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“Hija, vuelve en taxi”

Errejón abandona el acto oficial del Dos de Mayo para apoyar la manifestación en Sol contra la sentencia de 'La Manada'

Claudia Collar

Llevaba preguntándome por qué casos como el de La Manada marcan tanto el imaginario colectivo. Mucho más que un parricidio; más que un atentado. La respuesta se me presentó ayer, como un caldero de agua fría, cuando estaba a punto de salir a tomar algo con mis amigas.

“Hija, vuelve en taxi”, oí pronunciar a mi madre desde el salón. Me asomé a la puerta y ella me miraba. En sus pupilas, una mezcla de vergüenza, de súplica para que no me rebelase, que ya sabes por qué debes hacerlo. Que ya sabes que voy a dormir mal. Que oye, no me lo tengas en cuenta, vive tu vida, pero es que si te pasa algo… Que sé que no te robarán (y si lo hacen me da igual). Que de lo que tengo miedo es de que te violen, de que no te defiendas, y no te crean. O de que te defiendas, y no sepa más de ti.

Todas esas ideas se amalgamaban en el corazón de mi madre, fuerte, trabajadora, luchadora, feminista, y se concentraban en un gesto opaco que escondía la vergüenza de saber que, pronunciando esas cuatro palabras, hacía una pequeña gran concesión al patriarcado.

Los casos como La Manada marcan porque no son anecdóticos, porque son ejemplo de una estructura que ahoga a todas las mujeres del mundo. Marcan porque la sentencia fallada nos desprotege un poco más, porque obligan a nuestras madres a educarnos en el miedo, en la precaución. Porque desquebraja cualquier esfuerzo en educar a un hombre en el respeto a los derechos humanos de las mujeres. A golpe de sentencia, un juez con visión androcéntrica tira por la borda años de educación de padres y madres en la libertad y el respeto.

Cada vez que una madre se ve obligada a coartar la libertad de su hija, el caso de La Manada suena de fondo. Cada vez que una madre dice “Hija, vuelve en taxi”, el patriarcado da un paso al frente con la complicidad de nuestras instituciones.

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