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Apología de la sobriedad ecosocial

Carmelo Marcén Albero

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Cualquier persona que mire al futuro siente cierta preocupación, no exenta de algunas dosis de miedo por lo que pueda suceder a ella misma o a sus allegados. En este contexto, multidiversas incertezas, nos atrevemos a plantear que una buena parte de las desigualdades de la vida se han agigantado por la extendida falta de sobriedad, o por la desatención generada por la mala praxis de quienes gobiernan el mundo. Para entender algo las incertidumbres actuales valdría aquello de que la virtud -si la sobriedad se pudiese calificar como tal o lo dejamos simplemente en un principio ético- sería esa facultad que nos ayuda a dar a las cosas su justo valor; a gestionar nuestras apetencias a lo que se supone razonable para cada cual en un contexto global. Sin olvidar que querer tener algo o disfrutar con ello exige una regulación, el reconocimiento de los anhelos así como sus dimensiones y control.

Luego la sobriedad no es solamente el buen manejo del comportamiento saludable sino una construida estructural mental, aplicable a situaciones diversas. Por las problemáticas globales, provocadas o no por el comportamiento generalizado que estamos padeciendo, diríamos que la sobriedad es más necesaria que nunca; al menos en la gestión de lo complicado. Además, la escasa que quedaba desapareció de nuestro consumo cuando se generalizó la no reparación del producto, lo cual causa daños ecológicos, económicos y sociales tanto en el lugar dónde se consume como en aquellos a donde van a parar los productos desechados, supuestamente para aprovechar una parte de ellos. Pensemos en los residuos electrónicos o plásticos.

Hemos leído recientemente que el mundo es el supermercado donde la sobriedad no tiene acomodo. Pero hay otras voces como Valérie Guillard, docente e investigadora de la Universidad de Paris-Dauphine –en quien fundamentaremos parte de este artículo- que se atreven a decir que debemos consumir con sobriedad para tener una vida más plena. Nos anima a comprender el desperdicio percibido de objetos, a rescatar la importancia de sus usos pasados y a encontrar los futuros, lo mismo para su poseedor que para otros. Esto último es lo que podríamos llamar el marketing -centrado más en las necesidades que en los deseos- de la “sobriété” personal y colectiva. Una idea/palabra más contundente en francés que en español. Aquí la gente ni la mienta, incluso quienes se encuentran cómodos con el consumo miran mal a los que no lo están tanto.

Se necesita un marketing de la sobriedad y el consumo responsable que se posicione en ser él mismo más sostenible, en diseñar y crear productos que contaminen menos. Pero también que hable de los peajes sociales, económicos y ambientales del ciclo de vida de los productos, de mejorar los envases, de utilizar materiales degradables en su fabricación, de optimar sus formatos y su distribución; que sea tal que una apología de la sobriedad. Claro que todo este proceso cuestiona los actuales modelos de negocio basados en el consumismo superincentivado. Porque llevados por el placer de compra, poseer más se vende muy bien, acumulamos cosas. Cuando nos quitan el espacio vital, o son inutilizados, adquieren la condición de desperdicios, que también hay que saber gestionar.

No puede ser aceptado sin más por los productores y consumidores. Además, habría que potenciar la previsión funcional: alquilar en lugar de comprar y favorecer una economía circular de verdad. Pero es muy difícil cambiar demasiado rápido y radicalmente; la sobriedad debe vivirse como un viaje que implica revisar nuestra relación con el tiempo, le oímos decir a Guillard. La sobriedad como antología de la vida se acompaña de un tiempo necesario para crear lazos con las personas o cosas, sentir la necesidad de familiarizarse. Costumbre que entendía el expresidente uruguayo José Mújica, que hacía de la sobriedad una compostura de vida personal, una lucha contra la presión consumista. Subrayaba que no hacía una apología de la pobreza –de la que la gente debía escapar para disfrutar de una dignidad material- sino una denuncia sobre la vacuidad de la cultura actual, que eliminó el tiempo disfrutado a las personas. La gente no logra escapar de esa atmósfera tóxica que vende la felicidad con el simple hecho de comprar cosas nuevas. Apelaba a poner freno intelectual a las necesidades sobrevenidas y se sentía libre de poder disfrutar de lo sencillo. En fin, la sobriedad ecosocial empieza por separar los deseos aleatorios de las notorias necesidades.

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