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Motivos para llorar
Dice Isabel Díaz Ayuso que a la política hay que venir llorado. Discrepo. La señora Díaz debería llorar, llorar mucho, cada día, cada minuto. Por los ancianos que dejó morir ahogándose solos en las residencias mientras le sobró una gran parte del presupuesto de sanidad. Por el deterioro de la sanidad pública, tanto primaria como especializada, que aleja la salud de determinadas zonas y mantiene listas de espera inasumibles. Por el derroche del inútil hangar Zendal. Por primar cañas y aperitivos sobre la prevención de la salud, por impedir el descanso de los vecinos de establecimientos hosteleros con terrazas. Por los niños a los que priva de los tan demandados centros educativos de 0 a 6 años, por privatizar la enseñanza, por extender becas a quienes no las necesitan. Por bajar impuestos a los más ricos mientras disminuye servicios esenciales como el transporte público que esos ricos no utilizan nunca. Por atribuirse logros ajenos, por crear y propagar bulos que desacreditan injustamente a otros políticos. Por maniobrar para mantener la precariedad laboral por encima de la ley. Por contribuir a eludir el pago de las deudas de su familia. Por... En definitiva, una lista interminable a pesar del poco tiempo que ha ocupado la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Tantos ciudadanos que votan su candidatura no consiguen borrar todos sus desmanes.
No, ella ni siquiera viene llorada, no ve motivos para llorar. La principal responsable de utilizar los impuestos en perjuicio de quienes proporcionalmente más pagan, la que no ve clases sociales, la que quita a los pobres para dar a los ricos, no llora ni siquiera lágrimas de cocodrilo. Va adelante, siempre adelante, impertérrita, dispuesta a ocupar la presidencia del PP de Madrid. Sacando pecho, orgullosa de su gestión, sin llorar por nada ni por nadie: ningún cadáver la inmuta, ni siquiera los de sus amigos. Quizá si ella llorase más, los demás lloraríamos menos.
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