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Mejor si dura la investidura
En ocasiones, la alegría que embarga disfrutando de un desgobierno funcional nos hace perder la vergüenza y terminamos cayendo en el pecado de las rimas fáciles hasta en los titulares. Mil disculpas.
A primeros de julio, en “Las investiduras largas tienen sus ventajas”, ya con el veneno puesto, dediqué 977 palabras para cantar las muchas bondades de las negociaciones lentas para formalizar acuerdos.
No convencí a tertulianos ni analistas en general, pues cada vez que despierto solo escucho el ruido de los nervios desatados ante el paso de los días, siempre en el alambre. Y eso que en agosto hace mucho calor.
Pero, por más que escucho a los quejicas, algunos de los cuales hasta pierden las formas contra los políticos que no les gustan, solo hallo nuevos y mejores argumentos para seguir renovando por días el acuerdo temporal firmando con el inquilino de La Moncloa. A ver si conseguimos convertirlo en un contrato basura de esos, como los que no sacan de pobres a millones de trabajadores.
En cambio, todo hace pensar que los políticos sí leyeron el artículo y decidieron hacerme caso. O, dicho de otra manera, quien me puede prohibir a mí convertir una coincidencia en oro para el ego.
Vaya, pues, por delante mi agradecimiento hacia todos los grupos parlamentarios, excepto el Socialista. Gracias a ellos seguimos sin gobierno y, milímetro a milímetro, nos acercamos hacia la deseada anarquía tranquila, esa en la que el sol sigue saliendo por el horizonte de siempre cada día.
Y, aunque sabemos que el nuevo gobierno no acabará ni con las injusticias ni con la pobreza, incluso desde el pragmatismo se evidencia la necesidad de poner un precio impagable a quien pretenda alquilar por cuatro años la llave de la caja.
Abandono por tanto la lectura de opiniones, incluidas las escasas con las que coincido, y me voy a lo que cuentan las noticias.
Entonces descubro que, gracias a que Sánchez no es aún presidente del todo, se está reuniendo con los agentes sociales. Excluye a los catalanes, pero nunca se sabrá si por desprecio, por miedo a que le convenzan o a que alguno de sus barones la palme de un infarto, y a él lo acusen de colaborador necesario.
Y leo también que está prometiendo cosas por la España que vaciaron, primero, la dictadura de Franco y, a continuación, las dos monarquías que estamos apoquinando.
Y, pregunto ahora sin interrogantes, cómo puede no ser grande mi alegría si antes de ayer le pedí en abierto “que me expliques (Pedro) cómo es posible exhumar al 'dictador' con una mano y soportar su ducado con la otra” y hoy me sorprende “La Razón”, con más que nunca de que tenga razón, titulando en portada que “Sánchez suprimirá el Ducado de Franco y otros 30 títulos nobiliarios”.
Si conseguimos que no se forme gobierno terminaremos conquistando la acracia desde la monarquía sin tener que pasar por la siempre, en España, tan asediada república. Que lo que es normal en la mayoría de países del mundo, no parece aquí sino el infierno.
Ahora es cuando aquel Suárez de “hacer normal en la política lo que es normal en la calle” me viene de nuevo a la cabeza.
Y tampoco es menor la satisfacción por las informaciones que aparecen en las páginas de la derecha que, excluyente, se autodenomina constitucionalista.
Es un placer gozar con el desfile de altos cargos, especialmente del PP, que cada día insultan a Sánchez desde un matiz diferente para que a Casado no se le llene la boca de sangre de tanto desgarrarse la lengua. Imbécil de salón como es, él mismo lo dijo, quiere reservarse para poder hacer de policía bueno el día que le toque la lotería.
Cayetana se ha llevado el gato al agua en este reparto de papeles, reclamando para el socialista una lobotomía como solución para salvar España. ¿Se atreverá alguien a superarla?
Ella misma, no lo dude.
Hay que reconocerle, a ese del máster de la URJC que, para sobrevivir, necesitó pringar con su mierda a todo un Tribunal Supremo, que le está ganando a Rivera el liderazgo de la derecha, mientras al hoy liberal se le siguen cayendo los que creyeron apuntarse, con él y con Arrimadas, a una socialdemocracia que no sabían que solo era una marca de chaquetas.
Si a esto añadimos que los neofranquistas de Vox no mejoran en las encuestas ni pueden presumir de “prietas las filas” (hoy mismo se les ha descolgado la diputada de Baleares, aunque reteniendo el escaño para hacerles más daño), pues, qué quiere usted que le diga, ¡¡viva Sánchez, pero en funciones!!
Por último, lo del dinero. Sinceramente, con Trump disparando sin descanso con la ametralladora de tweets para romperle los nervios al mercado, lo mejor, aunque parezca paradoja, es dejar que de la economía se encargue Europa.
¿O acaso no es esto mismo lo que está ocurriendo?
No sé a usted, pero a mí Pedro Sánchez me recuerda más a Adolfo Suárez que a Felipe González. Lo veo rodeado de los mismos enemigos oscuros, salvando las distancias generacionales.
Si usted es de los que se toma con Pedro un café de vez en cuando, no le enseñe esto, pero avísele del principal peligro que le acecha. Acaba de comer con él, en el Palacio de Marivent.
Y dígale también que, si un día tuviera que elegir, en España nos conviene mucho más la vuelta a casa de Puigdemont, Junqueras y todos los catalanes perseguidos, que la continuidad de un rey en La Zarzuela.
Y también le lleve, por favor, la portada de “El Mundo”, esa columna de la izquierda que reproduce a su Page de La Mancha: “Nadie va a tener más lupa que Chivite. Estaremos todos vigilantes”.
Atención a ese “todos” de uno de los perdedores de las primarias del PSOE.
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