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El ahora difícil
Leo hoy algo sobre la sociedad positiva de Byung-Chul Han que habla -entre otras cosas- de un mundo donde todo se expone y, por necesidades de ese mercado de la imagen expuesta, todo es artificial y luminoso para aparentar siempre lo mejor. La victoria siempre vende. Y no está la cosa como para perdedores. En esa sociedad positiva de la que habla, los seres humanos nos exponemos para ser vistos, para existir.
Esto va aparejado a una idealización extrema, a una cultura del retoque, del selfie guapo y de la relación que ni es relación, cuando sólo se ampara en una media distancia irreal, en los “me gusta”, los retuiteos y la homogeneización favorecida por el postureo aséptico. No paro de pensar que gracias a todo este mercadeo de las redes (a las cuales también puedo reconocer algunas buenas cualidades), estamos construyendo sociedades algo vacías, sobre todo desde el punto de vista de las relaciones y los afectos. Es un engaño interesante, una impostura relacional, que se aprovecha del poco tiempo que guardamos en esta vida rápida para relacionarnos con los demás por el simple placer que proporciona ese acompañarse mutuo. También se alimenta esta impostura de lo arduo que tantas veces resulta el estar cerca de los otros.
Los escaparates son muchos, grandes y atractivos, pero sólo muestran una pequeña parte de lo que hay, lo que todos podemos ver. Entretenimiento. Porque la vida discurre por otros lugares más naturales, menos preparados para la exposición: por las palabras que decimos mirando a los ojos, por los espacios que creamos sin trampa ni cartón, por las ideas genuinas que somos capaces de elaborar, por los dolores y soledades, por los abrazos sentidos, por tener en cuenta al otro y no sólo a sus publicaciones, por escuchar, respetar y, sobre todo, por compartir tiempo de calidad. No paro de pensar, también, en los niños; me obsesiona la idea de lo difícil que es este mundo para los pequeños que están llegando en un ahora donde los modelos de relación dejan tan poco espacio para el contacto. Qué cosas.
En mi día a día, me parece ciertamente significativo el número de niños que llegan a tratamiento por dificultades en la relación con el otro, con el entorno, ese espectro autista que hace unos años era para mí una auténtica rareza, como la celiaquía y alguna otra enfermedad-etiqueta que ahora cuenta con legiones de etiquetados. Cada vez conozco y trabajo con más niños que no están en la relación, a los que les cuesta el mundo y sus circuitos de una manera especial. Y pienso en que ese mundo puede ser un constructo bien hostil, que es difícil estar abierto al otro en este momento y que realmente a veces es difícil saber quién es el otro y dónde está, más allá de las redes sociales, la virtualidad o los distintos expositores donde cuanto más te muestras, en realidad más te escondes. Me preocupa lo difícil que estamos haciendo todo esto y lo complicado que se lo estamos poniendo -hablo como sociedad- a quienes vienen detrás, dejando gran parte de nuestro tiempo y nuestros ojos en pantallas de dispositivos con los que fantaseamos cercanías a la vez que nos vamos alejando, mientras ellos crecen sin saber dónde mirar.
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