La tortuga ganó a la liebre y otros cuentos de la investidura
Después de la tensión sexual no resuelta de la legislatura anterior y la tórrida campaña electoral, se nos han quedado unos meses muy poco excitantes una vez que se votó el 10 de noviembre. Se acabó la incertidumbre al día siguiente cuando Pedro Sánchez olvidó los experimentos y aceptó negociar un Gobierno de coalición con Unidas Podemos. Pablo Casado respiró aliviado al saber que la presión para que se abstuviera en la investidura de Sánchez pasaba a ser anecdótica y limitada a los pesados que escriben en las secciones de opinión de los periódicos. Ciudadanos se puso en manos de la homeopatía para curar los efectos del castañazo.
Todo el mundo fue consciente en julio de que el espectáculo ofrecido por PSOE y Podemos en su negociación exprés –aquí te pillo, aquí te mato– venía a ser una receta condenada al fracaso. El pleno de la sesión de investidura en el que Sánchez e Iglesias negociaron en público repartiéndose mandobles fue casi tan salvaje como un episodio de 'Watchmen', pero está claro que así no se negocia un Gobierno.
Ahora toca probar lo contrario. Máxima discreción, reuniones que permiten avanzar lo justo y jornadas en las que se deja pasar el tiempo para que este haga más fácil el acuerdo. Poco a poco y sin acelerar el paso.
Los periodistas deben conformarse con declaraciones llamativas de gente que no pinta mucho en la jugada, pero que tiene que aparentar lo contrario. “Yo para Reyes lo que no quiero, como no creo que quiera ningún español y española, es vaselina”, dijo Emiliano García-Page. No, no es bueno especular con la imagen que dan a entender las declaraciones del presidente de Castilla-La Mancha. No nos va a hacer más inteligentes.
Las negociaciones van a cámara lenta, porque requieren el sí o la abstención de Esquerra Republicana y el partido catalán necesita tiempo para que el acuerdo parezca el fin de un proceso en el que han arrancado concesiones, y no su primera opción. Condicionado por su relación de amor-odio con JxCat y Puigdemont, ERC duda sobre si cortar el cable rojo o el negro y teme que cualquiera de las dos opciones le estalle en la cara. Puigdemont y Torra se ocuparán de eso.
Por eso, la gran esperanza de la derecha es que Puigdemont impida a ERC firmar un acuerdo o que en su defecto ERC permita la reelección de Sánchez, pero sin darle la estabilidad necesaria con un acuerdo a largo plazo. Mientras Inés Arrimadas intenta asentar su futuro liderazgo en la idea folclórica del Gobierno de gran coalición, en el PP ya están concentrados en iniciar el proceso de desgaste del Gabinete que se forme.
La falta de información concreta sobre las negociaciones incomoda a unos cuantos periodistas. “Una opacidad que llega incluso al absurdo”. “Una reunión sin taquígrafos”. El comunicado (de la reunión PSOE-ERC) “tenía tres párrafos”. Las negociaciones de julio fueron mucho más transparentes, casi pornográficas, con los resultados conocidos. Es probable que la política necesite ahora que los periodistas se aburran un poco.
Siempre hay espacio para los pesimistas. Jaume Asens, de En Comú Podem, explicó el miércoles que “las conversaciones se pueden helar si no se pone otro ritmo”. Una reunión por semana entre el PSOE y ERC “no es suficiente”.
Pablo Iglesias no parecía tan preocupado. En la rueda de prensa posterior a su reunión con el rey, el líder de Podemos repitió varias veces la palabra “respeto” cuando le preguntaron por esos contactos. “Para que salga bien, a mí me toca ser respetuoso”, dijo. Es decir, lo contrario de lo que hizo hace unos días, cuando utilizó una foto de él saludando a Oriol Junqueras, y otra con Rajoy, para justificar las risas que se pegó con Iván Espinosa de los Monteros el día de la Constitución. Los de ERC no se tomaron muy bien que colocaran a su líder en el mismo plano que al hombre fuerte de Vox en el Congreso.
Iglesias extendió esa discreción a las negociaciones entre su partido y el PSOE: “Sería una imprudencia atroz hacer comentarios sobre un acuerdo programático”. Uno que todavía se está cocinando a fuego lento sin apresurarse.
Es cierto que cada día que pasa es otro día en que puede suceder algo que lo eche todo abajo. Un tuit, una filtración interesada, un ataque de ansiedad de un político, Puigdemont acusando a ERC de haberse hecho del Real Madrid... Todo es posible, pero la mayor garantía de que habrá Gobierno es suponer que los interlocutores han aprendido de los errores de julio.
Ya por la noche, y después de que Sánchez recibiera el encargo del rey de formar un Gobierno, el presidente en funciones confirmó que no hay prisa. Como está claro que la investidura tendrá que esperar a enero, anunció que se reunirá por separado con Casado y con Arrimadas, y además la portavoz parlamentaria del PSOE se verá con todos los demás grupos de la Cámara. Y no sólo eso, sino que él llamará a todos los presidentes autonómicos –eso incluye a Torra– y al presidente de la federación de municipios. Y si la cosa se prolonga, no descartemos que llame al presidente de la Federación Española de Fútbol, al director del Museo del Prado o al ganador del último Premio Planeta para dejar claro que está trabajando duro para que todo vaya según lo previsto.
Así que es muy probable que alguien termine regalando un bote de vaselina de un kilo a García-Page. Para compensar, esperemos que los Reyes también le traigan una corbata.