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Desaprendiendo y aprendiendo: de nuevo a vueltas con la escuela

20 de septiembre de 2021 11:45 h

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Es ya una costumbre, cuando surgen cuestiones importantes para el desarrollo y la convivencia del ser humano, volver nuestra vista hacia la escuela y contar con ella como lugar donde aprender las cosas, los hábitos, las actitudes, los valores que ayudan a convertirnos en seres humanos dignos, libres, capaces de convivir ayudando y respetando a los demás, siendo empáticos con nuestros semejantes.

Ahora es el suicidio, pero tradicionalmente, si hay problemas de salud, en la escuela se ha de enseñar una forma de vida sana. Si hay problemas de discapacidad, xenofobia, homofobia, racismo, civismo vial, medio ambiente… es en la escuela donde hay que trabajarlo. Estoy completamente de acuerdo ya que la escuela tiene una gran responsabilidad social y supone una pobreza de espíritu tremenda considerar a la educación solamente como un medio para adquirir conocimientos, que también.

Educar es dar instrumentos que permitan desarrollar las facultades intelectuales, emocionales y morales de las personas que pretendemos educar. Es crear hábitos y desarrollar actitudes y aptitudes que despierten el interés, la curiosidad por lo nuevo, el deseo de conocer y el desarrollo de la creatividad. Los conocimientos y la información, siempre están ahí y siempre se puede acceder a ellos si tienes interés y se ha conseguido que las personas se hayan desarrollado de manera integral y completa.

La educación es contagio e intercambio: educando nos educamos. Las personas no están aisladas, viven en una sociedad y es en la escuela donde se producen las primeras socializaciones. Una gran responsabilidad que se amplía en ayudar y educar a las familias a que tomen sus propias responsabilidades educativas y exigir (y educar) a las administraciones públicas que asuman sus propias responsabilidades sociales. Y es aquí en estos dos aspectos, donde me detengo.

Este nivel de exigencia y de responsabilidad que es tan evidente, no se corresponde en absoluto con el nivel de valoración, de apoyo y de reconocimiento social que deben de tener los agentes encargados de realizar esta labor: el profesorado.

La pedagogía, esencialmente, se orienta a la infancia, la adolescencia, pero no hay que olvidar y considerar también la andragogía que es enseñar a adultos. Fomentar interacciones entre ambas, debería de constituir un objetivo fundamental de la sociedad y los agentes que pueden contribuir a ello. Y evitaría que el profesorado y la escuela luchara contra el cinismo de unos poderes que, en su día a día, transmiten unos valores (competitividad, agresividad, insolidaridad…) absolutamente contrarios a los que dice que pretende conseguir. Vivimos continuamente en una doble moral, un doble rasero.

Estamos en una etapa de cambio y transición en la que la valoración de las cosas por encima de las personas, a las que tratamos como cosas, genera un individualismo opuesto a la valoración de los vínculos, de la empatía que produce tratar a las personas como seres humanos capaces de crear comunidades.

Exijamos a la escuela su compromiso social, pero sin escatimar en medios para llevar a cabo esa tarea. Ayudémosla en la gran tarea de la educación, en ese aprender- desaprender que es la vida. Valoremos y apoyemos a los agentes que han de llevarla a cabo (Profesorado, especialistas…) No seamos cínicos y no nos llenemos la boca de palabras, ideas y promesas que tranquilicen de momento nuestras conciencias y se queden en eso. No conduzcamos de nuevo a la educación a un aborto.

Acabo con una idea del proyecto “Humanidades en acción” de Marina Garcés :

“No cambiamos el mundo, somos nosotros los que cambiamos cuando somos capaces de deconstruir la realidad, de mirarla con otros ojos. Desde ese posicionamiento, buscamos y generamos posibilidades”.

Deconstruir la realidad: desaprender. Mirarla con otros ojos: aprender.

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