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Desleal oposición
De la oposición a la oposición, pasando por una investidura a líder de la oposición enmascarada de moción de censura contra el presidente del Gobierno en funciones y posible futuro candidato a la investidura.
El Partido Popular ha quedado satisfecho con el estreno de su Presidente en el Parlamento español y se escuchan voces que le califican de parlamentario temible; tal vez lo sea, pero no por su oratoria, sino por la estrategia seguida hasta el momento, que ha llevado a un fracaso que no admite paliativos, y por la que se apunta si se reedita el gobierno de coalición de izquierdas y nacionalistas.
El hilo conductor de los diferentes actos del esperpento es la patente deslealtad de un presunto candidato que nunca lo ha sido a presidente del gobierno. El resultado de las elecciones solo permitía la investidura de Núñez Feijóo con pactos imposibles y que, si ya se preveían inalcanzables cuando se publicaron los resultados, quedaron muy pronto confirmados con el portazo del PNV y la toma de posición de Junts, partidos que tienen la clave de cualquier acuerdo de investidura.
Ni siquiera merecería la pena comentar los patéticos y desesperados intentos de conseguir cuatro tránsfugas que garantizasen una mayoría suficiente al candidato del Partido Popular. Tiene la importancia y la gravedad de un expreso llamamiento a la traición hecho por un partido que se pretende de gobierno. Cierto es que el mandato de los parlamentarios es representativo, pero la más elemental lealtad política exige respetar el papel de los partidos en la confección de sus listas electorales; se crearía una indeseable inseguridad, jurídica y política, si se instaurase en la normalidad la posibilidad de que cada partido pudiera contar con parlamentarios elegidos en otras listas. Desde luego, si fuera una táctica admisible, el partido que pretendiera recabar votos de parlamentarios de otros partidos debería incluirlo expresamente en su programa electoral de manera que nadie se llamara a engaño.
El desarrollo de los acontecimientos desde las elecciones hasta el fracaso de la investidura ha sido una sucesión de deslealtades constitucionales. De entrada, un candidato que tenía nulas posibilidades de ser investido Presidente del Gobierno forzó su designación por el Rey; luego, insinuó que se había visto, de alguna manera, forzado a aceptar el encargo, obviando sus intentos de hacer valer su condición de partido con mayoría de representación en el parlamento.
El largo tiempo, transcurrido entre la designación y la sesión de investidura en nada cambió las cosas; quedó patente la imposibilidad del candidato de conseguir una mayoría parlamentaria para su investidura y, sin embargo, no cejó en el empeño a base de repetir que debía ser investido por haber ganado las elecciones; al final, hizo su papel de candidato, pero con un objetivo distinto del previsto en la Constitución.
Desde el principio de la sesión, el discurso de Núñez Feijóo no estuvo dirigido a conseguir una investidura con un programa de gobierno, objetivo fundamental del trámite. El núcleo de su intervención, la idea fuerza, fue la dura oposición a una amnistía de la que tanto se ha hablado y de la que tan poco se sabe. Es un tema que levanta pasiones y, al centrarse en combatir una ley que, en todo caso, propondría el PSOE si su candidato resultara elegido, Núñez Feijóo se convertía de facto en el líder de la oposición a un presidente de gobierno en funciones, que todavía no ha sido designado candidato ni ha expuesto su programa de gobierno.
El enfado de Nuñez Feijóo porque Sánchez no le dio la réplica a su discurso, tan solo mostraba que su estrategia quedaba desnuda; quien quería que fuera su contrincante, no avalaba la presentación de una moción de censura disfrazada de investidura.
El resto es historia. Dos votaciones que no han dado la mayoría al candidato Núñez Feijóo y una última deslealtad al pedir la inmediata convocatoria de elecciones, sin siquiera esperar a que el Rey se pronunciara sobre una nueva ronda de consultas con los partidos.
Nada positivo cabe esperar de la oposición de Núñez Feijóo a un eventual gobierno de Pedro Sánchez; casi con toda seguridad, habrá una confrontación permanente sin posibilidad alguna de diálogo se apelará a los sentimientos y no a la razón y, como es obligado en los partidos populistas, tendremos una manipulación permanente de la realidad con un argumento recurrente desde que gobierna la izquierda, la ilegitimidad del gobierno.
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