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La vida cabe en un suspiro
Por mucho que los ángeles caídos quisieron ser como el dios que los creó, por soberbia, por envidia, ¡príncipes de las tinieblas!
Decía mi madre que “la vida era muy corta y muy larga”, a la vez, y casi siempre en un vuela pluma que impediría disfrutar lo inesperado, y también dejarse hundir hasta lo insondable.
En sus últimos cumpleaños, mi padre solía pedir un solo deseo: “un año más, no pido tanto”. Y así permaneció ilusionado o desengañado hasta el último estertor, por ver si lograba escapar del zarpazo letal, aquel hombre tan resuelto venido a la nada inevitable.
Y Sísifo, entretanto, en una misión inagotable, épica, y de vuelta a empezar cada vez que lograba el éxito… efímero.
Y, con todo, seguimos creyéndonos “los reyes del mundo”, es decir del mambo, dando por salvable lo que quede de este planeta, ajeno y sometido por y para muchos, en cualquier caso a los pies de nuestras pequeñas e inaplazables inquietudes, rivalidades intratables y desafíos tan vanos como trágicos.
En cualquier caso “el futuro puede llegar a arruinarnos el presente, los sucesos históricos son un cúmulo de experiencias de seres humanos como nosotros que vivieron circunstancias diferentes pero emociones idénticas”. José Carlos Gracia.
A pesar de ser tan poca cosa, alojados, tal vez por el puro azar, en este mundo que tratamos desesperadamente de ponerlo a nuestro servicio. “Las cosas están ligadas por lazos invisibles: no puede arrancarse una flor sin molestar a una estrella”. Galileo Galilei. Pero gran parte sigue arrasando cuanto pisa y devasta, porque siguen creyéndose los amos de…nada en vuelta en papel charol, oro y brillantes.
Aunque vivamos en un universo inabarcable, o eso pretendemos creernos, de, aproximadamente, una longitud de 93.000 millones de años luz. A escasamente, sin embargo, de 1,3 segundos luz, de nuestro planeta hasta la Luna.
En un “mundo”, La Tierra, dependiente de su estrella Sol, de una antigüedad de unos 4.500 millones de años, unos cien millones más que la del Sol. Sin posibilidades en La Tierra de albergar vida, aproximadamente hasta la aparición masiva del agua, hace unos 3.900 millones de años. Es decir “anteayer”. Y, a pesar de tanto esplendor a , escasamente, unos 5.000 millones de años que todo “se apague”, al menos “nuestro pequeño mundo”.
Con cataclismos cíclicos, desde el origen que hubo, el big bang iniciático, prácticamente, arrasadoras las extinciones masivas de vuelta a empezar, hasta la aparición de los mamíferos, hace unos 250 millones de años, hasta que se llegó a la antigüedad más “reciente” de hace unos escasos 66 millones de años, cuando se produjo la “última gran extinción masiva”, a merced del “tremendo impacto de un meteorito de unos 12 kilómetros de diámetro que envolvió a la tierra en una nube de polvo y oscuridad”, hasta producirse la desaparición de la mayoría de las especies vivas preexistentes, hasta que se consiguió lo siguiente: “que los mamíferos que lograron sobrevivir a la catástrofe bajo tierra se erigieron en los nuevos dueños del planeta, al abrigo de cuya evolución apareceríamos nosotros, los homínidos”, para que el homínido “inteligente”, es decir el ser humano actual, apenas lleve 2,5 millones de años sobre el suelo terráqueo.
Mientras quienes ahora sobrevivimos, como lo hicieron nuestros antepasados, sin haber aprendido apenas nada, nos erigimos altivos y airados, reivindicando la hegemonía “fugaz” de una especie abocada, cómo no, a próxima extinción inevitable.
Probablemente víctimas del “propio éxito” logrado desde la estúpida soberbia de haber soñado que, tal vez, lograríamos ser… “como dioses”.
Siendo, como somos, un suspiro inapreciable en el devenir de nuestras cuitas y desvelos, antes de desaparecer en el vértigo del tiempo… pasado, por venir.
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