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No es planeta para sapiens

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Una vez apagados los ecos de otra desilusionante COP, cabe preguntarse si estas cumbres sirven a su objetivo, que no debería ser otro que el de alcanzar la resolución contundente, urgente y vinculante que la emergencia climática requiere. No dudo de que la intención de las partes sea noble, pero el mensaje que tras el habitual cruce de intereses económicos se lanza finalmente a la ciudadanía es que la situación no es apremiante y no merece más que vagos ‘deberíamos’ y ‘hayques’, lo que contribuye a minar la movilización social y a desinflar la posibilidad del acuerdo. Si tras analizar las evidencias científicas nuestros sesudos líderes no toman medidas, será que la situación no es tan grave.

Por el contrario, los partidos y asociaciones ecologistas llevan años tratando de que las contrastadas pruebas de las causas antropogénicas del cambio climático calen en la sociedad y que ésta aumente la presión sobre sus élites políticas y económicas. Gran parte de la jornada de clausura de la última edición de la Univerde, que organiza el principal partido ecologista de España junto con los Verdes europeos, se dedicó a cómo trasladar estos datos a la sociedad sin ser catastrofistas, lo que derivaría en una suicida pasividad, según dicen los entendidos en comunicación. Si no hay nada que hacer, ¿para qué hacer nada? Es el principio de inercia postulado por los teóricos del cambio social. Decía Entzioni que de esta apatía se sale mediante la acción colectiva desencadenada por sociedades activas. Pero lo que encontramos en nuestras sociedades son tres poderosos agentes que desincentivan cualquier tipo de acción.

En primer lugar, las petroleras y gasísticas siguen sembrando dudas, si no ya sobre el cambio climático, sí sobre su inminencia e irreversibilidad. Y lo hacen en todos los foros posibles, hasta en las escuelas, como denuncia Ballena Blanca en su último número, para las que han elaborado material didáctico donde se afirma que “todas las energías son necesarias para afrontar la transición energética”, incluidas las fósiles, principales responsables del calentamiento global. No lo hacen por maldad, es la propia inercia del sistema capitalista la que les empuja a crecer en beneficios año tras año si no quieren ser devoradas por otras empresas o apartadas del mercado por los estados petroleros. En segundo lugar, los propios consumidores que no quieren renunciar a vuelos baratos, al aire acondicionado, los electrodomésticos y otras comodidades que demandan más y más energía. De las pocas leyes que los sociólogos se han atrevido a formular, hay una que afirma que los lujos tienden a convertirse en necesidades. Cuando nos acostumbramos a un nuevo lujo, lo damos por sentado e incluso lo exigimos a nuestros políticos. Esto me lleva al tercero de los agentes interesados, los gobernantes. Ya provengan de regímenes autoritarios o demócratas – y a las COP acuden países de ambos sistemas– éstos necesitan ciudadanos satisfechos para seguir manteniéndose en el poder. En España todavía recordamos cómo se negaba el impacto que iba a tener la crisis financiera de 2008 cuando ya habían saltado todas las alarmas, lo que permitió al gobierno socialista mantenerse un ciclo electoral más.

Expone Harari en su imprescindible ‘De animales a dioses’ que gracias a la revolución cognitiva, el homo sapiens pudo alzarse en la cúspide de la cadena trófica. Desde entonces, el dios sapiens ha ido consumiendo recursos a conveniencia hasta su agotamiento, desde los cazadores-recolectores que terminaron con la mayoría de los grandes mamíferos terrestres que entonces existían, incluidos los otros géneros homo con los que convivió; hasta las sociedades industriales, cuando empezamos a esquilmar los océanos. Desde esta perspectiva histórica amplia, el capitalismo no es el único culpable, puesto que no existía hace 70.000 años, sino un catalizador eficaz de la extinción de las especies y eventualmente de la nuestra, a la que nos vemos arrastrados si no emerge pronto un disruptor de este proceso. ¿Cómo superar el individualismo y la pasividad y lograr la presión social necesaria? Desde luego no podemos esperar un nuevo azar genético que derive en una revolución cognitiva 2.0; la solución debe ser conjunta, consciente y urgente. La historia reciente nos da ejemplos de acciones notables como el mayo francés, la primavera árabe o el 15m español.

En todos estos antecedentes, los actores que más tenían que ganar con el cambio y los que menos tenían que perder, porque nada tenían, estuvieron en el preámbulo revolucionario. Hace algún tiempo que venimos vislumbrando un destello en la movilización juvenil, que es la que se juega la subsistencia y contra la que los grupos más reaccionarios de los agentes antes mencionados no han tardado en lanzarse. ¿Será la juventud y el resto de nosotros capaces de doblegarlos y encender a tiempo la mecha de la revolución que los sapiens necesitamos? Si no es así, el planeta se habrá librado de nosotros y las especies que sobrevivan podrán prosperar unos cuantos milenios más.

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