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La rabia de las víctimas

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Hace algunos años, un amigo común, el escritor guatemalteco y profesor de la Universidad de Milán Dante Liano, me presentó a Rigoberta Menchú. Un ser tan inmenso como raro. Uno de los Nobeles de la Paz más puros e indiscutibles. Un ser a quienes los militares de su país le quemaron vivos a su padre y a su hermano y le asesinaron al resto de su familia. Un ser que nunca clamó “venganza”, sino “justicia”. Un ser que para mí supone lo mejor de una humanidad que tan poco bueno tiene que ofrecer. En medio de una sala abarrotada de público Rigoberta dejó claro que, sin justicia, no puede haber paz y que sólo la justicia, y no la venganza bajo los mismos términos, puede sembrar la verdadera paz.

Frente a ellos, observo actitudes miserables. Así, por ejemplo, la de los pésimos profesionales que hacen de la educación un campo de arribismo. Por ejemplo, la actitud de la directora del centro de secundaria IES Elena García Armada, que no sabía que existen los protocolos de bullying y que, asesorada ante las cámaras de modo improvisado, por así decirlo, por la Consejera de Educación del Gobierno de Andalucía, quita importancia al sufrimiento de un joven con TEA cuya única salida ante los ataques y burlas de los compañeros siente que es llevar cuchillos para defenderse visto que nadie, ni sus compañeros, ni sus educadores, hace nada ante las burlas. Y esta señora no se plantea dimitir en lo que yo consideraría para mí un fracaso vital. Soy docente y sé de lo que hablo. Lo veo todos los días. Recientemente ante el pasotismo funcionaril de uno de mis compañeros, tuve que oír que cada uno actúa según su libertad de cátedra. La cátedra que yo llamo de Poncio Pilatos. Y no pasa nada, oye.

Durante quince años han muerto miles de civiles palestinos. Los han humillado, los han torturado, les han convertido la vida en un infierno. Las armas son del aliado de Estados Unidos, que es aliado de la OTAN, que se ha saltado todas las leyes y normas internacionales ya desde su propia fundación como estado. El estado de Israel, que practica un régimen de apartheid con sus propios ciudadanos. Un estado racista, básicamente. Y nadie dice nada de nada.

Pero cuando una víctima que sufre bullying a diario como sufren ante el pasotismo cómplice de miles de docentes de nuestro país que mal llaman libertad de cátedra a su pasotismo, o cuando un palestino harto de que le hayan destruido la vida a sus padres, a ellos y a sus hijos desde siempre, toman un cuchillo o un cohete con toda la rabia de la víctima, acumulada durante semanas, meses, años y décadas, ahí los malos son los agresores, los terroristas, los “niños que tienen problemas o que fueron malcriados”.

Porque este es el país y la civilización del más fuerte, del neurotípico que se ríe de los alumnos diferentes; de los países, como el nuestro, que van proclamando por el mundo su hipócrita concepción de la democracia, que llevan a Ucrania armas con un +24% de subida en el presupuesto de Defensa “para luchar por la paz” (dicen), reduciendo en la práctica de un año inflacionario la aportación a la Educación e inflando en bolsa a las empresas de armamento en donde tienen a sus amigos en los consejos de administración. Es la misma concepción que condena a nuestras aulas a ratios desproporcionadas, que no exige a sus docentes formación específica en NEAE pero sí en competencia digital o idiomas vernáculos. Y no pasa nada.

Porque los malos, los terroristas, los anómalos, son los que no se acostumbran a su condición de víctimas. No molesta el dolor de los débiles, que siempre pasa desapercibido; lo que molesta es la rebeldía al dolor de los débiles que provoca el dolor de los fuertes.

Porque no todos, por desgracia, somos Rigoberta Menchú. Y porque nadie debería pedírselo a quienes sufren. Lo que habría es que invertir en evitar el sufrimiento, creando escuelas en Ucrania y mejorando las nuestras. Dejando de gastar ingentes cantidades de nuestros impuestos en armamento. Atendiendo las dificultades psicológicas de una generación destruida por la adicción al móvil. Obligando a todos nuestros docentes a formarse en cursos de atención a la diversidad y de sensibilización al bullying. Denunciando el apartheid israelí y la masacre de Yemen y de Marruecos, no aliándose con ellos. Pero, claro, eso sería soñar con la justicia, no la políticamente correcta, sino la otra. Y, repito, no todos somos Rigoberta Menchú. Por desgracia.

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