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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Llámame vieja, no me hables como a una niña

Vejez. / Zuriñe Burgoa

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Que el lenguaje genera pensamiento, que el lenguaje es excluyente o incluyente, que el lenguaje es una herramienta de poder, lo tenemos claro. Significa que supone un útil y sutil instrumento que reproduce creencias, valores y actitudes en un entorno cultural determinado. Pero también es un arma potente de lucha y transformación.

Vieja, sí. Las que hemos superado los 60, hemos vivido mucho tiempo. Una larga vida. De acuerdo a ello y, según la RAE, lo somos. Si nos atenemos a lo políticamente correcto, la denominación adecuada sería personas mayores o seniors, porque viejos son los trapos. Es verdad que en nuestro entorno cultural más próximo, en España, contiene un sesgo despectivo y acudimos a eufemismos como tercera o, incluso, cuarta edad, anciana, abuela, aunque jamás hayas tenido nietas. El debate está abierto en el campo de los estudios sobre este periodo cada vez más largo y complejo de la vida que se viene denominando proceso de envejecimiento. Acudir a la etimología, indagando sobre los orígenes de las palabras viejo, senior, mayor, veterano, jubilado, no alcanza a poner luz sobre la elección del término más adecuado.

Pero, ¿qué tiene de malo el término vieja? Los vinos viejos, los muebles viejos, llegan a adquirir un valor extraordinario. En algunos países de Latinoamérica se usa de un modo cariñoso para referirse a las madres independientemente de la edad o, incluso, para la propia pareja. Es subjetivo.

“Somos seres envejescentes y ser vieja o viejo no es ni bueno ni malo, simplemente es”. Son palabras de Irati Mogollón, socióloga, investigadora y autora de “Arquitecturas del cuidado”. Por lo tanto, restituyamos la dignidad al término, se lo merece.

Y porque soy vieja, no me hables como si fuera una niña. Es habitual, sobre todo en el entorno sanitario o de los cuidados: “tómate la pastillita, bonita”. El tuteo, el uso de diminutivos; el uso repetitivo del mensaje, la enfatización o el enlentecimiento del ritmo; la simplificación de las frases o el uso sistemático del plural: “nuestros mayores, nuestros abuelos”. Esta manera de comunicar forzada y paternalista obedece a una visión estereotipada de la vejez que devalúa, en función de prejuicios subjetivos, las capacidades de todo un colectivo tan heterogéneo como la sociedad misma en la que está enclavado. Es lo que se ha dado en llamar elder speak, habla edadista o infantilizadora que, según varios estudios, está vinculada al maltrato psicológico o emocional. Es devastadora.

“La mayoría de los adultos en edad avanzada, con un proceso normal de envejecimiento y sin déficits sensoriales, no tienen dificultades específicas con respecto al lenguaje y la comunicación... aunque puedan tener lugar algunos rasgos diferenciales como el enlentecimiento en el proceso de información”, dice Silvia Cabrera, psicogeriatra. Diversos estudios recientes apoyan la teoría de que dicha manera de dirigirse a las personas mayores genera en ellas malestar y disminuye la autoestima, pudiendo llevar a situaciones de aislamiento y depresión.

Como soy vieja, no soy una niña. He vivido lo suficiente para haber acumulado una gran experiencia, mucho bagaje. Toda una vida.

Y como sigo viviendo, participando, luchando y cuidando, pido que se me trate como una ciudadana con derechos. Soy abuela, pero muchas no lo son, no apliques el plural porque muchas de nosotras no nos vemos reflejadas. No soy anciana, pero si lo fuera y necesitara cuidados, que no se cierna sobre mí el estigma de ser considerada como la hija de la persona que me cuida.

Y como ser vivo pensante desde mi libertad, con capacidad de trabajar, de desear, de disfrutar y de emocionarme, reivindico el término VIEJA. Restituir su dignidad y darle un valor de uso.

Y como mujer, vieja y feminista, considero el lenguaje como un arma que sirva para crear experiencias comunicativas diferentes; desde el mundo de los cuidados, pasando por las  relaciones intergeneracionales hasta los medios de comunicación o las instituciones. En definitiva, para cambiar la vida. No me hables como a una niña.

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