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España, campeona del autoboicot
“España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.
No está claro si la frase atribuida a Otto von Bismarck es suya o no, pero sí, que quien la pronunció tenía un alto conocimiento de lo que era –y es– nuestro país. En estos días resulta imposible que a uno no le venga a la cabeza. Y es que cuando deberíamos estar todos intentando capear lo mejor posible el temporal, algunos se empeñan en convertirlo en una tormenta perfecta.
Hay una guerra que a todos nos afecta en mayor o menor media. Pero sobre todo afecta a aquellos que ya vivían en la cuerda floja, contando cada euro, y que ahora ven como su vida se tambalea por un nuevo meneo ocasionado por motivos externos a sus propias decisiones. ¿Se puede estar más indefenso?
En momentos así, de debilidad, a algunos se les ha ocurrido que es buena idea zarandear un poquito más la cuerda, porque, parece ser que en su cabeza, eso podría hacer “caer al Gobierno”.
No les importa las consecuencias que puedan generar en la población. De hecho, a mayor afección, mayor éxito –piensan–. Insultan la inteligencia de una mayoría de españoles –de izquierdas y de derechas–, intentando hacer ver que si hay desabastecimiento es culpa del Presidente del Gobierno. Cuando solo hay que estar medianamente informado para saber que estamos en un momento histórico en el que se está produciendo un gran cambio a todos los niveles, sobre todo supraestatales. Y que si algo está siendo el Presidente de nuestro país, es innovar. Generando una corriente de opinión en Europa para desligar el precio del gas de la factura de la luz; o poner un tope máximo al precio de ésta, e incluso, lanzando el órdago de que si Europa no hace nada, se hará en España igualmente. –A Portugal le gusta la idea. Italia y Grecia se apuntan a lo que sea–. Y eso no se ha atrevido a hacerlo nadie en este país hasta ahora. Además, se anuncian bajadas en los impuestos de la gasolina, de por sí de los más bajos de toda Europa. Una Europa que recorren de punta a punta –y más allá– los camioneros. Desde luego lo suyo no será por desconocimiento. Unos camioneros y sus representantes legales con los que recientemente se ha llegado a un acuerdo en algunas de las mejoras que venían exigiendo hace tiempo, mucho tiempo. Y la primera pregunta que me hago es, ¿quién pierde con la bajada de la energía? ¿Quién tendría, si no motivos legítimos, sí lógicos para enfadarse con esto? Desde luego no el currito.
En medio del vendaval, como un mesías entre la quinta y la sexta plaga –y no se sabe ya qué ola de un virus que parece ya no estar–, sale un tipo por la tele autoproclamado no se sabe muy bien portavoz de qué o quién, diciendo que llevan años aguantando una serie de agravios. Y uno se pregunta ¿por qué ahora? Por qué no en los anteriores años con un Gobierno del PP. O por qué no en el primer año de legislatura del PSOE. Y acto seguido surge la pregunta: ¿quién cree que ganaría algo justo ahora, tras las elecciones de Castilla y León, si el Gobierno se viera obligado a celebrar elecciones? Ah.
Parece que olvidan, desconocen o simplemente ignoran el hecho de que se mueven en unos círculos y unas burbujas de opinión muy cerradas donde se alimenta el odio y se da rienda suelta a toda clase de bulos y mentiras. Y cuando intenta externalizar toda esa paranoia, la realidad, tozuda, y la mayoría, democrática, se les impone como un muro de piedra.
Es cierto que su discurso, populista, cuenta con una ventaja con respecto a otros. Y es que se puede ser pobre, muy pobre, y ser racista, xenófobo u homofóbico. –No hablemos ya de las mujeres y lo que tienen que aguantar–. Según el palo que toque el discurso de odio cada día, incluido el de ese amor a la patria y la bandera, hay que reconocer que puede lograr atraer adeptos nuevos entre los catetos de siempre.
Se les ha caído el primer mito. “Los de derechas no queman ni rompen nada. Aplauden a la policía” –Y algún que otro policía a ellos, pero ese es otro tema–. Vaya por delante que mal está quemar una simple papelera o un contenedor. Pero atacar las lunas de camioneros con piedras; rajarles las ruedas y las lonas, y todo por conseguir dejar los supermercados desabastecidos, es de una bajeza tremenda. Nada –ni nadie–, les importa salvo salirse con la suya. Miedo debería a dar a todo aquel que tenga dos dedos de frente tenerlos en el Gobierno aunque fuera de utilleros. Y luego, el autoproclamado portavoz de no se sabe muy bien quién, se indigna si no se reúnen con él. ¿Debería reunirse el Gobierno con el chaval de los CDR que acaba de quemar veinte neumáticos en una carretera para ver cómo se arreglan? Justifíqueme la respuesta. El examen comienza ya.
Entiendo que en todo esto hay unos pocos intereses y mucho engañados. Engañados e indignados a base de tragar bulos uno detrás de otro. Seguro que hay hasta gente que cree estar defendiendo una buena causa pero, como los negacionistas de las vacunas, en cuya mente solo pretenden salvarnos a todos, lo que hay es sobre todo mucha ignorancia, mucha incultura –mayormente en derechos, valores y ética– y una idea de que España es solo de ellos. Los demás, tan solo los flecos de una guerra del abuelo, y que hoy les sobran.
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