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'El público', 50 años después
Mi estancia invernal en Málaga, desde hace algunos años, coincide con dos eventos a los que me apunto incondicionalmente: El Festival de Cine y el Festival de Teatro. El primero ha ganado mucha presencia nacional e internacional los últimos años. El segundo menos, pero tanto la programación como la calidad de las compañías que acuden al Festival deberían tener más presencia mediática que la que tienen. En estos 40 años han pasado por el Festival de Teatro las mejores compañías nacionales e internacionales. Los llenos son totales.
Entre las obras que he escogido este año, no podía faltar (con una mezcla de melancolía, curiosidad y humildad) el “Público” de Federico García Lorca. Presentada por el “Teatro Clásico de Sevilla” bajo la dirección de Alfonso Zurro, con un elenco interpretativo soberbio y una puesta en escena sorprendente, capaz de sortear la complejidad del texto narrativo que, sólo un adelantado a su tiempo, como lo fue García Lorca, podía imaginar al escribir la obra.
Se desconoce la fecha exacta en la que fue escrita la obra lorquiana, pero en todo caso, se la sitúa en la época de “Poeta en Nueva York” (1929/1930). Obra ocultada durante cuarenta años y publicada por primera vez en Londres en 1970. Enmarcada en el “surrealismo” que rompió con las corrientes “realista” de Ibsen y Chéjov en favor de las propuestas de Pirandello o Bertolt Brecht, donde la ambigüedad es la que manda, entre la alucinación y la realidad dramática. Lorca aporta su dimensión personal, la necesidad de aflorar los deseos homosexuales reprimidos con una defensa irrenunciable a la libertad erótica.
Lorca nos invita (a la vez que nos reta), como espectadores, a que entremos en un mundo en el que se entremezclan varios planos narrativos hasta conseguir el teatro dentro del teatro, realidad/sueño, recuerdos/deseos…Un amor sin límites.
Su estreno en España tuvo que esperar a 1987, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Un años antes (1986), Lluís Pasqual se atrevió con el estreno mundial en el teatro Fossati de Milán.
En 1972, en Salamanca, convivían dos grupos de teatro universitarios que, burlando la censura franquista, se hacía lo que se podía. Yo pertenecía a uno de ellos, “El Carro de Tespis”. Su director, el catalán Mariano Plans i Homs, había encargado a un amigo suyo que le trajera de Londres una copia de la obra de Lorca. Mariano (ingenuo de él) creía que se podía sortear la censura franquista y que podíamos estrenar la obra.
Nos repartió el texto, nada más terminar de poner en escena, “Muertos sin sepultura” de Sartre. Fui incapaz de entender la obra de Lorca. Escapaba, por entonces, a mi estructura mental (menos a la de Mariano). No obstante, procedimos a memorizar el texto y a sus ensayos, mientras nuestro director escudriñaba en su cerebro como “burlar” la censura franquista, especialmente las escenas eróticas y explícitamente homosexuales. Tarea más que imposible porque suponía destrozar la obra. (Lorca, desde su tumba nos habría “fusilado”). Desistimos del intento y durante mucho tiempo guardé en mi memoria partes de aquel texto que, hoy, con 73 años he vuelto recordar en Málaga, gracias a la magnífica puesta en escena del Teatro Clásico de Sevilla.
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