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Del escaño a la tertulia: políticos copan la parrilla del prime time

Carmen Calvo, Pablo Iglesias y José Manuel García-Margallo en la Cadena SER.

David López Canales

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Lunes, 6 de septiembre, diez de la noche, programa Hora 25 en la cadena SER. “¿Qué les ha llevado a decir que sí para estar aquí?”, pregunta el periodista Aimar Bretos, director del programa, a sus invitados. A su izquierda, Carmen Calvo; a su derecha, Pablo Iglesias y José Manuel García-Margallo. La pregunta enunciada es para los tres, pero la pregunta, en realidad, va dirigida a los dos primeros. Hasta el 31 de marzo, las conversaciones entre Calvo, del PSOE, hoy exvicepresidenta del Gobierno, e Iglesias, de Unidas Podemos, desde aquel día exvicepresidente segundo, eran secretas. Así son, por ley, las deliberaciones del Consejo de Ministros. No trascendía el contenido, pero sí un runrún, más o menos intermitente, de polémica y complicada sintonía entre ambos. El lunes sus conversaciones, su debate, pasaba a ser público.

Cuanto más, mejor para la emisora que los había fichado. Lo había anunciado el propio Bretos unos días antes, en Twitter. “Nos ha cundido el mercado de fichajes: Pablo Iglesias, Carmen Calvo y José Manuel García-Margallo. Solomillo en la nueva etapa de H25”, escribía en la red social. Parecía el anuncio de un club de fútbol. Y así se esperaba, salvando las distancias y sin pantalones cortos, el debut el lunes. “Es una oportunidad de hacer algo que sea distinto. Huir del griterío y la agresividad”, afirmaba Iglesias en ese estreno. “En este país casi nunca te encuentras a alguien que diga ‘no lo sé’ o ‘lo tengo que pensar...'”, reflexionaba Calvo. Así arrancaba la tertulia que Aimar Bretos, al frente por primera vez de este célebre programa de la radio, que ha bautizado como El Ágora.

“La clave está en reunir a personas cuya opinión sea indiscutiblemente respetada por su trayectoria y su nivel intelectual, pero que al mismo tiempo, y precisamente por esa trayectoria, tengan ya la libertad de decir lo que les dé la gana”, explica su objetivo el propio Bretos a elDiario.es.

Otro ejemplo: miércoles, 8 de septiembre, cuatro de la tarde. El programa Todo es mentira, de Cuatro, que presenta Risto Mejide, anuncia también en Twitter: “Muy atentos porque a las 17:35 vamos a hablar con el nuevo fichaje como colaboradora de Todo es mentira. Una mujer que podría haber cambiado la historia de España”. Pocos días antes de que el lunes 6 –los medios son como los colegios– empezará la nueva temporada, el programa ya había anunciado el fichaje del exministro socialista José Luis Ábalos.

Como Iglesias o Calvo, Ábalos da el salto a las tertulias apenas tres meses después de haber dejado el Gobierno. Pero había más. El miércoles, a las 17:35, como prometían, en Todo es mentira anunciaban también el fichaje de la socialista Susana Díaz. “¡Completamos el mejor equipo de toda la televisión en España!”, proclamaba el programa. Ni el París Saint-Germain anunciaba así el fichaje de Messi en agosto. Díaz, además, que dejó el parlamento andaluz en julio, se ha pasado a la televisión haciendo doblete: también estará, por las mañanas, en El programa de Ana Rosa. Las tertulias se han convertido hoy en una inmediata puerta giratoria para la política. Para entrar, en el caso de los políticos jóvenes que se foguean en el debate y ganan popularidad con ellos, como ha sucedido con figuras relevantes como Pablo Iglesias, Pablo Casado o Albert Rivera. Pero también para salir, como se ve en este comienzo de temporada con Iglesias (que también participa en la tertulia de RAC1 en Cataluña), Calvo o Díaz.

“Los posibles titulares y repercusión que te puede dar un político como fichaje no te los da un periodista”, lo justifica Xelo Montesinos, consejera delegada de Unicorn, productora, entre otros, de El programa de Ana Rosa. “Además de que los políticos, cuando ya no están en activo, tienen una postura más crítica y entran más en el cuerpo a cuerpo. Dan más juego”, añade. Para Bretos, estos políticos “están en disposición de anteponer su criterio al interés inmediato del partido al que representan o representaron. En mi caso, los tres –Calvo, Iglesias y García-Margallo– están en ese punto. Y eso es fundamental para un debate profundo y honesto, que no sea un cruce de argumentarios”.

La realidad, más allá de la sorpresa de anunciar sus fichajes como futbolistas, es que la política hoy vende e interesa. Llena programas y parrillas de programación. Hay más espacios políticos y las tertulias también han aumentado y se han alargado. El fenómeno no es nuevo. Al contrario, es la continuación de un cambio de tendencia que se originó con la crisis de 2008 y que, de hecho, tuvo su auge en los años posteriores. Después llegó la aparición de los nuevos partidos políticos y las numerosas elecciones que se han celebrado en España. Cinco generales en diez años, incluida una moción de censura. El procés catalán. Y convocatorias municipales y autonómicas que, como las últimas anticipadas de Madrid esta primavera, acaparaban la atención y el debate en todo el país.

Este auge, esa nueva realidad, se trasladó a los medios de comunicación. Donde más se vio fue en la televisión. Por primera vez la política llegaba al prime time nocturno durante el fin de semana con La Sexta Noche, en La Sexta. España pasaba de las noches de fiesta, cantantes de concursos y humoristas, las películas o los programas del corazón a las tertulias y entrevistas políticas. Pero también ha acaparado cada vez más tiempo en la franja del mediodía, terreno de variedades, un poco tierra de nadie, con Al Rojo Vivo (La Sexta) compitiendo con los magacines tradicionales de la mañana, donde lidera hoy Ana Rosa pero también cada vez con más política en sus contenidos. “Más política a través de los temas sociales, no tanto de los partidos, que son los que interesan a la gente y a nosotros y que son cuestiones que acaban llegando al Parlamento, como la subida de la luz”, lo explica Xelo Montesinos desde su productora. La realidad es que en España se habla mucho más de política que antes. Lo confirman los estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En 2000 sólo una de cada diez personas lo hacía habitualmente con su entorno y casi cuatro, nunca o casi nunca. Hoy el doble lo hace habitualmente y sólo dos de cada diez, nunca o casi nunca.

La paradoja, o la aparente paradoja, es que este auge de las tertulias y los programas políticos se ha producido en la época de mayor descrédito político en España. Hoy el mal comportamiento de los políticos es, según los datos del CIS, el cuarto problema más grave para los españoles, por detrás de la economía, el paro y la amenaza de la pandemia, y casi todos los líderes políticos suspenden en la valoración ciudadana. Según el último Eurobarómetro, de primavera, la desconfianza está en mínimos históricos: el 75% de los españoles recela del Gobierno y del Congreso y aún más, el 90, desconfía de los partidos políticos. Y a eso se suma, además, también sorprendentemente para ese fenómeno, la mala percepción de los medios de comunicación: para nueve de cada diez personas la desinformación es un problema para España. “La ciudadanía puede estar cansada del nivel del debate político, del navajeo, de la confrontación permanente... pero no de la política en sí”, trata Bretos de resolver esa teórica paradoja. “Sería absurdo darle la espalda o no querer estar al día de las decisiones políticas que nos afectan porque nos genere rechazo el tono o las formas con las que se relacionan entre sí quienes toman esas decisiones”, añade.

¿Cómo se explica, entonces, esta realidad? Una de las claves es un fenómeno que se conoce hoy en el mundo académico como infoentretenimiento. Desde finales de los años ochenta, en Estados Unidos, y por efecto contagio en el resto del mundo, los teóricos analizan un cambio de la política en los medios, sobre todo en la televisión, hacia el entretenimiento. Una espectacularización de ésta que se bautizó a partir del año 2000 como politainment, la fusión, en inglés, de los términos política y entretenimiento. Ha habido una tendencia creciente a dar a la información política más superficialidad y a incluir a los políticos en programas en los que nunca habían tenido presencia.

“El auge del entretenimiento político tiene que ver con el triunfo del entretenimiento en general en nuestras vidas. Cada vez nos cuesta más alcanzar un aprendizaje en profundidad sobre cualquier tema y optamos por elegir una información frívola y superficial. Ante esa realidad, las cadenas de televisión han optado por generar programas políticos que logren audiencia y el camino son los programas de infoentretenimiento”, lo analiza para este periódico Salomé Berrocal Gonzalo, catedrática de la Universidad de Valladolid, que ha estudiado ampliamente el fenómeno. La tendencia se ve, sobre todo, en la televisión, pero no es exclusiva de ésta. También sucede en la radio y en la prensa. El riesgo, se previene desde el mundo académico, es que esa espectacularización provoque una degradación de la información política que impida a los ciudadanos comprender la realidad adecuadamente para tomar decisiones razonadas.

Para que el modelo funcione, según apuntan los estudios, se necesitan políticos mediáticos: buena imagen, buena voz, cierto carisma para atraer al espectador y popularidad para ser reconocidos. Pero también un lenguaje, una forma de comunicarse, que contribuya al espectáculo: claridad expositiva, que sean mensajes claros, breves y precisos; fijarse más en los hechos puntuales que en los procesos, que requieren mayor explicación y contexto; ausencia de ambigüedad: son preferibles los mensajes polarizados; y una retórica de la confrontación. Se prefieren, y se buscan, políticos tertulianos, y también periodistas tertulianos, con posiciones muy marcadas para que el espectador las reconozca con facilidad y siga el programa porque le permita refrendar, según a qué tertuliano apoye, su propia postura ideológica. “El auge está directamente relacionado con la polarización. Se trata, en general, de excitar esa tensión polarizante entre posiciones irreconciliables”, apunta Bernardo Díaz Nosty, catedrático de periodismo de la Universidad de Málaga.

En España hoy la polarización alcanza récords. Desde hace años, como apunta un estudio realizado el año pasado por Luis Miller, científico del CSIC, en colaboración con el Centro de Políticas Económicas de ESADE, los españoles están más divididos por ideología que por políticas públicas, los ciudadanos y los partidos tienden a escorarse hacia posiciones extremas y ha crecido lo que se conoce como polarización afectiva: los sentimientos de un votante de un partido hacia el resto de partidos están entre los más negativos del mundo. “En ese contexto el riesgo para esos programas y tertulias es que la fórmula se gaste, porque si hay una regeneración de la vida política no se sostendrá”, continúa Díaz Nosty. “Hoy sufrimos una degradación muy estresante. Debe haber un proceso de regeneración de la política y de los medios hacia la realidad social del país”.

Este tipo de programas o de contenidos, además de conseguir audiencias más que aceptables, son baratos. O más baratos en comparación, por ejemplo, que otro tipo de programas, como esas noches de fiesta de los fines de semana (las de TVE alcanzaban los 240.000 euros por gala), que los programas del corazón, que implican el pago de una gran exclusiva, o que la producción de una serie de televisión o un concurso/gala de nuevos talentos, cuyo coste puede dispararse hasta los 600.000 euros por capítulo. Aunque no son los contenidos más baratos de los que dispone la televisión. En esa escala de precios por debajo está, entre otros, la compra de una serie de televisión extranjera. A su favor tienen también que aunque los fichajes se anuncian como los de los futbolistas los cachés de los invitados no lo son. “No es una cuestión de precios. No son fichajes económicos, sino de cuantía. Más que por dinero, le haces una oferta a un invitado por darle presencia más días o en más programas”, lo explica Montesinos desde Unicorn.

El origen de estos formatos no es nuevo. Son una evolución de los que comenzaron a hacerse en España durante la Transición. En televisión la gran referencia fue ‘La clave’. José Luis Balbín dirigió durante más de diez años, primero en TVE, desde 1976, y después en una segunda etapa en Antena 3, la primera tertulia televisiva. Un debate que comenzaba con la proyección de una película, que continuaba después con un coloquio sobre la misma y una conversación que avanzaba o se desviaba hacia otros temas de actualidad y de la agitada realidad entonces del país.

En La Clave se hablaba sin prisa y se escuchaba con calma, arrellanados los invitados en las butacas, se fumaba, y mucho, y se ofrecía al final de cada programa una bibliografía para que quien quisiera pudiera indagar más sobre los temas tratados. Tras aquel programa tardó muchos años en volver a haber uno similar, si no por forma sí por fondo, o por planteamiento, que funcionara. Fue 59 segundos, también en TVE, que se emitió entre 2004 y 2014. Pero los invitados no sólo no fumaban ya en directo, tampoco podían extenderse más allá de un minuto o desaparecía, literalmente, el micrófono ante el que hablaban. En la radio tardó más tiempo en llegar una tertulia. Fue en 1984 en el programa Hora 25, el mismo cuyo testigo ha cogido hoy Aimar Bretos. Se llamaba La trastienda y su artífice fue el periodista Fernando Ónega, que era entonces director de informativos de la emisora. 

Ónega lleva 40 años reuniéndose cada jueves con un grupo de amigos. Se llaman a sí mismos los “Crónica”. Desde que empezaron a hacerlo, en cada cita llevaban a un invitado y le escuchaban y después le hacían preguntas. Un jueves les falló el invitado. Se miraron unos a otros en aquel almuerzo, se encogieron de hombros y se dijeron: ya que estamos aquí, comamos y charlemos. Eso hicieron. Aquella tarde Ónega se dio cuenta de que lo que contaban sus colegas –rumores, maldades, ironías… – era más entretenido e interesante que lo que decían los invitados. “Y pensé que eso mismo debía llevarlo a la radio”, recuerda hoy. Lo hizo. La idea, inicialmente, no gustó. “¿Qué dices, Fernando? Cuatro tíos hablando de sus cosas.... ¡Eso es un coñazo!”, cuenta que le respondieron inicialmente cuando lo propuso. En 1984, buscando nuevas fórmulas para la medianoche, volvió a proponerlo, aceptaron y lo hicieron. De aquella Trastienda viene el Ágora que inauguró Bretos el pasado lunes. 

“La gran diferencia es que esa tertulia no era de opinión, sino un complemento informativo de gestos, claves y rumores planteado de una forma informal. Buscábamos más información y distinta. Ahora, en cambio, son todas tertulias de opinión, de expresión de opiniones personales”, lo analiza Ónega. “Más allá de eso y de la fórmula actual, a mí lo que me resulta más grave es que desde entonces no parece que haya habido ninguna innovación capaz de sustituir ese modelo. Parece que no se concibe un programa de actualidad sin tertulia”, añade. 

Hoy las tertulias son, en su mayoría, de opinión. Cambian, sobre todo en la televisión, según el programa. Las hay más contenidas, más analíticas, más sensacionalistas o que promueven más o menos la confrontación y la polémica. Los micrófonos no desaparecen, como en aquel 59 segundos, pero no hace falta porque priman los mensajes cortos y directos. El efecto Twitter, que trasciende la red social. También el efecto de las nuevas tecnologías: hemos perdido capacidad de atención. Hace dos décadas la atención media sostenida era de doce segundos. Hoy se ha reducido a cinco. Si en ese tiempo algo no nos engancha, desconectamos. Eso se aplica desde para las marcas que hacen un vídeo, que saben que necesitan atrapar en esos primeros cinco segundos, hasta para los mensajes y la forma de exponerlos. 

“Cuando vas a un programa no te dan indicaciones de cómo tienes que hablar ni qué debes decir, pero en las tertulias cuenta el zasca y la intervención en formato tuit porque lo largo aburre. Hay que ser más ocurrente, más rápido y más mordaz. Es más importante tener un poco de mala leche y desparpajo que bagaje intelectual”, lo describe Joan López Alegre. Tertuliano desde más de una década, López Alegre fue también diputado del PP en el Parlamento de Cataluña y es hoy director de la agencia de comunicación Strategycomm. En 2016, con su experiencia como tertuliano, escribió el libro ‘Hablar de todo y no saber de nada’. Para él, las tertulias “tienen una gran virtud: se simplifican conceptos complejos y acercan la realidad al gran público”. El problema, dice también, es la profesionalización que ha habido en ellas. “Ocurre lo mismo que sucedía con Gran Hermano u Operación Triunfo. Los primeros tertulianos tenían un principio de honradez y de candidez. En el momento que se profesionaliza, como todo proceso de profesionalización, pierde autenticidad”, lo describe. Xelo Montesinos, de Unicorn, defiende el modelo. También lo simplifica. Es más sencillo. Se trata, dice, simplemente de hacer televisión. “Cuando están en una tertulia hacen show, hacen televisión. Aunque me da igual que sea radio o televisión. En un programa no puedes poner a un tío aburrido porque la gente se corta las orejas. Igual que no vas a colocar a cuatro personas que se están dando la razón”, argumenta. La clave, insiste, está en la credibilidad. “En que puedas buscar periodistas de posturas contrarias pero tener representación, por ejemplo, de la mayoría de medios de comunicación, para hacerla plural y que tenga esa credibilidad”, afirma.

“A mí me gustaría romper algunos tópicos. En primer lugar, los programas políticos no son de tertulias, sino de actualidad. En Al Rojo Vivo, por ejemplo, la tertulia es sólo una parte del espacio, pero hay cerca de 40 puntos de interés durante el programa y todos los géneros periodísticos entran ahí, no sólo la tertulia” comenta César González Antón, director de La Sexta Noticias, paraguas bajo el que se engloban también los programas de actualidad de la cadena. Entre ellos ese Al Rojo Vivo con una década ya en antena o La Sexta Noche, que se emite desde 2013 y llevó por primera vez la política al prime time de la noche de los sábados. La Sexta es hoy y desde su origen -fue su gran apuesta- la cadena que más contenido político ofrece. “Y en segundo lugar, otro tópico que viene por una mirada normalmente crítica hacia la televisión: en nuestros programas no sólo hay periodistas y políticos, también contamos con expertos de todo tipo: antropólogos, médicos, científicos, juristas, economistas... De hecho, ésa ha sido nuestra evolución: tender hacia el experto. Por eso también aunque el modelo de los expolíticos que vemos hoy pueda tener interés nosotros no apostamos por ello”, dice.

Al Rojo Vivo y La Sexta Noche son dos buenos ejemplos para medir hoy la realidad del sector. El primero, en estos diez años de vida, no ha dejado de crecer en audiencia. Lo ha hecho cada temporada menos la última que terminó antes del verano. Fue el efecto de la competencia que le hizo durante meses el programa equivalente Las cosas claras, de Jesús Cintora, en TVE, retirado de la parrilla antes de final de temporada. Pero durante esta década ha ido ganando cuota de pantalla sólo con actualidad e información política en una franja horaria inusual para éstas. La Sexta Noche, en cambio, que estrena esta temporada con José Yélamo como nuevo presentador, ha perdido audiencia. Cuando nació aspiraba a tener un cinco por ciento de cuota. Al año siguiente estaba por encima del 11. Era un éxito arrollador. Desde entonces ha caído moderadamente hasta quedarse en el 7,3. Frente a esa caída, desde la cadena ensalzan que más de “seis millones de personas enlazan en algún momento con el programa a lo largo de sus cinco horas de duración”. El éxito de La Sexta Noche trató de ser seguido, o copiado, por otras cadenas. Telecinco creó Un tiempo nuevo. Lo estrenó en 2014 pero duró sólo ocho meses hasta que fue cancelado porque no terminaba de despegar. En agosto de 2015 se llevó el programa a Cuatro. En diciembre desapareció finalmente de la parrilla. Tampoco había funcionado. 

Más llamativo fue el caso del intento de TVE por resucitar el año pasado el viejo éxito de 59 segundos con un nuevo programa de debate. La aspiración resultó efímera: La pr1mera pregunta duró sólo tres semanas. También el año pasado la cadena publica canceló Los desayunos, programa y tertulia política en antena desde 1994. ¿Se resiente la fórmula? ¿Decae el interés por la política? La realidad es que la televisión generalista pierde audiencia. Ahora el prime time, esa hora cumbre de la noche, reúne a una media de 15,7 millones de espectadores, según los datos del Gabinete de Estudios de la Comunicación Audiovisual (GECA). Es la primera vez en una década que no supera los 16 millones. Hoy se ve esa televisión una media de 30 minutos menos que hace una década. Las plataformas de contenidos, con Netflix, que llegó a España en 2015, a la cabeza, les han robado espectadores. “No se trata de un desgaste, sino que es cíclico. Igual que hubo un pico de interés político hemos tenido después otro de interés pandémico”, lo analiza González Antón. Para él la fórmula no sólo tiene vigencia aún, sino futuro. “La televisión en abierto caminará hacia el directo y la actualidad, porque además es contenido local. Y eso es lo único que permite competir contra las plataformas. Es lo que nos diferenciará”, apunta.

La radio también pierde oyentes. Antes de la crisis, las personas que la escuchaban lo hacían de media, según los datos de la empresa AIMC (responsable del Estudio General de Medios), 104 minutos. En 2012, pico del interés que azuzó la crisis, subió a los 114. Desde entonces ha caído hasta los 93 actuales, el récord por debajo. Las tertulias, sin embargo, no sólo parecen funcionar, la prueba es que ningún programa prescinde de ellas, sino, incluso, mejorar. Si se analiza el consumo de radio por franjas horarias se ve que entre las ocho y media y las nueve y media, cuando suelen hacerse esas tertulias por la mañana, además de seguir siendo el tramo más escuchado, ha subido en los últimos años. Y por la noche, entre las nueve y las diez y media, cuando vuelve el debate político, se mantiene. “Lo que quizá sí esté dando señales de ese desgaste es la tertulia que sólo busca reproducir en un plató o estudio de radio la confrontación previsible y estéril a la que ya asistimos en el día a día entre los portavoces de los partidos. Pero si conseguimos crear espacios libres de marrulleo estaremos contribuyendo a mejorar la calidad del debate público”, afirma Bretos.

En esa línea va la apuesta con su Ágora. “Yo también les veo futuro tal y como están. Pero a lo mejor el público empieza a pedir opiniones más especializadas. Y más interpretación. Hoy con la frase de un político puedes hacer media hora de tertulia, pero hace falta más datos e interpretación de estos, que son la realidad, que de palabras, que es lo fácil y grosero”, asegura Ónega. Ahí coinciden radio y televisión. Para Montesinos, de Unicorn, las tertulias sólo tendrán futuro “si las regeneras y actualizas”. Eso significa, en la televisión, ese modelo que ya se ve en algunas de una tertulia que añade expertos, más información, conexiones y datos. “Lo de tener cuatro personitas hablando no dura ni cinco minutos. Ni siquiera ya el debate encarnizado”, añade Montesinos. “¿Si tienen futuro las tertulias?”, repite la pregunta el exdiputado López Alegre. “Por supuesto. La mejor prueba de ello es que hay empresas que están organizando tertulias con influencers en TikTok”.

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