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Casado, el breve (2018-2022)

Pablo Casado, el pasado 1 de marzo, durante su última Junta Directiva como presidente del PP.

Iñigo Aduriz

1 de abril de 2022 22:43 h

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“El PP ha vuelto”, vociferó Pablo Casado (Palencia, 1981) el 21 de julio de 2018 cuando confirmó su victoria en el XIX Congreso del Partido Popular y se erigió en el tercer líder de la historia de la formación conservadora, tras José María Aznar y Mariano Rajoy. Tres años y medio después, tras salir por la puerta de atrás empujado por los barones fácticos de su partido, la conclusión es que el PP nunca volvió y que desde luego no lo hicieron los votantes que le habían dado la mayoría absoluta en 2011 y más poder que nunca en 2015... ni siquiera los que le hicieron ganar las generales de 2016 siendo primera fuerza con una mayoría más ajustada.

Pero no fueron la pérdida de apoyo electoral, ni el constante acercamiento a la extrema derecha, a la que dio entrada en las instituciones, ni los casos de corrupción que coleaban pendientes de resolver en los tribunales los que acabaron con la carrera política de Casado, que este viernes, en la primera jornada del Congreso de su sucesión, anunció que deja todos sus cargos en el PP y también su escaño en Las Cortes.

Lo que finalmente ha propiciado su caída ha sido la cruenta guerra interna que desde hace meses rompió su relación de amistad con la hoy presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, una desconocida para el gran público a la que él mismo había colocado a dedo como candidata en 2019 con cierto rechazo interno, pero que, en apenas dos años, no solo logró hacer sombra a su mentor con un discurso aún más radical que el del propio Casado, sino que ha ganado elecciones hasta erigirse en uno de los grandes referentes del partido y sobre todo en la principal enemiga interna del líder.

El choque total a propósito de las sombras que siguen rodeando al contrato que permitió cobrar comisiones al hermano de la presidenta madrileña acabó forzando la renuncia de Casado a seguir en el cargo, el pasado febrero, al quedarse sin apoyos en esa batalla cruenta con la que fue su amiga. Desde este sábado, Casado deja oficialmente la presidencia del PP, aunque en realidad lleva más de un mes sin ejercer función ejecutiva alguna. Le va a suceder quien fue uno de sus barones, Alberto Núñez Feijóo, que renunció en el último momento a presentarse a las primarias en 2018 pero que siempre trató de marcar un perfil propio durante todos estos años.

Pese a presumir de ser el primer presidente elegido en primarias, el de Casado ha sido un liderazgo débil y corto, el más breve al frente del PP: tres años y siete meses, frente a los 14 años de Aznar y Rajoy, respectivamente. Aunque se acostumbró a citar como referentes a Aznar y a Fraga, acabó pareciéndose más a Hernández Mancha.

Ganó el XIX Congreso gracias al voto de los compromisarios después de que se conchabaran a su favor todos los rivales internos de la expresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, que fue quien obtuvo más apoyos en la primera fase de las primarias, al ser la dirigente que más votos recibió de la militancia del partido, y a quien se enfrentó Casado durante el cónclave.

Las causas que ensombrecieron su mandato

Él había sido el segundo más respaldado por los afiliados, pero a su candidatura se sumó después la exsecretaria general María Dolores de Cospedal –que durante el mandato de Rajoy rivalizó con Sáenz de Santamaría por el control del partido– que controlaba gran parte de las estructuras del PP, y también los demás aspirantes que concurrieron al proceso interno.

Esos apoyos condicionaron todo su mandato: tuvo que incluir en su dirección a dirigentes afines a Cospedal, que finalmente, al igual que muchos de los cargos cercanos a la también exministra, tuvo que dejar la política por su vinculación a un caso de corrupción, la Operación Kitchen, el espionaje al extesorero del partido urdido desde el Ministerio del Interior del Gobierno de Rajoy y desde Génova 13 para arrebatarle pruebas que pudieran incriminar a la formación conservadora en otra trama corrupta, la Gürtel.

Los juicios por esas prácticas, que siguen investigándose en los tribunales, debilitaron aún más a Casado, cuyo principal objetivo cuando llegó a la presidencia del PP tras la moción de censura de Pedro Sánchez a Rajoy era precisamente romper con el pasado corrupto del partido. No lo consiguió y, harto de recibir malas noticias de los juzgados, llegó a prometer la venta de la sede nacional del partido que, como casi todo en aquellos años, también estaba bajo sospecha de que se había pagado con dinero negro procedente de la caja B. Pero duró más la sede, que ya se prepara para acoger a su sucesor en la séptima planta, que el propio líder que en los últimos tiempos quiso erigirse en adalid de la limpieza del partido con una investigación abierta sobre las prácticas de su rival interna. Su argumento era poderoso: tenía pruebas de que el hermano de la presidenta madrileña se había lucrado con un contrato adjudicado a dedo por el Gobierno de la Comunidad de Madrid en el peor momento de la pandemia. “Cuando morían 700 personas al día en España”, como dijo Casado a Carlos Herrera en una entrevista que puso el último clavo en su mandato.

Años atrás, el propio Casado había tenido que explicar qué méritos había hecho para conseguir un máster. La misma jueza que investigaba a Cristina Cifuentes descubrió que el nuevo líder del PP obtuvo también el título sin ir a clase ni hacer exámenes. Elevó el caso al Supremo convencida de que el máster era en realidad “una prebenda” por su relevancia política. Un regalo.

Sin embargo, el alto tribunal se negó a investigarlo. Los jueces, encabezados por Manuel Marchena, dijeron que había “indicios de tratos de favor”, pero no de delito. En su resolución dejaron claro que no había rastro de los trabajos, que no fue a clase y que no saben cómo obtuvo los sobresalientes. Pese a todo Casado siguió adelante porque nadie en el partido puso muchos reparos a eso.

Primera derrota a los cuatro meses

Y eso que cuatro meses después de su triunfo en las primarias, Casado había encajado el peor resultado electoral para el PP en unas elecciones generales. El 28 de abril de 2019, los populares solo lograron 66 escaños en el Congreso, 71 menos que en los comicios anteriores. Muchos temieron la desaparición del partido. La repetición electoral de noviembre de ese año el líder del PP mejoró sus apoyos y alcanzó los 88 diputados, siendo la segunda peor cifra de la historia democrática para su partido.

El liderazgo de Casado se vio especialmente amenazado desde mayo de 2021, después de que la misma Ayuso a la que él encumbró como candidata para Madrid arrasase en las lecciones madrileñas, quedándose a solo cuatro escaños de la mayoría absoluta. Logró más representantes que la suma de las tres fuerzas de izquierdas y absorbió todo el voto de Ciudadanos –el que hasta dos meses antes había sido su socio de Gobierno–, que perdió toda su representación en la Asamblea madrileña.

La amenaza de Ayuso se justificó en la evidencia de que la “reunificación” en el PP de las derechas divididas en tres –además de los populares, Vox y Ciudadanos–, algo que obsesionó a Casado desde su triunfo en las primarias, nunca llegó a materializarse en las elecciones en las que él figuró como cabeza de cartel –los populares obtuvieron los peores resultados de su historia en las dos generales de 2019–.

La unidad sí se empezó a fraguar en Madrid, una de las plazas fuertes de los partidos conservadores, de la mano de Ayuso, que siempre quiso mantener un perfil propio y diferenciado del líder del PP, con unos mensajes radicalizados más próximos a Vox, partido al que también se acercó Casado en busca de un efecto electoral similar al de su baronesa madrileña.

La unidad del voto de derechas en el PP sí se ha mantenido en Galicia, otra plaza fuerte del conservadurismo, de la mano de un dirigente con un perfil muy distinto al de Ayuso: el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, al que dentro del partido consideraban el principal exponente del sector más moderado. Allí, ni Ciudadanos ni Vox tienen representantes en el Parlamento autonómico. Feijóo será ahora quien tome las riendas del partido, por aclamación, con el apoyo, también, de Ayuso.

El cariño a Ayuso en las calles

El presidente nacional de los populares palpó la amenaza de su compañera y amiga en las calles. La indiferencia generalizada con la que desde hace meses le han acogido a él en las concentraciones o actos públicos incluso sus propios votantes contrastó con el furor que genera Ayuso entre el electorado conservador, cuya última evidencia se pudo ver en las concentraciones de febrero, siendo la más masiva la que tuvo lugar a las puertas de la sede nacional del PP y que pedía la dimisión de Casado.

Casado nunca consiguió superar la división del electorado de derechas, aunque su estrategia de radicalización que en todas las citas electorales celebradas desde 2018 –con la excepción de los comicios madrileños de mayo en los que el triunfo es más atribuible al personalismo de Isabel Díaz Ayuso que al líder del PP– resultó fallida, y que le llevó a acumular consecutivas derrotas en las urnas, sí empezó a darle frutos en las encuestas hasta el pasado otoño.

Pero además de por el impulso que supuso para el PP el triunfo de Ayuso, esa recuperación en las encuestas se explicó por el desgaste del Gobierno durante la gestión de la pandemia y por el hundimiento de Ciudadanos, una de las tres piezas de la derecha, que ha sufrido un varapalo tras otro en las urnas desde el 10N, pasando de primera a séptima fuerza en su principal plaza, Catalunya, y desapareciendo de la Asamblea de Madrid.

Casado dio por amortizada a la formación de Inés Arrimadas, lastrada por sus continuos virajes y absorbida ya en parte por el PP no solo a nivel electoral sino también en el caso de algunos de sus dirigentes más destacados, como Fran Hervías o Toni Cantó, que se han pasado a las filas populares.

Lo que no consiguió durante su breve reinado fue neutralizar a su rival por la derecha, Vox. Pese a contemporizar con su discurso y sus formas, el partido de Santiago Abascal se ha mantenido en las últimas citas electorales –en las de Castilla y León pasó de uno a 13 escaños, mientras el PP apenas logró dos más, con menos votos que en 2019– y resiste en las encuestas, suponiendo el principal lastre para que el PP logre una mayoría holgada cuando se vuelva a llamar a las urnas.

Las relaciones con Vox

La relación de Casado con la extrema derecha tuvo idas y venidas. Mientras PP y Vox mantuvieron sus alianzas –con distintas fórmulas– en Andalucía, la Comunidad de Madrid, o la Región de Murcia, además de en consistorios tan importantes como el de Madrid o Zaragoza, en los últimos años han aireado a la vez, públicamente, sus malas relaciones.

Casado estuvo meses tratando de diferenciarse de la extrema derecha, tras ofrecerle ministerios el último día de la campaña electoral de 2019, y escenificó en octubre de 2021 una teórica ruptura con Santiago Abascal durante la fallida moción de censura registrada por Vox contra Pedro Sánchez. Pero la dependencia del partido ultra para mantener gobiernos autonómicos y municipales y la batalla por la hegemonía de la derecha –y por el mismo electorado– que mantienen ambas formaciones desde hace tres años forzaron al jefe de la oposición a adaptar de nuevo su agenda al paso que le marcaba Abascal.

En su última etapa, el ya exlíder del PP contemporizó con algunos de los postulados de la extrema derecha, sobre todo en materia de inmigración, en contra de avances sociales como la eutanasia o la ley trans y, más recientemente, con su connivencia con el revisionismo histórico con la Guerra Civil y la dictadura.

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