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Violencia y política han caminado estrechamente juntas estos días

Alejandro de Gregorio-Rocasolano Jaumot

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De una manera u otra, todos hemos sido testigos de la violencia desplegada en las capitales catalanas estos días pasados. A través de los medios de comunicación, los ciudadanos han sido informados muy detalladamente de los altercados producidos por los independentistas integrados por jóvenes abducidos por las circunstancias, junto a miembros de grupos organizados de radicales, tanto de Barcelona como de otras ciudades, que a base de manifestaciones tiene estudiada una especie de guerrilla urbana. De todo esto ha sido informado toda España con pelos y señales.

No tengo tan claro que haya ocurrido lo mismo con la violencia desplegada por los cuerpos de seguridad, en ocasiones sin necesidad, abusando en número con una desproporción de fuerza, no justificable en un profesional que debería saber contener sus “instintos”. Hay imágenes en las que no se les puede otorgar otro adjetivo. Tal vez el ministerio y la consejería de interior deberían plantearse tener un cuerpo de psicólogos que acompañen y realicen coaching de tranquilidad, responsabilidad, utilización de la fuerza durante los despliegues.

Los violentos activos son por un lado esa juventud, en ocasiones imberbe, cuyo límite de autocontrol fue rebasado por la sentencia junto a las declaraciones de unos y otros respecto a la misma. Una juventud ya abducida hacia la nueva república por la inoperancia de los diferentes gobiernos de la Generalitat y del Gobierno central de estos últimos 10 años; toda una serie de señores, algunos de los de Madrid, que en muchas ocasiones no han tenido ni el gesto de oír; y otros varios de Barcelona que actúan como hooligans. Por otro lado, entre los cuerpos de seguridad cuesta entender que actuar sobre prensa identificada o golpear entre tres o cuatro personas a un ciudadano forme parte de la formación necesaria para poder actuar en situaciones como las ocurridas, sin olvidar que muchos han sido desplazados para la ocasión, si bien parece ser que esta vez no han sido arengados por sus vecinos públicamente con el conocido “a por ellos”, se desconocen los ánimos recibidos privadamente o el filtro respecto a sus preferencias políticas o religiosas, en este sentido de todos ellos, que de alguna manera pudieran colaborar a sus momentos “desproporcionados”.

Los violentos pasivos son todos los que de alguna manera han fomentado convertir el conflicto entre España y Catalunya en casi una relación beligerante, todos los que desde los poderes, los gobiernos, los partidos políticos, los medios de comunicación, las plataformas, organizaciones ciudadanas, con discurso excluyentes, con arengas subidas de tono, lanzan noticias falsas o falseadas, falacias, todos los que se están profesionalizando en crear mal rollo y enfrentamiento para generar victimismo en ambos lados, todos son los violentos pasivos.

Esta violencia pasiva de no querer ver nada bueno en el contrario e invertir el tiempo con intención de crear más distanciamiento. Pues este es el personal que va ganando después de estos días, casi contentos por la violencia desplegada por sus partidarios, justificándose por la violencia recibida. Los que serían felices con una nueva DUI o con la aplicación del 155.

Desde sus soliloquios, los partidos y los seguidores de estas opciones establecen una línea, unos apoyados en sus cantos celestiales, otros en sus leyes rígidas, unos desafiando “ho tornarem fer”, otros amenazando “no os dejaremos”, donde ven a todos los ciudadanos en un lado u otro sin excepción.

Están mirando cómo eludir un diálogo sin condiciones, pretendiendo que quienes no comparten ninguna de sus aspiraciones o normas olviden que uno de los contenidos positivos de la democracia es el debate con la participación de todas las opciones, algo que muchos ciudadanos independentistas, unionistas, “agnósticos” y “ateos” se niegan a olvidar.

Todos estos que marcan líneas no deberían olvidar que sus exigencias, al no contar con el resto, suenan a amenazas, a intransigencia, a ultimátum. Esto precisamente es lo que a las personas de a pie de una sociedad libre no les gusta.

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