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Los héroes británicos

Estos días se habla de los británicos, sobre todo, como villanos, pero en Reino Unido hay una buena dosis de héroes. Y son los que pueden salvar al país en estas vísperas oscuras de un posible Brexit sin acuerdo.

Ciertamente, un analista serio debería decir que un Brexit duro es extremadamente improbable. No podemos afirmar tajantemente que no habrá Brexit duro, pero sí que, con un elevado grado de confianza, la probabilidad de una salida del Reino Unido sin acuerdo es muy pequeña. Una ponderación razonada de las fuerzas y los actores implicados lleva a la conclusión de que una salida a las bravas desafía la lógica. No es imposible, porque en política todo es posible, y, dejándose llevar por las pasiones, los políticos pueden pilotar a su país contra un iceberg.

Pero, también llevados por sus pasiones, los héroes pueden brillar en los momentos más difíciles. La razón de fondo de mi confianza en algún tipo de apaño entre Londres y Bruselas que aborte el Brexit duro es que las democracias más añejas, como el Reino Unido o EEUU, pueden asomarse al abismo, pero no suelen caer en él. [Nota: nosotros sí, por cierto]. Pero también hay otros motivos para la esperanza más concretos.

En todo caso, empecemos por la montaña de argumentos para creer que, efectivamente, sí habrá un Brexit traumático. Si nos centramos en la persona al timón del navío británico, Boris Johnson, el escenario de futuro parece del todo apocalíptico. Su currículo no hace presagiar nada bueno. Comenzó su carrera manipulando noticias sobre la UE para los tabloides británicos y ahora la culmina con la Gran Manipulación: las grandes mentiras con las que, Johnson, Nigel Farage y compañía convencieron a muchos británicos sobre las ventajas de una salida de la UE. Si hasta su propio exjefe en el Telegraph tiene dudas sobre la integridad moral de Johnson, está claro que hay motivos para sospechar sobre su cualificación para comandar el gobierno británico en su tesitura más delicada, seguramente desde la Segunda Guerra Mundial.

En segundo lugar, la deriva de los conservadores británicos es una lección de cómo el populismo es capaz de hacer descarrilar hasta a los partidos con más raigambre del mundo. Para intentar parar la crecida del radical UKIP de Nigel Farage, los tories británicos comenzaron jugando inocentemente con algunos de sus argumentos críticos con la inmigración y la Unión Europea, y han acabado compitiendo con UKIP sobre quién es el más duro defensor de las esencias patrias frente a las amenazas exteriores. [Nota: las derechas del resto de Europa, y en particular la nuestra, deberían tomar nota].

Pero el desarrollo de los acontecimientos, desde la llegada al poder de Boris Johnson, hasta estos caóticos días en el Parlamento, lejos de ser caóticos, parecen obedecer a un cierto guion. Ciertamente, Johnson no lo tenía todo previsto. Ha habido dimisiones insólitas, y seguramente inesperadamente dolorosas para Johnson, como la de su hermano Jo Johnson. Sin embargo, en líneas generales, Johnson parece estar siguiendo la hoja de ruta de un negociador: jugar a ser duro para alcanzar Downing Street, jugar a todavía ser más duro para consolidarse como Primer Ministro forzando unas elecciones… para luego adoptar una postura más flexible.

Los americanos dicen que “es necesario un Nixon para ir a China”. Es decir, tiene más legitimidad un “halcón” republicano que una “paloma” demócrata para sentarse con los adversarios de la nación. Algo parecido podría decirse en este caso: “es necesario un Boris Johnson para ir a Bruselas”. Y quizás muchos electores confían en que Johnson no los arroje al limbo legal de una salida sin acuerdo, sino que simplemente sea capaz de extraer más concesiones de Bruselas que unos políticos más moderados, tanto conservadores como laboristas.

Pero, si no es así, y si Johnson está decidido a arrojar a su nación al despeñadero de una salida sin acuerdo, entonces es cuando se pueden poner en marcha los ancestrales mecanismos de control de una democracia tan antigua como la británica. Y ya hemos empezado a ver cómo esos dispositivos se despliegan.

En primer lugar, y a diferencia de otros países, donde los gobiernos tienen una capacidad de controlar la administración, los británicos deben acomodar la implementación de sus decisiones con un exquisitamente independiente cuerpo de funcionarios. Y hace pocos días algunos de sus portavoces señalaron que los empleados públicos británicos están dispuestos a respetar el imperio de la ley y a desobedecer instrucciones políticas que lo socaven. Johnson ha tomado nota. Para empezar recordemos que, en contraste con tantos otros presidentes de gobierno, Johnson no decide quién presenta los telediarios en la BBC.

En segundo lugar, el sistema electoral británico, donde se vota a los parlamentarios individualmente, tiene infinidad de problemas, pero una virtud incuestionable: ningún líder proto-déspota puede imponer una férrea disciplina de partido. Y Boris Johnson no ha sido capaz de imponérsela ni a su propio hermano Jo. Este, junto a otros muchos conservadores díscolos, prueban que, en el Reino Unido, es difícil gobernar pero más difícil todavía convertirse en un caudillo.

Estos días se habla de los británicos, sobre todo, como villanos, pero en Reino Unido hay una buena dosis de héroes. Y son los que pueden salvar al país en estas vísperas oscuras de un posible Brexit sin acuerdo.

Ciertamente, un analista serio debería decir que un Brexit duro es extremadamente improbable. No podemos afirmar tajantemente que no habrá Brexit duro, pero sí que, con un elevado grado de confianza, la probabilidad de una salida del Reino Unido sin acuerdo es muy pequeña. Una ponderación razonada de las fuerzas y los actores implicados lleva a la conclusión de que una salida a las bravas desafía la lógica. No es imposible, porque en política todo es posible, y, dejándose llevar por las pasiones, los políticos pueden pilotar a su país contra un iceberg.