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Sobre este blog

Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Esa mujer tan maja que me atiende

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Las dinámicas sociales y patriarcales que todavía persisten en la sociedad, son algunas de las causas para que las mujeres seamos más empáticas y poseamos una inteligencia emocional mucho más desarrollada que los hombres, lo cual nos predispone a ser las candidatas ideales para este tipo de trabajos precarios.

Ambas cualidades deberían valorarse de manera positiva. Sin embargo, la realidad es que, aunque las mujeres seamos mayoría en los Contact Center, solo un 48% de nosotras llega a representar cargos ejecutivos o de liderazgo en este sector, según la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido.

No quiero desmerecer el trabajo de nadie, pero mi experiencia como teleoperadora no fue agradable. Una de cada seis llamadas acababan en gritos, insultos y amenazas contra mí. Mi jefe de aquella época decía que prefería contratar a mujeres porque eran más respetuosas y generosas. Según él, las mujeres se acordaban más de los nombres de los clientes, de desearles un buen fin de semana y brindaban un servicio más efectivo y personalizado.

No es casualidad que las mujeres seamos más colaborativas, pidamos ideas y practiquemos más la escucha activa que los hombres; desde pequeñas, en el colegio, nos enseñan a ser educadas, respetuosas y a evitar los conflictos.

La primera persona a quien telefonearon desde la enfermería de mi colegio cuando me rompí la rodilla fue a mi madre, no a mi padre. Sin embargo, ella nunca me vino a buscar al colegio, ni tampoco a las reuniones con mis profesores y profesoras. No se lo reprocho, siempre trabajó mucho para sacar a nuestra familia adelante y enseñarme a ser una mujer independiente.

A pesar de todo, mi madre sí estuvo ahí cuando me vino la regla por primera vez y cuando la llamé para contarle que conseguí mi primer trabajo en el extranjero de teleoperadora en un Contact Center.

Tuve muchas compañeras a lo largo de mis dos años trabajando para diferentes empresas de atención al cliente. Ellas fueron las que me dieron un abrazo y me secaron las lágrimas, además de escuchar mis quejas diarias sobre las condiciones y los abusos que teníamos que soportar. A pesar de todo, probablemente yo fuese la más privilegiada de todas ellas: no tenía criaturas a las que alimentar, ni había escapado de mi país por la fuerza.

Recuerdo aguantarme las ganas de ir al baño llamada tras llamada. Apenas contábamos con un cuarto de baño para 30 mujeres, mientras los hombres eran cuatro y contaban con uno propio también. Por lo general, tocaba esperar por lo menos diez minutos y esto luego repercutía en nuestra productividad.

Hace poco vi Aloners, una película coreana que trata de una joven veinteañera que trabaja en un Contact Center donde solo hay mujeres. La protagonista vive una vida solitaria y evita convivir o hablar con otras personas a toda costa. Pese a todo, Jina no es capaz de estar verdaderamente sola, pues camina por todas partes con los auriculares puestos, ve vídeos en el móvil y duerme con la televisión encendida. El mayor miedo de Jina es enfrentarse a sí misma.

Me pregunto si mi trastorno de ansiedad estará relacionado con todo el estrés que sufrí durante aquellos años en el Contact Center, con escuchar día a día insultos, lloros, quejas y los problemas de los demás, sin poder darle a los míos la importancia que realmente se merecían.

Diez años han pasado desde que se estrenase la película Her, un drama sexualizado donde Joaquín Phoenix encarnaba a un hombre que acababa enamorándose de su asistente, una dulce y complaciente voz de mujer interpretada por Scarlett Johansson. No obstante, hemos avanzado poco al respecto, sin ir más lejos Alexa y Siri tienen voz de mujer. 

Parece que ser madre, amiga, pareja o hermana, conlleva escuchar los problemas de los demás, cuidarles, darles consejos y hacer que se sientan bien atendidos. Sin embargo, nosotras también queremos ser escuchadas y tener los mismos derechos y oportunidades, sin estereotipos ni sesgos machistas, tanto en la vida personal como en la laboral. 

En su poema ¿No quisieras ser mi hermana?, Amanda Gorman dice así: “Escúchame como mujer, tómame como tu hermana. En el amanecer púrpura de un campo de batalla, para poder decir que nuestra victoria apenas comienza”. A pesar de tener problemas de habla y de audición, las palabras de la joven activista resuenan hoy en todas nosotras.

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