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Cristoneofascismo

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El teólogo Juan José Tamayo denomina “cristoneofascismo” a la alianza entre las organizaciones políticas y sociales de la extrema derecha, apoyadas por el ultraliberalismo y movimientos cristianos integristas.

Desde aquellos duros comienzos cristianos hasta que los mandamases consiguieron sus principales propósitos, poder y riqueza, no pasó demasiado tiempo, aunque ya dura demasiado tiempo. Del pesebre al palacio del Vaticano ha habido una sustancial mejora en las condiciones de vida de los jefes del estado teocrático. En el Gran libro de los insultos, Pancracio Celdrán cita: “La vida es cara y dura, pero a veces la cara es mucho más dura que la vida”.

Los diez mandamientos tuvieron un comienzo traumático. Al bajar del monte Sinaí y encontrarse al pueblo adorando a un becerro de oro, Moisés montó en cólera y rompió las tablas que los contenían lanzándolas contra el suelo. Dios le ordenó que los reescribiera en piedra, conocedor, en su omnisciencia, tanto del carácter irascible del profeta como de la frivolidad del populacho. Sin embargo, los sucesivos jefes de la cosa terminaron adorando al becerro de oro y utilizaron los mandamientos para atar en corto a los fieles y a todo el que se pusiera por delante. Si los analizamos punto por punto, los diferentes jerarcas eclesiales los incumplen sistemáticamente. En la actualidad, andan empeñados en esconder la inobservancia secular del sexto entre sus filas, vía pederastia, y la del séptimo y el décimo, con las inmatriculaciones, eufemismo de saqueo, a tutiplén. Eso de meter la mano, ya sea bajo ropa interior de impúber o en el patrimonio nacional se les da muy bien. Impudicia e impunidad.

La Iglesia patria ha admitido que posee casi mil inmuebles que no le pertenecen, solo el tres por ciento de los que registró gracias a la reforma legislativa del Aznarísimo. Este vicio, que le viene de antaño y fue fomentado por una norma franquista, le permitió inscribir como suya cualquier propiedad mediante firma obispal. Se estima que de esta forma ha inmatriculado alrededor de cien mil bienes. Es decir, que si el acuerdo entre el presidente del Gobierno y el “califa católico” Omella (no Omeya) se queda aquí, y no salen a la luz todos los desfalcos cometidos y se devuelve lo robado, se producirá un engaño intolerable a los ciudadanos del que será cómplice Pedro Sánchez. El robo, además de un pecado para ellos, es un delito para todos. Quien lo permite o apoya también delinque. Un Estado que se confiesa aconfesional y comulga con ruedas de molino que reparten los “recuras”, es un Estado confesional; convicto, no confeso.

Distintos colectivos cristianos se oponen a este vergonzoso acuerdo que supone amnistiar a los ladrones que han cometido delito de lesa españolidad. Los creyentes y curas honestos deben ser, junto a los más directamente damnificados, los primeros en condenar tanto el robo del patrimonio como la negativa a investigar la pederastia de sus jerarcas, aun a riesgo de ser tildados de comunistas por las tropas “cristoneofascistas”.

Cuando pensábamos que era el momento de mejorar la democracia, tenemos que ocuparnos, con energía, de defenderla del neofascismo. Lo vemos en Europa y en España. Vox es un partido al que no podemos blanquear y normalizar como hacen el concubino, PP, y los voceros de la fiel infantería, como llama “el Ojo Izquierdo” a los medios afines a un facherío que se ha vuelto campestre y, además de no pasar un día sin foto junto a ganado de pezuña hendida, ataca instituciones democráticas con la rojigualda en la gorra. Menudo ganado. Si el ataque hubiera ocurrido en Altsasu con ikurriñas o en Barcelona con senyeras, las derechísimas sociales, políticas, policiales y judiciales ya los estarían acusando de terrorismo o de golpe de Estado.

Margarita Robles no tenía suficiente con las competencias de Defensa y ha decido asumir las del Ministerio del Tiempo. Por mor del nuevo cometido, le recuerda a Pablo Iglesias que “tiene mucho tiempo libre y poca responsabilidad”; él le había reprochado sus palabras sobre el conflicto ucraniano y el ofrecimiento de tropas a EE.UU. como miembro de la OTAN. El que aconsejaba a los expresidentes González y Aznar que deberían estar callados, aseguró que él nunca buscaría exposición pública cuando dejase la política. Y ahora es un no parar. De verbo, incluso verbosidad, notable, no iba a quedarse adornando las estanterías cual jarrón chino. Tiene todo el derecho a opinar y a cambiar de opinión, así como a imitar a quienes antes criticaba. Pero hay más: las peleas internas forman parte de un supuesto deber consuetudinario de la izquierda.

La OTAN, apagada, despierta gracias a la crisis con Rusia y a los múltiples y complicados intereses que hay detrás, a los que la opinión pública no tiene acceso. Sería por mi parte una osadía discutir sobre el asunto. Lo único que sé es que EE.UU. tiene tendencias invasoras seculares con demasiadas victorias pírricas y que la OTAN no es una organización pacifista ni Putin es un filántropo. No soy equidistante, sino insignificante, como la UE, cuyo papel lo resumió con claridad la secretaria de Estado norteamericana adjunta para asuntos europeos en conversación con el embajador en Ucrania: “Fuck the European Union” (“a la mierda la UE”, o peor).

A todo esto, ¿alguien se acuerda de los ucranianos? Con tantas hipótesis sobre la mesa parece que se pretenda reescribir la historia incluso antes de que suceda, lo cual es imposible. Anacrónica ucronía sobre Ucrania.

La izquierda gana en Portugal. Johnson intenta que la International Nightlife Association proclame mejor discoteca del mundo a Downing Street 10. La reforma laboral gana en el Congreso por un dedo desmañado. El acuerdo histórico acaba en cabreo histérico de la derecha a pesar de su intento de “UPNazo” que acabó en patinazo.

No obstante, cuidado: el alma de la Internacional Cristoneofascista nos sobrevuela; falta poco para que se haga carne (de macrogranja) y habite entre nosotros. Así (no) sea.

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