Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Instagram, empoderamiento y culos, ¿puede ser así la lucha feminista?
En marzo del 2021 Bad Gyal publicaba en un post de Instagram un texto respondiendo a unas declaraciones de Arcángel. Éste había puesto en cuestión a través de su cuenta de Instagram el respeto que merece una mujer en función de si enseña o no partes de su cuerpo (“Quieres que te respeten como mujer, pero te pasas enseñando el cu**. Las mujeres que se comportan, se distinguen y se catalogan como damas”). Bad Gyal en su respuesta ponía sobre la mesa esta diferenciación propia del machismo y del sistema patriarcal por la que las mujeres solo pueden moverse entre dos posiciones, buena y mala, en función de su relación con las demás (“Estoy harta de esta doble moral. De que separéis a las mujeres que valen para darles likes, suscribirse a OnlyFans y follar, de las que valen para tener hijos, quedarse en casa cocinando, quereros…”). La buena es la madre, la entregada, la que Arcángel califica de “dama”. La mala es la guarra, la provocadora, la que decide enseñar su cuerpo. Ambas se definen no por sí mismas en tanto que sujetos, sino por su relación con los hombres; objeto de consumo que satisfaga deseos sexuales u objeto de consumo que satisfaga deseos de cuidados.
Más allá de esta conceptualización de las mujeres y de la valía que se nos otorga en función de una representación u otra, se encuentra el debate sobre el desnudo de la mujer y su sexualidad. Madonna, en su discurso al recibir el premio Billboard Women in Music 2016, hizo alusión a la sexualidad de las mujeres, recalcando las críticas que se le hacían por exponerla públicamente y señalando la diferencia cuando estas actitudes venían de parte de los hombres. Así, se definió como una “mala feminista” (bad feminist), defendiendo que, a través de posicionarse como un objeto sexual, las mujeres pueden empoderarse.
La primera definición de la RAE para empoderar es “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. El empoderamiento en términos feministas significa reconocer el poder que tienen las mujeres en tanto que individuas y en tanto que grupo social y, en consecuencia, buscar un cambio en las estructuras que mantienen las desigualdades entre géneros. El empoderamiento entendido así se sitúa entre lo individual y lo colectivo, entre el yo y el nosotras, sin embargo, citando a Amorós, el feminismo “o se universaliza o se pudre”. Por eso resulta clave preguntarse qué papel está jugando hoy en día el desnudo y la sexualidad de las mujeres para la igualdad entre hombres y mujeres. Y por eso es importante, si enseñamos el culo, saber cómo lo hacemos, por qué lo hacemos y para qué —o para quién— lo hacemos.
¿Es la exposición del cuerpo, en una postura sexualizada que reproduce las imágenes representadas a través de las industrias culturales y mediáticas que cosifican el cuerpo de las mujeres y lo utilizan como reclamo publicitario, un mecanismo que permita acabar, precisamente, con esa cosificación y sexualización? ¿O, por el contrario, se está cayendo en la trampa de perpetuar los mismos cánones de belleza y el mismo consumo de los cuerpos femeninos desde una supuesta emancipación femenina? ¿Empodera mostrar tu cuerpo cuando quieras, como quieras, con el objetivo que quieras y a las audiencias que quieras, siendo tu propia fotógrafa y decidiendo qué poses utilizar? ¿Es una forma de performatividad? ¿Pueden las mujeres apropiarse de las representaciones impuestas por el patriarcado para quitarle el poder que ejerce a través de las mismas? ¿Eliminan o disminuyen las mujeres así su poder? ¿Juega este empoderamiento individual a favor de los intereses colectivos de las mujeres, o va en su contra?
Por centrarnos en un contexto concreto, vamos a hablar de Instagram. Instagram es una de las redes sociales más utilizadas a nivel mundial en la que se publica y comparte contenido audiovisual. Cuenta con aproximadamente mil millones de usuarios mensuales, de los cuales la mayoría se encuentra entre los 18 y los 34 años. Las redes sociales entre las que se incluye Instagram no solo funcionan como un expositor de la propia vida, sino que son una parte fundamental en la configuración del yo especialmente relevante para las generaciones más jóvenes. Ya no nos auto-construimos de una forma “interiorizada”, de puertas para adentro, sino que, como queremos que se nos lea, así como las formas en las que creemos que se va a percibir nuestra imagen a través del contenido que compartimos, son factores que cobran cada vez más protagonismo. El “pero co’, que le jodan al espejo, me sobra con la imagen que tengo de mí”, que decían Violadores del Verso, ha perdido toda la validez. Ya no solo nos juzgamos nosotras mismas en el espejo, sino que una parte fundamental de nuestro “yo” se compone de cómo queremos que nos juzguen las demás y cómo creemos que lo van a hacer. Las pantallas, los contenidos que en ellas generamos y consumimos conforman cada vez más nuestra subjetividad. Este proceso, además, tiene un fuerte componente estratégico: queremos unos resultados sociales determinados, gestionar las impresiones que las personas que consumen nuestro contenido tienen y ganar aprobación social.
Por eso, en tanto que nos configuramos como sujetos a través de las redes sociales, debemos decidir qué tipo de sujeto estamos creando. Porque no es lo mismo ser un sujeto político, que desarrolle y demande cambios en las esferas materiales, ideológicas y simbólicas, que un sujeto circunscrito a objeto de consumo que mantiene y reproduce las desigualdades y estructuras de dominación. En esta primera acepción se posicionarían las declaraciones de Madonna. También se encontrarían lo que algunas autoras han identificado como activismo cotidiano (everyday activism), estrategia a través de la cual la exposición que se hace en las redes tiene un papel de reivindicación política. Se situarían en este sentido algunas personalidades del colectivo queer, el movimiento curvy o el movimiento #FreeTheNipple. Vaya, que poco tiene que ver en términos de lucha feminista que Madonna suba una fotografía en una pose sexualizada a que lo haga Samantha Hudson. ¿O sí?
Como Bad Gyal señalaba de forma muy certera en su post de Instagram “…muchas de nosotras crecimos escuchando reggaeton y viendo esos videos donde las mujeres bailaban y vistiendo ropa sexy”. En estos vídeos y en las industrias culturales en general el cuerpo de la mujer tiene dos formatos: bien de consumo y medio para promover el consumo. Son al mismo tiempo un elemento lucrativo y un medio de control. Lucrativo si el cuerpo en cuestión cuenta con los atributos y características de la feminidad hegemónica, en cuyo caso se pueden enseñar en videoclips como objetos pero no como sujetos, y medio de control si tienes una corporalidad que no encaja en el ideal de belleza y feminidad hegemónica, en cuyo caso son invisibilizados y relegados a los márgenes. Ahora bien, ¿cómo es el contenido que se publica en Instagram?
La mayoría del contenido femenino que se expone en Instagram reproduce las representaciones que tradicionalmente han dominado en la industria cultural. La chica buena vs. la chica sexy. La primera es la mujer agradable, sumisa, dulce y feliz. La segunda es la mujer deseada, sexy, que se muestra en poses que resultan atractivas. No son roles excluyentes, sino que en ocasiones pueden encontrarse elementos comunes habiendo un resultado de ambas expresiones. También son muy comunes las imágenes fragmentadas, en las que se da una separación del rostro del cuerpo, apareciendo partes del cuerpo separadas del conjunto de la corporalidad.
El “feminismo liberal” de Ana de Miguel o el “neoliberalismo progresista” (progressive neoliberalism) de Nancy Fraser ponen sobre la mesa este proceso de desvirtualización del movimiento feminista por parte del neoliberalismo y del capitalismo. Desde este enfoque, el feminismo se convierte en un movimiento individual y circunscrito a los elementos económicos. Estas imágenes de las que venimos hablando se ven como un mecanismo válido de empoderamiento y, por qué no, también lucrativo. ¿Qué hay más empoderante que enseñar tu cuerpo como tú quieras, a quien tú quieras y sacar rédito económico de ello?
Las representaciones mayoritarias en las redes sociales no tienen, sin embargo, este carácter transgresor que haga hueco a cuerpos no normativos. Muy al contrario, los ideales de belleza femenina que circunscriben lo que es “ser mujer”, la feminidad hegemónica y los roles de género continúan presentes y reproduciéndose en las redes sociales. La exposición del propio cuerpo, sexualizado, fragmentado y que reproduce las características de la feminidad patriarcal, no se hace de forma mayoritaria desde la performatividad, desde el deseo de transformar la realidad social. Instagram no está plagado de cuerpos que rompen con los estereotipos, visibilizando el vello femenino, las estrías o poses en las que la flacidez tiene protagonismo, sino que, muy al contrario, las mayores cuentas de Instagram en número de seguidores están dominadas por personajes célebres que cumplen con estos rasgos de la feminidad y la belleza tradicionales y que mantienen a través de sus poses las características que se han venido definiendo.
Empoderarse desde esta asunción de objeto sexual que reclama Madonna es un poder que está circunscrito a un grupo concreto; el grupo de mujeres que cumplen con los cuerpos normativos y las actitudes que impone el sistema heteropatriarcal. Este empoderamiento continúa dejando en los márgenes, invisibilizadas y en posición de subordinación en términos de poder en el imaginario social, a aquellas mujeres que no se identifican con estos ideales de belleza y formas de actuación femeninas. El mandato de género hegemónico, si bien puede resultar empoderador desde este feminismo liberal para determinados grupos sociales que cuentan con el capital social suficiente, no abre hueco a cuerpos no normativos, sino que continúa relegándolos a una feminidad inferior y a posiciones sometidas. Madonna y Bad Gyal pueden empoderarse a través de estos mecanismos, a pesar de tener que seguir rebatiendo comentarios como el de Arcángel, pero las mujeres gordas, con pelos, con diversidad funcional, calvas, “demasiado” delgadas, no-blancas, trans… no se ven beneficiadas con esas acciones, sino que continúan siendo relegadas en “la otredad”, en los márgenes, con etiquetas de menor validez en términos de feminidad o belleza.
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