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“Me preocupa que haya grupos que piensen que el Congreso es solo un plató de televisión”

Chesús Yuste con su última novela, Asesinato en el Congreso

Mario Pais Beiro

Chesús Yuste (Zaragoza, 1963) fue diputado en el Congreso por la Chunta Aragonesista entre 2011 y 2014. De su etapa en Madrid se llevó no solo la experiencia como representante de los ciudadanos, sino también material suficiente para su segunda novela, Asesinato en el Congreso (Editorial Xordica, 2017).

Yuste hace una reflexión en esta novela negra sobre la crisis política y social que vivimos, dejando entrever en sus personajes una parte de la realidad que nos ha tocado vivir en los últimos años. “Todo es falso salvo alguna cosa”, la ya famosa frase de Mariano Rajoy, es la introducción al lector en la historia, dejando claro desde el principio que ficción y realidad corren paralelas entre sus líneas. 

Un asesinato en el Congreso es, cuanto menos, una trama sorprendente. ¿Cómo surge la idea?

Desde que fui elegido diputado. Un amigo de Madrid me dijo: “Vas a escribir algo tremendo porque vas a tener muchísima inspiración”. Yo le contesté que inspiración tendría, pero no tiempo. Tenía el título: Asesinato en el Congreso, que lo tomo prestado de Vázquez Montalbán y su Asesinato en el Comité Central, pero no tenía clara la novela en sí.

Con el tiempo fui anotando ideas, anécdotas, curiosidades, fui pensando cómo podría ser la trama y enseguida vi que tenía entre manos una historia potente. De alguna manera, tenía la oportunidad de narrar en clave de ficción la decadencia del sistema político de la Transición.

En aquel momento, la crisis económica y social había dejado al descubierto las vergüenzas, el agotamiento del sistema político de la Transición, y creo que lo que estamos viviendo es eso. Pretendo contar esa historia en clave de novela policíaca para hacerlo más ameno y para visualizarlo mejor.

¿Cuánto hay de autobiográfico de su experiencia en el Congreso?

La mayoría de los discursos son míos, y alguno lo he tomado prestado de mi compañera de grupo Laia Ortiz. Cuando se habla de la actividad parlamentaria todo lo que se cuenta ocurrió. Los he utilizado para contar la historia de lo que han sido estos años, toda esa parte de vida parlamentaria es real.

¿Pretende hacer una radiografía de la situación política y social actual?

Sí. Más allá de la novela policíaca, hay una radiografía de la España de Rajoy y una visión muy cruda de lo que está pasando, cómo se ha empobrecido la sociedad, no sólo por efecto de la crisis, sino de las políticas que se plantearon para responder a la crisis y que han provocado el empobrecimiento social y un daño irreparable en varias generaciones de ciudadanos.

Relata la experiencia de los diputados de un grupo pequeño, que no llegan a las comisiones y pasan apuros para desarrollar su labor parlamentaria. ¿Juegan en desventaja?

Hay una desventaja, y es que tienes que estar en varios sitios a la vez. Cuando haces iniciativas es relativamente fácil que te coloquen en distintas comisiones al mismo tiempo. A cambio también hay que decir que ya le gustaría a muchos diputados de los grupos mayoritarios tener la visibilidad que tenemos nosotros, matarían por salir a tribuna las veces que salimos nosotros. Su trabajo es mucho menos visible.

Su ficticio presidente del Gobierno se llama Manolo Rajón, Nora Murua es una diputada de un grupo minoritario que procede del 15M. ¿Pretendía que hubiese un paralelismo muy fuerte que ayudase al lector?

Los protagonistas, Nora Murua y Bruno Mairal son ficción cien por cien, aunque haya usado personajes reales para inspirarme. Pero luego hay personajes fácilmente identificables como el caso de Manolo Rajón o el de la vicepresidenta Zoraida Sáez de Santayana. Lo que pretendo es que el lector sepa que estamos en terrenos de ficción, por eso los nombres no son reales, pero al mismo tiempo les suena todo tan real que, como digo al principio del libro tomando prestada una cita de Rajoy, “todo es falso salvo alguna cosa”.

En la novela, todo es ficción salvo alguna cosa. Me muevo en ese terreno resbaladizo entre la realidad y la ficción y el lector sabrá discernir dónde está cada cosa.

¿Cómo es el proceso creativo de una novela en la que se mezclan ficción y realidad?

Hay tres niveles narrativos en esta novela. Por un lado la trama policíaca: una joven diputada y un veterano periodista encuentran una pista que ellos creen que está relacionada con el asesinato de un diputado que se ha cometido en el Congreso en un día con protestas de Rodea el Congreso, con altas medidas de seguridad. Esa es una trama policial que va hasta el final de la novela.

Luego hay otra trama que es la vida cotidiana de los diputados en Madrid y en su circunscripción. Eso quería que se reflejara porque suele ser un trabajo invisible, solo se ve en los medios de tu provincia cuando has podido preguntar al presidente o presentado una moción, pero todo el trabajo previo no se ve. Me apetecía dejar constancia de eso, de lo que tiene que ser y es el trabajo de un diputado.

Y por último está la trama de la crisis social que vemos en desahucios, en manifestaciones, en la gente que lo está pasando mal. El trabajo artesanal ha sido ir relacionando esos tres niveles y encajarlos. He salido satisfecho con el resultado final.

¿Es en cierto modo también una reivindicación del papel del diputado?

En parte, sí. Labordeta escribió las Memorias de un beduino, pero yo no soy Labordeta, lo mío es más la novela negra. Por eso he elegido quizás este formato, porque es el que te permite también contar cómo es la realidad de la sociedad, lo que se guarda debajo de la alfombra. A parte de eso, otro objetivo era narrar esas crisis económica, social y política de una forma muy cruda, describir la crudeza del sistema de poder existente y por otra parte también reivindicar de los diputados de a pie, que no tienen horas en el día para hacer todas las cosas que se van acumulando.

Usted compartió escaño con Labordeta en las Cortes de Aragón, y ambos fueron diputados en Madrid. ¿Cómo ve el nivel y el papel de la diputados y la Cámara Baja actuales?

Estamos en una legislatura sin mayoría absoluta, sin frontón, en la que el trabajo parlamentario es importantísimo porque se pueden lograr muchas cosas. ¿No se podrá conseguir todo? Por supuesto. Pero se pueden conseguir muchas cosas que afectan directamente a la vida de la gente. A mí me parece tristísimo que alguien pueda caer en la tentación de dar la legislatura por perdida.

Entiendo lo de ponerse camisetas reivindicativas, y era algo que nosotros hacíamos, pues es una manera de poner voz a lo que se estaba moviendo en la calle, de darles visibilidad desde el Congreso, pero el trabajo del Parlamento no puede ser sólo eso. Me preocuparía que hubiese grupos que pensaran que el Congreso es solo un escenario, un plató de televisión y que no vale la pena hacer un trabajo político y parlamentario normal. En esta legislatura que no hay mayoría absoluta, es obligado.

Tanto usted como Labordeta, a parte de su labor política, tienen su lado artístico. ¿Contemplan ese lado artístico también como una forma de expresión política?

Todo el mundo que quiere cambiar la sociedad en la que vive tiene una cierta vocación política. En ese sentido reivindico la etimología griega política y de la palabra político, el que se preocupa del bien común, de la polis. Siempre he tenido inquietud política, antes o después de estar en un partido o en un cargo.

La literatura es una vocación que en mi caso me permite seguir viendo el mundo, analizándolo y comunicando ese análisis. Ese papel se puede hacer igual en una tribuna de un parlamento, un atril de una campaña electoral o a través de un libro.

El asesinato de la novela ocurre durante una manifestación de Rodea el Congreso. La movilización social está presente en el libro. ¿Qué papel juega?

Me gustan las novelas corales, con varios protagonistas. En este caso hay dos protagonistas, la diputada y el periodista, junto al comisario Robles, que representaría el papel policial. Pero más allá de ellos tres hay muchos más personajes, muchos anónimos que representan muy bien esta sociedad que estamos viviendo.

Los que se manifestaron para parar los recortes, para detener desahucios son también héroes y merecen una cuota de protagonismo en el libro y un reconocimiento social por lo que hicieron frente a una involución que hemos estado sufriendo de una manera injusta.

¿Y cómo ve la situación actual?

La movilización se detuvo cuando se generó una expectativa de que podía llegar a alcanzarse el cambio por vía electoral. A partir de ahí estamos en un proceso de retroceso. Hay una cierta decepción social porque el cambio no se ha producido todavía, pero creo que el cambio llegará. Haber estado un año sin gobierno es la prueba evidente de que el sistema político está en una crisis definitiva.

Como diría Gramsci, lo nuevo no ha acabado de nacer y lo viejo se resiste a morir. Estamos en ese momento de transición en el que no sabemos cómo vamos a acabar. Es probable que los partidos del sistema logren regenerarse y vuelvan a convencer a la mayoría social de que vale la pena seguir otros 30 o 40 años con un sistema recauchutado o puede que cometan errores y que provoquen que a corto plazo haya un cambio, que la ciudadanía vote a otros partidos, se resetee el sistema y se plantee un cambio político más amplio de lo que ahora podemos esperar.

Hay un personaje enmascarado. ¿Qué intenta representar con él?

Una de mis influencias es Petros Markaris, quien en sus últimas novelas narra la crisis y el rescate griegos a través de un personaje que asesina a banqueros y culpables de la crisis. Eso me sugirió un personaje de ficción que completara la novela, un justiciero que señalase a los culpables, que fuese el reproche social, pero que no podía hacerlo de forma violenta para no poder ser equiparado con los malos de la novela. En ese sentido quise salvaguardarle del estigma de la violencia.

¿Están presentes en la obra las cloacas del Estado, tan de actualidad últimamente?

Están presentes porque es una descripción muy cruda de cómo es el sistema de poder en España, y hay también una reflexión sobre la corrupción. Creo que cuando hacemos esta reflexión a veces nos centramos en los corruptos y se nos olvidan los corrompedores. En esta novela hay una visibilización de los corrompedores, y hasta ahí puedo leer.

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