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“No te creo”, dijo la justicia. Y se escuchó un temblor
Hace un tiempo, una mujer víctima de violencia machista me contaba que el día que fue al juzgado tenía miedo de que no la creyesen. Ese era uno de sus mayores temores. Finalmente, el juez dictó una orden de alejamiento de varios meses contra el maltratador. Sin embargo, el juez no vio oportuno regular el régimen de visitas de los menores con su progenitor, así que tuvieron que relacionarse con el maltratador como si la orden de alejamiento no existiera. A pesar de la angustia, esta mujer respiró por un tiempo, pero los demonios volvieron a sobrevolar su vida. Regresó el miedo.
Esta mujer tiene que desmontar una vez más el plan torticero de su expareja, después de que éste presentara una demanda envenenada, llena de odio, manipulación, ataques personales y mentiras, desacreditándola, juzgándola y abonando el maltrato psicológico. Ella y sus hijos son las víctimas, pero él quiere demostrar en el juzgado que es ella la que le está destrozando la vida. Esta mujer se siente juzgada antes de celebrarse el juicio: juzgada por su maltratador, por el proceso judicial en sí mismo, por el entorno.
No existe un único perfil de maltratador. El maltrato psicológico, esa daga que hiere en silencio, es tan difícil de demostrar que la inseguridad y el miedo de la víctima a no ser creída aumentan, lo que beneficia al maltratador. Por eso es tan importante aplicar la perspectiva de género en la justicia. En este sentido, os recomiendo un artículo de eldiario.es, Justicia con perspectiva de género, de Lidia González García, donde se señala “entre las recomendaciones del Convenio de Estambul, la necesidad de cuidar a las víctimas para que no se retracten”.
Durante nuestra conversación, esta mujer lanzaba preguntas al aire y reflexiones que había ido elaborando desde su experiencia. En realidad, ¿a quién se estaba juzgando? El sentimiento de culpa es la sombra que acompaña a la víctima a lo largo del proceso. “¿Qué he hecho mal? ¿En qué he fallado? ¿Por qué no me daba cuenta? Pensaba que a mí no iba a pasar”, me decía esta mujer entre lágrimas. Una frase que coincide con el título de la autobiografía (con perspectiva de género) de Laura Freixas. Porque a todas nos ha pasado, de una u otra manera. Todas podemos contar episodios en los que el patriarcado nos ha doblegado. Es como ese frío húmedo que penetra en los huesos, y que a pesar del abrigo, de la bufanda, de los guantes, da igual, seguimos sintiendo el pinchazo helado, qué difícil es dejar de sentir frío.
“¿Para qué sirve una orden de alejamiento? Después de 8 meses, de 1 año, de 2 años... y luego, qué. ¿Tengo que volver a relacionarme con él como si no hubiera pasado nada?”, me decía, “el maltratador continúa siendo un maltratador y la víctima sigue desprotegida, expuesta. ¿No debería el maltratador obligatoriamente asistir a terapia y comprobar que está realmente rehabilitado?”. Esta pregunta me llevó a rastrear por internet programas de reeducación para los maltratadores. En Castilla y León existe, desde hace 13 años, el programa Fénix, “el Servicio de Tratamiento Psicológico dirigido a hombres que ejercen la violencia hacia las mujeres”, a través de un convenio de colaboración entre la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades y el Colegio Oficial de Psicólogos de Castilla y León. No he encontrado datos actualizados del programa. ¿Por qué este programa no tiene visibilidad? ¿Por qué los jueces no lo incluyen en las sentencias como medida de obligado cumplimiento? ¿Por qué el foco se coloca siempre sobre la víctima?
“Denuncia, ¿Y luego qué? ¿Qué recursos tiene la mujer y sus hijos para salir adelante? ¿Pueden hacer una vida normal? El maltratador hace su vida con normalidad, pasa desapercibido, se camufla en los grupos, en el trabajo, se disfraza de buena persona, mientras el estigma persigue a las víctimas”, me explicaba esta mujer, “la ayuda debe de ser real, integral, no asistencial. Deben implementarse medidas que fomenten la autonomía e independencia de las mujeres, para eso hay que destinar recursos”.
“¿Por qué hay mujeres que retiran las denuncias?”, seguía preguntándose esta mujer e inmediatamente contestaba “porque son mujeres vulnerables, que están sufriendo muchísimo, mujeres heridas psicológicamente, con una autoestima muy baja, sentimiento de culpa y una gran inseguridad. Son mujeres que necesitan acompañamiento, cuidado, apoyo y de un seguimiento para evitar que eso ocurra”.
“¿Por qué no nos preguntan a las mujeres?”, planteaba este interrogante desde la impotencia y la decepción, con la certeza de que no se está haciendo lo suficiente. Queda mucho por hacer, todavía se mira para otro lado, no nos posicionamos, somos cómplices con nuestro silencio. ¿Cómo se va a erradicar la violencia machista si hay discursos (de responsables políticos) que la niegan y medios de comunicación que los legitiman?
El otro día cayó en mis manos un artículo de un diario digital que hacía apología del machismo, que escribía el argumentario de este maltratador y el de otros tantos, dándoles alas, que generalizaba lo aislado, que se hacía eco de un discurso misógino y distorsionado. Qué irresponsabilidad, qué vergüenza y qué despropósito, cómo se puede frivolizar con las más de 1.000 mujeres asesinadas en manos de los hombres (desde 2003), sus verdugos, por violencia machista. Cuidado, porque esta perorata la sueltan los abogados del diablo en los juzgados (y también en los medios de comunicación). Se les da credibilidad, y esto no se puede permitir.
Les recomiendo con urgencia el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica (Convenio de Estambul).Convenio del Consejo de Europa Si este tratado no se cumpliera, las sanciones deberían ser inmediatas, ya que se trata de una violación de los derechos humanos. Y esto también vale para la justicia y para determinadas formaciones políticas: “La violencia contra la mujer se reconoce en el Convenio como una violación de los derechos humanos y como una forma de discriminación, considerando responsables a los Estados si no responden de manera adecuada”. ¿Oído?
Los y las jueces necesitan formación específica en materia de violencia machista con el fin de aplicar la perspectiva de género y hacer cumplir la Constitución. “La aplicación de perspectiva de género en la justicia no es algo opcional, que dependa del estado de ánimo de quienes imparten justicia. Es imprescindible para acatar el mandato constitucional de igualdad y no discriminación”. Esta frase lo resume todo, es una de las declaraciones que se realizaron en el I Congreso Internacional Justicia con Perspectiva de Género, celebrado el pasado mes de abril en Madrid.
“No te creo”, dijo la justicia. Y se escuchó un temblor, éramos nosotras.
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