiene la institucionalidad que le otorga la vicepresidencia del Gobierno y el ministerio de Trabajo. Una decisión tras la que subyace poco más que un movimiento defensivo en la interna con el que silenciar las críticas de IU y Más Madrid después de que la marca haya perdido en menos de un año más de la mitad de los apoyos electorales, de que ambos partidos hayan quedado fuera del Europarlamento y de que tacharan el modelo organizativo de Díaz de poco democrático.

La vicepresidenta seguirá al mando de la interlocución y coordinación de la marca cuyo liderato abandona dentro del gobierno de coalición y también marcará la estrategia del Grupo Parlamentario. Algo a lo que, a priori, la parte socialista no pone pegas al entender que se trata de un movimiento táctico de Díaz para volver a la situación previa a la constitución de Sumar, cuando la también ministra de Trabajo era jefa de la delegación del espacio confederal sin ser formalmente aún líder del espacio. 

Cuestión distinta será si en el corto o medio plazo, entre los partidos coaligados que hasta ayer dirigía Díaz se libra una batalla para que el nuevo coordinador/a sea quien marque el rumbo y asuma la interlocución en el seno de la coalición. Y ahí el PSOE tiene claro que asumirá lo que decida mayoritariamente su socio, aunque eso pase por la salida de Díaz del gabinete. Al fin y a la postre, el de la vicepresidenta es ya, para los socialistas, un liderazgo amortizado que obliga con urgencia a toda la izquierda, tras el resultado de las europeas, a repensar un futuro en el que todos los partidos a la izquierda del PSOE puedan convivir y afrontar sus diferencias dentro de un proyecto unitario. “Con Díaz o sin ella”, añaden. Pero esa es la única bala con la que la izquierda puede mantener el gobierno en el futuro, ahora que la derecha está más fragmentada que nunca y que el PP necesitaría inexorablemente no sólo los votos de Vox, sino también los de Alvise, para llegar a La Moncloa.

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