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“Estar parado influye muy poco en el partido al que se vota”

Mario Pais Beiro

Las encuestas de cara a las elecciones europeas del 25 de mayo prevén una abstención que podría llegar al 60% del censo electoral, record histórico en una cita con las urnas. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? Miguel Ángel Caínzos, profesor de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidade de Santiago de Compostela, junto a Carmen Voces, profesora de Psicología en la UNED, acaba de publicar un estudio en la Fundación Alternativas que relaciona el desempleo y el comportamiento electoral.

¿Cuáles son las principales conclusiones?

Hasta donde hemos comprobado, estar parado influye muy poco en a qué partido se vota, al menos en las elecciones generales celebradas entre el 1979 y 2011, que son las que atañen a este estudio. Estar en situación de desempleo sí que aumenta la probabilidad de abstenerse, entre 6 y 12 puntos porcentuales. Concretamente, en las elecciones generales de 2011, supuso una participación 8 puntos menor en los parados que en los ocupados.

¿En qué varía la actitud de un votante cuando pierde el empleo?

Esa sí ya es una pregunta más complicada de responder. Probablemente, se podría decir que lo que se genera es en primer lugar descontento, preocupación, ansiedad... pero en términos personales. Esto, según una larga tradición de investigaciones sobre los efectos psicosociales del desempleo, se traduce en una cierta rebaja de las expectativas, en una preocupación por cuestiones más inmediatas y vitales, y si se alarga mucho la situación en el tiempo en un cierto grado de fatalismo, lo cual en términos políticos puede traducirse en cierto desencanto, desentendimiento de la política y en general de lo público.

Analiza el comportamiento electoral de los parados a lo largo de toda la democracia. ¿Nos comportamos igual a lo largo de estos 35 años?

Los parados, básicamente sí. Hay algunas variaciones a lo largo del tiempo, por supuesto, pero lo más destacable es que los parados no se diferencian de los ocupados en cuanto a qué partidos votan, y eso es igual en las primeras elecciones del período de la Transición que cuando la democracia está ya consolidada, haya tasas de paro muy altas o muy bajas. En ese sentido sí parece haber una constante.

Luego, aunque con algunas excepciones, que son las elecciones celebradas entre el 93 y el 2000, también es constante el hecho de que los parados se abstienen más. Nuestros resultados son bastante estables a lo largo del tiempo. Da la impresión de que no ha habido factores que hayan alterado esto de manera apreciable.

¿Cuando aumenta la lista del paro descienden los ciudadanos políticos? ¿La crisis está construyendo una sociedad pasiva?

En términos generales sí parece que al menos quienes sufren directamente de manera más grave los efectos de la crisis, en lugar de estar mucho más activos políticamente, lo están menos. Hay estudios aparte del nuestro que se han centrado en otras formas de participación política, que muestran con datos de panel recientes que los parados también participan menos que los ocupados en otras formas de acción política. Y además esto encaja bastante, aunque choca un poco con la visión generalizada entre los ciudadanos, con una tradición bastante larga de análisis en sociología y ciencia política que muestran que en general, con algunas excepciones, las acciones de protesta o de movilización política no suelen ser llevadas a cabo por aquellos que se encuentran en peor situación económica, sino por aquellos que disponen de recursos, tiempo y de unas condiciones psicológicas que son favorables para la movilización. Si uno tiene que preocuparse por lo más inmediato y vital, pues es fácil que no se movilice.

Con una tasa del paro superior al 25%, ¿podemos predecir un aumento de la abstención en el próximo ciclo electoral que se abre con las europeas?

Esto es un poco difícil de prever. Ya me parece bastante difícil predecir el pasado para hacerlo con el futuro. Yo creo que depende de cuál sea el balance entre dos tendencias que pueden impulsar en direcciones contrarias. Una es el descontento hacia la situación que se puede traducir en deseo de voto de castigo hacia aquellos que los ciudadanos consideren responsables de la situación, independientemente de que acierten o no en sus juicios. Y los deseos de cambio que podrían dar lugar a que se apoyen a fuerzas alternativas, el famoso escenario en el que se insiste mucho actualmente en el debate político sobre si estamos ante el fin del bipartidismo o no. Esto podría hacer que los niveles de participación se mantuviesen o incluso aumentasen.

Está claro también que hay un descontento que va más allá de cuál es el partido que está en el Gobierno y que tiene que ver con la respuesta que dan las instituciones políticas a los problemas de los ciudadanos, y a la percepción de que los gobiernos nacionales cada vez tienen un campo de maniobra menor, de que en último término da igual a quién se elija porque las políticas van a venir dadas por presiones de la UE, del BCE, de poderes económicos multinacionales... Todo esto podría llevar a cierto desencanto que se tradujese en abstención.

Yo creo que la cuestión está en cuál de estos dos factores predomina más. Yo tengo la impresión de que de cara a estas europeas podría predominar más el que impulsa hacia la abstención, pero es más difícil ver lo que ocurrirá en otras citas electorales.

Siempre pensamos que la abstención se relaciona con la desafección política y la corrupción. ¿Es así o pesa más la situación económica?

Mi impresión, no basada en análisis de datos dirigidos específicamente hacia esta cuestión, es que puede haber un efecto de interacción, en el que los efectos del descontento, la percepción de una corrupción muy extendida y la preocupación por la situación económica se puedan multiplicar y hacer que el efecto global sea mayor que el de cada uno por separado, y que esto contribuya bien en la dirección de castigo, bien, más probablemente, en la dirección de la abstención, al menos a corto plazo.

Hay muchísimos estudios en numerosos países que muestran que los ciudadanos no castigan mucho la corrupción en términos electorales. Es decir, esto que a veces se presenta en los medios de comunicación como lo escandaloso que es el caso español, porque se vuelve a votar a los mismos partidos que están inmersos en prácticas corruptas, ocurre prácticamente en todos los países en los que hay corrupción política, no es peculiaridad o una perversión española. Los ciudadanos la castigan relativamente poco porque probablemente les importan más otro tipo de cuestiones, como qué les ofrecen los políticos. Seguramente, si la situación económica es buena, se castigará todavía menos la corrupción; si la situación es mala, los efectos de corrupción y crisis se multiplican y pueden dar lugar a más castigo o más abstención.

Si un parado cree que un voto no cambia nada, ¿debería el sistema reflexionar?

Los agentes que están implicados en el funcionamiento del sistema deberían reflexionar y yo estoy convencido de que reflexionan; lo que ocurre es que no es fácil dar respuestas a problemas como este. Centrándome en la pregunta, sin duda tendrían que reflexionar y sería necesario tomarse en serio en qué medida las democracias representativas han evolucionado en una dirección en la que los gobiernos elegidos tienen una capacidad muy limitada de intervenir y modificar la realidad. Es decir, plantea un problema que afecta directamente al núcleo mismo del funcionamiento de la democracia representativa este tipo de cuestiones. Pero es más fácil reflexionar que resolverlos.

¿Castigan más los votantes de izquierdas que los de derechas en tiempos de crisis?

Esta es una de las cosas que nos planteábamos en el trabajo. Nosotros no valoramos todas las posibles formas en las que estar en paro puede afectar al voto, porque son muchísimas; esta es una pequeña pieza de una investigación más amplia en la que nuestra idea es ir probando sucesivamente otras muchas hipótesis. Pero una de las que sí tuvimos en cuenta es la posibilidad de que hubiese comportamiento distinto dependiendo de la ideología de los electores. Partíamos de dos posibilidades alternativas: una, que los electores de izquierdas fuesen más propensos a castigar al Gobierno si se quedan en paro, porque entendíamos que es más propio de las personas situadas en la izquierda el tener una concepción más colectivista, menos individualista, de la realidad social y tender a politizar su experiencia. La otra sería la de que al partido en el Gobierno lo castigasen más sus afines, porque los que están en el campo ideológico contrario ya no lo iban a votar en cualquier caso.

Cualquiera de las dos hipótesis parecía bastante razonable. Sin embargo, encontramos que no tienen apoyo en los datos, a excepción de las elecciones celebradas en 1986. En ese año sí encontramos que los electores de izquierdas que estaban en paro votaban al PSOE menos que los que estaban ocupados, es decir, que había un voto de castigo al Gobierno socialista por parte de los votantes de izquierdas, pero fue el único caso en que encontramos algo parecido. Por tanto, la impresión que dan nuestros resultados es que hay bastante homogeneidad en la reacción, al menos en lo que se refiere al efecto del paro.

¿Y sin tener en cuenta el factor del paro? ¿Los de izquierdas castigan más a su partido?

Probablemente depende de en qué. Por ejemplo, en el caso de la corrupción, se dice a veces que los de izquierdas castigan más. En algunos contextos sí, pero no mucho más. Por ejemplo en EEUU hay estudios que muestran que los votantes de los demócratas castigan un poco más que los votantes republicanos a los candidatos demócratas cuando están implicados en algún caso de corrupción. En España yo no conozco estudios que lo hayan comprobado de manera muy firme; entonces yo creo que depende de por qué los castiguemos.

Lo que sí parece claro es que la base electoral del PP es mucho más fiel y estable que la del PSOE o IU. Si uno ve la serie de resultados electorales del PP, sin entrar en más finuras, desde 1996 se ha mantenido prácticamente invariable en torno al 30% del censo. Si uno ve en cambio lo que ha ocurrido con el PSOE es casi como una montaña rusa: un descenso notable en 2000, una subida muy grande en 2004 y 2008 y un desplome absoluto en 2011.

Esto va unido además a que en determinadas situaciones los electores de izquierdas tienen una mayor probabilidad de abstenerse. Es decir, no es tanto que cambien su voto hacia otros partidos en caso de estar descontentos sino que tienden a abstenerse. Por ejemplo, en los años 2000 y 2011, coincidiendo con los grandes descensos del PSOE, hay un aumento notable de la abstención, sobre todo de electores de esta orientación ideológica. Parece que sí es verdad que son votantes un poco más fluctuantes los de izquierdas.

En su estudio se afirma que los electores con trabajo podrían ser más proclives a alterar el voto al ver que hay paro. ¿Es el miedo un factor electoral?

Esto es algo que nosotros no hemos abordado directamente en este estudio, pero una de las razones que apuntamos por la cuales puede no haber diferencias entre ocupados y parados es justamente el de que a los ocupados también les importe la tasa de paro existente. Pero esto a su vez puede generar una reacción y una conducta de voto por dos razones, que no son excluyentes: una es directamente la preocupación por la marcha del país, digamos por una visión entre comillas “altruista”, y otra por una posición, también entre comillas y sin connotación negativa, “egoísta”, es decir, pensar “con lo mal que le va al país, con el paro que existe, me puede afectar a mí”. Esto puede generar cierta ansiedad o preocupación por la posibilidad de perder al trabajo y esto a su vez puede tener consecuencias a nivel electoral.

De hecho una de las líneas de investigación que va a dar continuidad a este trabajo es la de en qué medida hay una asociación entre el voto y la preocupación expresada en encuestas por la probabilidad de perder el empleo. Hay trabajos en otros países que sí que muestran que la ansiedad o la preocupación por perder el empleo tiene efectos sobre el comportamiento electoral.

¿Cree que las conclusiones que se extraen de su estudio interesan a los partidos políticos?

Sería un poco vanidoso pensar que se van a preocupar por las conclusiones de nuestro estudio a la hora de diseñar sus estrategias. Yo creo que claramente, a pesar de que muchas veces se acusa a los políticos de estar desconectados de la ciudadanía, de que no les importa lo que les ocurra a los ciudadanos normales... Es decir, a mí me parece que encierra una cierta visión populista que sin duda se ve fomentada por algunas actitudes o comportamientos, pero que deforma bastante la realidad. Los políticos los hay de todo tipo de extracciones sociales, aunque esté sesgada evidentemente (no representan a la ciudadanía en términos descriptivos). Son ciudadanos y cabe suponer que les preocupará la situación del país, la situación de los seis millones de parados... Aunque luego la interpreten y quieran abordarla teniendo en cuenta determinados puntos de vista, visiones ideológicas, intereses, etc.

Además, a ellos mismos les va mucho en dar respuestas a esos problemas. Incluso si tuviésemos una visión muy cínica y pensásemos que lo único que le importa a los políticos es salir reelegidos, ese sería un buen estímulo para preocuparse por abordar este tipo de problemas. Lo que ocurre es que yo tengo la impresión de que los políticos no es que no nos representen porque están desconectados de nosotros, sino que nos representan demasiado bien porque son igual de impotentes que nosotros; es decir, porque la capacidad que tienen de intervenir para modificar la realidad es muy limitada y cada vez más limitada, porque está sometida a la influencia de un montón de factores que no controlan.

Si la economía es un factor corrector del voto, ¿dónde quedan las ideologías?

Yo no exageraría la pérdida de importancia del voto ideológico en absoluto. Hay un componente del voto que reciben los grandes partidos, incluso algunos de los pequeños, que tiene un sentido ideológico muy claro y que tiene bastante estabilidad; la importancia de los vínculos afectivos con los partidos sigue siendo grande. Es verdad que hay algunos factores que apuntan a que se ha debilitado un poco, a que se tengan más en cuenta factores de corto plazo, pero en todo caso mi impresión es que a la mayor parte de los electores les sigue resultando muy difícil dar un salto de un campo ideológico al contrario. Hay ahí, sí es verdad, un segmento del electorado que se encuentra en posiciones intermedias, que fluctúa y puede orientarse por factores de corto plazo, pero no creo que eso ocurra con la mayor parte del electorado.

Lo que ocurre es que esto no es contradictorio con que la apreciación de la economía del país influya en las elecciones, lo que ocurre es que la situación económica se interpreta de manera distinta desde distintos prismas ideológicos y se atribuye especial capacidad para resolver los problemas a unos u otros partidos atendiendo a criterios que están sesgados ideológicamente. Entre otras cosas, porque, por ejemplo en el caso que a nosotros nos interesaba, el paro, poner en marcha buenas políticas para combatirlo puede significar cosas bastante distintas dependiendo de si uno es de derechas o de izquierdas. Entonces, las dos cosas no son enteramente independientes y desde luego no son contradictorias entre sí.

Esa depresión en la participación política que ustedes reflejan en su estudio ¿tiene algún precedente histórico?

Sí, en realidad casi se podría decir que es lo más común. Es mucho más frecuente que, hasta donde yo conozco, los estudios disponibles hayan encontrado que el desempleo, la privación económica, lleve a la inhibición política, a la falta de participación, más que empujar a la movilización. De hecho algunos de los estudios más clásicos que encontraron este efecto digamos políticamente inhibidor del desempleo fueron realizados en la época de la Gran Depresión, en particular en Austria. Hay un estudio famoso de Lazarsfeld y otros autores que encontraron una ciudad con un caso extremo de desempleo, con un porcentaje elevadísimo de la población en paro, en el que estudiaron los efectos psicosociales y políticos del desempleo, y encontraron justamente que lo que había era este síndrome del que antes te hablaba que conduce a la rebaja de las expectativas, a centrarse en lo inmediato, a la abulia, al fatalismo, y que desde luego no era políticamente movilizador.

Otros estudios centrados en la Gran Depresión en EEUU han tendido, retrospectivamente y con carácter histórico, a apuntar que este efecto desmovilizador del paro es mayor que el efecto movilizador que pudiese tener. Es razonable, y más en la situación de los años 30 que en la actualidad. En los años 30, sin la cobertura que dan actualmente las políticas sociales del Estado de Bienestar, la gente que estaba en una situación de paro de larga duración estaba en unas condiciones de buscarse las vidas desesperadamente, y por tanto se preocupaba por otras cosas y no por la participación política.

¿Si la economía y el paro mueven a la abstención, se puede extender ese fenómeno en los ámbitos familiares? Dicho de otro modo, ¿votan menos los integrantes de familias con algún miembro en paro?

Eso, lamentablemente, no lo hemos podido estudiar porque los datos de las encuestas habitualmente disponibles no tienen información sobre la situación de desempleo de otros miembros de la familia. Para estudiar esto haría falta una encuesta fantástica, que tuviese una muestra muy grande, datos de carácter político, datos detallados sobre la situación económica de los miembros de la familia... y no la tenemos. Requiere mucho dinero.

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