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De Tabarnia a Tabernia

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Hace décadas que vivimos en un mundo dirigido por Matrix, o Madrix, y eso nos ha incapacitado para razonar si no es en modo binario, teniendo que elegir siempre entre todo o nada, dos extremos que no admiten grises ni matices: comunismo vs. libertad, fascismo vs. democracia, nosotros vs. ellos. Ese mundo binario y, por tanto, maniqueo resulta muy atractivo para el marketing que manipula en beneficio de unos pocos, pero es letal para la mayoría cuando se trata de intentar entender el complejo mundo en que vivimos.

Los gobiernos de la izquierda caviar se dedicaron desde el minuto uno a desactivar la educación y el conocimiento, infantilizando y adulando a la población como haría una abuela con su nieto consentido, porque siempre será más fácil comprar a un niño caprichoso que convencer a un adulto que razona por sí mismo. En lugar de enseñar Historia y reivindicar justicia e igualdad, pensaron ingenuamente que sería más provechoso pasar la mano por el lomo y regalar caramelos para ganar elecciones, pero la derecha, que de comprar voluntades sabe mucho más, regala cervezas, y qué adulto prefiere un caramelo a una cerveza, por muy infantilizado que esté. Presintiendo el desastre electoral, esa izquierda de salón realiza una maniobra suicida y, al tiempo que pide una imposible responsabilidad al niño malcriado, presenta a las elecciones a un patoso que lleva dos años durmiendo la siesta en medio de un terremoto y sólo se despierta para decir incongruencias y hablar de “un tal” Kant y sus valores éticos. Alguien debería decirles a los ideólogos monclovitas que no merece la pena apretar el culo cuando ya hemos manchado los pantalones.

Aquel invento que algún iluminado llamó Tabarnia podía tener cierta gracia y mucha mala leche, pero no era más que un desvarío que se enfrentaba a otro, el de un nacionalismo que, para desmarcarse de la muy imperfecta democracia española, glorificaba a políticos tan mediocres y tan de derechas como cualquier adalid del borbonismo centralista. Contaron para ello con partidos que se dicen de izquierdas, pero que apoyan a la burguesía más rancia y reaccionaria, demostrando que la bandera les importa más que la clase y la ideología.

En vista del éxito de tamaño disparate, el franquismo más recalcitrante se aplicó la receta y desparramó libertad de garrafón por toda la Comunidad de Madrid, emborrachando con sus efluvios a una ciudadanía adocenada a la que la palabra le suena bien, especialmente en tiempos de restricciones pandémicas. La antipolítica de Ayuso, cuyas decisiones hubieran sido juzgadas en Nürenberg si estuviéramos en los años 40 del pasado siglo, triunfó a lo grande entre una mayoría de votantes que ya no distinguen libertad de Libertad y compran la primera al precio de la segunda. La libertad, que no es otra cosa que los privilegios de una minoría, está en las antípodas de la Libertad, que es la salud, la educación y la vida de todos y, para desgracia de la mayoría, han elegido la primera, la que nos quita todo a casi todos.

Si seguimos así, gentes del mundo entero vendrán a Madrid a tomar cervezas y bocadillos de calamares, ansiosos por participar de esta orgía del fin del mundo en la que habrá que pedir cita previa para acercarse a la barra de los bares; los hospitales, convertidos también en tabernas, exhibirán goteros llenos cerveza y las mascarillas se utilizarán como posavasos de recuerdo de esta bacanal de libertad y muerte. Ingobernable y convertida en Tabernia, Madrid ya no podrá ser salvada ni con un 155.

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