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Albert Rivera vuelve de jurado a la liga de debate universitario donde empezó todo

Albert Rivera, en la Liga Española de Debate Universitario

Víctor Honorato

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No iba a ser un discurso político, porque oficialmente ya no se dedica a eso, pero hay cuestiones, enquistadas, a las que Albert Rivera vuelve siempre. “A algunos populistas no les gusta que haya empresas ‘malvadas’ que patrocinen cosas”, ironizó el exlíder de Ciudadanos, hoy miembro del despacho de abogados Martínez-Echavarría & Rivera. En efecto, el propio bufete al que da nombre, junto al banco Santander, Telefónica, la consultora EY, la multinacional de los embalajes Smurfit Kappa o Coca-Cola, entre otros, patrocinaron este año la Liga Española de Debate Universitario, en cuya fase final participaron 14 universidades del país, muchas de ellas públicas. En el asalto definitivo, el domingo en el teatro MIRA de Pozuelo de Alarcón, la universidad de Alcalá batió a la de Salamanca. “El mundo necesita gente como vosotros, aunque se hable más de los botellones y los destrozos. Me atrevería a decir que quien va a liderar la juventud de este país se parece más a vosotros que a los que son incívicos o destrozan nuestra sociedad”, aventuró Rivera, presidente del jurado, antes de anunciar los ganadores.

La liga de debate solo ha tenido nueve ediciones. De 2007 a 2019 estuvo en suspenso, y el año pasado regresó en formato telemático por la crisis del Covid. En 2001, en la segunda edición, la campeona había sido la Universitat Ramón Llull, con Albert Rivera en el equipo. “Fue una de las experiencias más bonitas de mi vida”, recordó el hoy empresario de la abogacía este domingo en Pozuelo, donde explicó que fue en aquel foro donde empezó a coger tablas para hablar en público sin despeinarse. Después se juntaría, románticamente, con “un grupo de locos que montaron un partido”.

La concejala de Educación de Pozuelo, Eva Cabello, había apelado en su intervención previa al concurso, de una tacada y sin muchos pormenores, a la tradición retórica de Sócrates, Demóstenes y el perfeccionamiento [moral] de Cicerón. Referentes quizás un poco excesivos para la competición de Pozuelo, donde la cuestión a dirimir era si España está o no “preparándose para una digitalización sostenible social, ambiental y económicamente”.

Los ocho jóvenes estudiantes (cuatro por equipo), se habían preparado el tema muy bien y se les vio hábiles, sueltos y elocuentes a pesar de los nervios, con lo que cabe aventurar que, probablemente, no habían estado de botellón la víspera. Todo el mundo iba muy bien vestido, e incluso entre las butacas se escuchó algún chascarrillo sobre el estilo ‘sport’ de Rivera, con vaqueros y zapatos deportivos. “El próximo año vengo en chándal”, rumió una integrante del equipo de la Universidad de Extremadura, ya eliminado.

Los debates universitarios tienen la particularidad de que uno tiene que defender la postura que le toque, esté de acuerdo o no. En general, no se entra en cuestiones filosóficas; tampoco da tiempo: las intervenciones están tasadas y pasarse siquiera unos segundos del turno resta puntos. El lenguaje no verbal, el dominio de la escena y las buenas maneras son esenciales. Los intervinientes, de traje, se daban las gracias ceremoniosamente a cada turno, durante las réplicas y a la hora de formular preguntas para poner a los rivales en un brete.

La parábola del bizcocho

Ganaron los de Alcalá, que defendieron correctamente, a juicio del jurado, una parábola según la cual digitalizar la sociedad no es igual que hacer un bizcocho. Abundaron los golpes de efecto: la transformación digital es como una lotería, dijo uno de los chicos, que se sacó un boleto del bolsillo para apuntalar la frase. Y en el turno final, el encargado sustrajo de la chaqueta un huevo (volviendo al bizcocho) que debería ser líquido, pero que sorpresivamente estaba duro. Jaque.

El equipo perdedor había optado, a su vez, por la anécdota del matemático húngaro Abraham Wald, quien calculó cómo minimizar daños a los aviones bombarderos aliados durante la II Guerra Mundial, teniendo en cuenta no solo los que regresaban a base, sino los que no volvían. De ahí pasaron a la necesidad de cubrir la brecha digital. Hubo guerra de estadísticas, con cifras del Gobierno, la CEOE, la UE o la UGT volando en uno y otro sentido. Los participantes hacían ademanes claros y concisos, miraban al público y a los contrarios a los ojos y hablaban a toda velocidad casi sin trabamientos de lengua. No hubo, por lo demás, referencias a las condiciones estructurales de partida. Ni rastro, como cabría prever vistos los ‘sponsor’, de materialismo dialéctico. Uno de los oradores del equipo ganador se atrevió a decir, sin mayor repercusión, que “depender de 27 países nos hace débiles”, breve enmienda a la naturaleza de los fondos europeos Next Generation. También, que “invertir en renovables” encarece la luz, sin que eso diese lugar a un repaso histórico del sistema eléctrico español o la figura del conde de Fenosa y demás próceres.  

“La gente ambiciosa está muy mal vista”

Esta modalidad de discusión oral, con todas sus bondades, puede hacer recordar, si se piensa mal, a una convención de viajantes publicitarios que glosan las cualidades de sus productos con un toque de impostura que se acepta como consustancial a la actividad. Rivera no contribuyó a difuminar esta sensación cuando, en su discurso, apeló a otra intervención que en los últimos 15 años ha sido referencia de todos los gurús de la motivación empresarial y el pensamiento individualista: el discurso del consejero delegado de Apple, Steve Jobs, en la universidad de Stanford en 2005, con sus exhortaciones a no perder “el hambre” y ser un poco atolondrado. “El mundo necesita gente que se arriesgue […] Gente ambiciosa, que en este país está muy mal [vista]”, convino Rivera, encantado con lo que acababa de ver. “Sed líderes”, emplazó. Los en torno a 200 asistentes estallaron en aplausos. 

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