Zurdo y europeísta como Victor Hugo
Creo que fue Victor Hugo el primero en hablar de los Estados Unidos en Europa. Lo hizo por primera vez en un congreso pacifista celebrado en París en 1849. “Mi venganza”, dijo, “es la fraternidad. No más fronteras. El Rin para todos. Seamos la misma república, seamos los Estados Unidos de Europa, seamos la federación continental, seamos libertad europea, seamos paz universal”.
Me gusta el europeísmo porque no es un nacionalismo. Europa no es una nación, es un sueño, una Ítaca hacia la que navegar, una obra en construcción. Después de tres guerras consecutivas entre galos y germanos –1870-71, 1914-18 y 1939-45–, mentes lúcidas y valientes como las de Jean Monnet, Robert Schuman y Konrad Adenauer se dijeron que la solución al mal europeo pasaba por forjar una comunión de valores e intereses entre nuestros países, una relación tan intensa que hiciera impensable el recurso a las armas.
Filósofos, artistas y escritores llevaban ya un tiempo señalando el camino. Más allá de nuestras lenguas, religiones, etnias y nacionalidades diferentes, los europeos teníamos una base cultural común. Podíamos remitirnos a la Antigüedad greco-romana, podíamos remitirnos también al cristianismo, pero sobre todo podíamos remitirnos al Renacimiento y al Siglo de las Luces. Los valores ilustrados y humanistas debían gobernar Europa. A saber, el federalismo, la libertad y la paz citados explícitamente por Victor Hugo.
No es una tarea fácil. La familia, el clan, la tribu, la aldea, la patria chica, la raza, la religión o la nación son más fáciles de entender por la mayoría de la gente que la idea de una supranacionalidad europea. El sueño europeo exige pensar, darle a la mollera. Un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a hacer.
Pero, en fin, vayamos a lo del momento. Ya he votado en las elecciones al Parlamento Europeo. Lo he hecho por correo desde la localidad costera granadina donde paso largas temporadas. Sin el menor problema, cabe precisar.
He votado por razones europeas. En primer lugar, a favor de una intensificación de la lucha contra la crisis climática. Estamos haciendo poco, muy poco, contra esta tremenda amenaza a la salud del planeta causada por la acción de los seres humanos. Deseo una Europa que funcione con energías limpias y renovables, que tenga ríos, lagos y mares relucientes como una patena, que consuma alimentos producidos con todo el respeto a la madre tierra.
También he votado a favor de todo aquello que caracteriza el modelo europeo, que lo hace diferente de la ley de la jungla reinante en otras partes. Es decir, sueldos decentes, pensiones de jubilación actualizadas, sanidad y educación públicas, fuertes y universales. Y, por supuesto, en defensa de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, sin exclusiones.
Sé que Europa necesita inmigrantes para compensar nuestra baja natalidad, para sostener nuestra economía y nuestro sistema de pensiones. Que vengan, pues. De modo ordenado e inteligente. Que se integren en nuestros valores, que no son otros que los del Siglo de las Luces: libertad, igualdad y fraternidad.
Lo siento, señor Feijóo, no he votado como si estas elecciones fueran un plebiscito a favor o en contra de Pedro Sánchez. Hay que ser muy paleto para verlo así. Pero, bueno, si me pregunta, le diré que estoy hasta las narices de la histeria, el griterío y el catastrofismo del PP y Vox. Estuve a favor de la amnistía a los del procés desde mucho antes de que Sánchez la asumiera, y constato que ha traído serenidad a Cataluña y con ello al conjunto de España. Veo que la economía va razonablemente bien y que nuestros hijos encuentran empleos. No atisbo otro Apocalipsis en el horizonte de nuestro país que el climático.
¿Le doy por ello un 10 sobre 10 a la acción del Gobierno? No, en absoluto. Desearía que se tomara mucho más en serio el gravísimo problema del acceso de los jóvenes a la compra o alquiler de vivienda. Que iniciara ya mismo un programa multimillonario de promoción de nuevas viviendas sociales. De la mano de ayuntamientos, comunidades autónomas, bancos y empresas constructoras.
Erradicar la guerra es la razón fundacional del proyecto europeo, ya lo dije antes. Solo aman la guerra aquellos que nunca han vivido una en sus carnes, como, al parecer, esa Ursula von der Leyen que concede automáticamente un certificado de europeísmo a cualquiera que, como Meloni, esté contra Putin y acepte prolongar la de Ucrania hasta el borde del Armagedón. Me inquieta la frivolidad con que el establishment europeo baila al son de tambores de guerra.
No quiero una España y una Europa gobernada por las ideas de Milei y Netanyahu que tanto defienden sus epígonos y admiradores españoles como Abascal y Ayuso. Espero que este domingo la oleada ultraderechista se estrelle contra el muro de la cordura de la mayoría de los europeos.
¿Soy un zurdo? Pues sí, zurdo y europeísta como Victor Hugo.
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