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En este juicio hay verdadera devoción por Faulkner, y mucho menos por la “rebelión posmoderna”

Xavier Melero, durante la presentación del informe final en el juicio.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Y en la jornada 51º del juicio llegó el huracán Melero. Empezó con elogios ditirámbicos a los fiscales para proceder después a acusarles de trivializar el concepto de violencia –ley de Godwin incluida–, intentar demoler su acusación de rebelión y hasta burlarse de algunos de sus argumentos. Con todo respeto, desde luego. Tuvo tiempo también para cuestionar el procés, o al menos la conducta de los responsables del Govern por todas las promesas hechas antes del 1 de octubre de 2017 que luego no cumplieron. A cargo de la defensa del exconseller de Interior Joaquim Forn, golpeó a un lado y otro, porque de eso se trata al defender a un acusado en un juicio. Te debes a tu cliente, usas tu criterio profesional y los demás, que arreen.

En la primera jornada de las dos dedicadas a los informes finales de las defensas, se apreció una vez más la diferencia entre los abogados, como Andreu Van den Eynde o Jordi Pina, que han hecho lo posible por introducir conceptos políticos en defensa del derecho a la disidencia e incluso a pedir la independencia, y Xavier Melero, centrado en las pruebas que las acusaciones han traído al Tribunal Supremo. Centrado en ellas con el objetivo de aniquilarlas.

Cada letrado contó con una hora por cada uno de sus clientes. Hubo un poco de mercado de minutos, autorizado por el tribunal, por el que Melero recibió diez y quince minutos extra facilitados por dos de sus colegas, un gesto con el que estaban diciendo que ese tiempo añadido iba a ser rentable para todos los acusados.

La prioridad para los letrados era cuestionar la acusación de rebelión. Melero disfrutó al referirse con ironía a esa “concepción tan imaginativa” que es la rebelión sin violencia, tal y como la argumentó el fiscal Fidel Cadena y que fue tan aplaudida por los periódicos de Madrid. “¿Qué clase de rebelión armada es aquella a la que vas sin armas y por tanto no puedes deponerlas y conseguir un atenuante?”, se preguntó muy retóricamente el letrado. También consideró “una tesis novedosa” la teoría de que el Estado puede ser “víctima y ejecutor de la violencia” al mismo tiempo. Por no hablar de otro argumento singular de la Fiscalía con el concepto de “rebelión incruenta”, el mismo que empleó el abogado de Tejero en el juicio del 23F, según recordó Melero. No le sirvió de mucho en 1982 al golpista, porque en esa época hubo armas, tanques y hasta diputados secuestrados. Evidentemente, Melero sacó el tema porque es difícil localizar esos elementos en el procés de 2017.

Melero ridiculizó la 'creatividad' con la que los fiscales habían manejado el concepto de rebelión e introdujo la duda sobre si se pueden imponer penas de 25 o 17 años de prisión por lo que llamó “la rebelión posmoderna”. Parecía que en cualquier momento se iba a oír rechinar los dientes a los fiscales Zaragoza y Moreno, presentes en la sala, pero fue una falsa alarma. Esto es un juicio en el Tribunal Supremo y aquí todo el mundo guarda las formas.

“El delito de rebelión pone en jaque la existencia del Estado”, afirmó Melero. No es algo para tomárselo a broma ni un delito que ocurre todos los años. Por eso, de ahí pasó a detallar todo lo que no hizo el Estado ante esta situación límite: no hubo estado de sitio, no hubo planes de contingencia de Defensa, como sí los hubo por ejemplo con la boda de la infanta, no hubo planes de protección de instalaciones estratégicas.

Pasaron 27 días desde el referéndum del 1-O hasta que se aplicó el artículo 155. Una emergencia constitucional a cámara lenta.

Jordi Pina lo dijo de otra manera: “1 de octubre. Toda Cataluña. Cinco detenidos. ¿Ese es el concepto de rebelión que se realiza el 1 de octubre?”.

“El 1 de octubre, la gente no fue a parar a la Policía. Fue a votar. La Policía fue a parar a la gente. Eso es desobediencia de toda la vida”, alegó Van den Eynde. En eso, las defensas debían ya rendirse a la evidencia. Los acusados desobedecieron al Tribunal Constitucional, un hecho innegable desde el primer momento. Pero es una evidencia casi liviana en términos de castigo penal comparada con la rebelión o la sedición.

A diferencia de los demás abogados, Melero se aplicó con similar contundencia con el procés, ese movimiento político y social que los acusados elogiaron emocionados cuando declararon al comienzo del juicio. Pero el abogado no se ha presentado en esta sala con la intención de caer simpático a los independentistas, aunque estos hayan celebrado varias de sus intervenciones.

Lo que describió Melero fue una estafa, un fraude, aunque no utilizara esas palabras. El Govern “incumplió sistemáticamente” las leyes aprobadas por el Parlament el 6 y 7 de septiembre. Todas las promesas hechas antes del referéndum se volatilizaron a partir del día después. “Incumple la proclamación de independencia. Nadie dice nada. Nadie vota nada, no se arría la bandera (española), no se informa al cuerpo diplomático y todo el mundo se va a casa”. Una insurrección con jornada de ocho horas. Y después a casa.

No era suficiente. Melero tenía reservado algo aun más hiriente para los independentistas: “Y (el Govern) se adapta a la aplicación del 155” semanas después, el castigo político más duro, la suspensión de la autonomía catalana el 27 de octubre que conllevaba la destitución de todo el Govern de Carles Puigdemont. Eso tuvo que doler.

En el apartado de la hemeroteca, recordó que el 21 de octubre el entonces fiscal general, José Manuel Maza, ya fallecido, dijo que si no se declaraba la independencia, no se presentaría una querella contra los hoy acusados. “De esa elocución, no se ha hablado absolutamente nada”, dijo Melero.

El abogado tenía reservada más artillería para los responsables de las fuerzas de seguridad, pero no para los agentes de a pie, otro detalle en el que Melero no tuvo inconveniente en distinguirse de sus compañeros de defensa. “Quien tiene que defender a la Policía, soy yo. No se la defiende dándole coba, sino dejando clara la ineptitud de los responsables que, en un diseño aberrante del dispositivo del 1-O, les condujo a una situación endemoniada”, afirmó.

Ese fue un argumento que Melero había apuntando en algunas preguntas durante la vista y que ahora explicó en detalle. El dispositivo no estaba pensado para impedir la consulta en las urnas, porque eso era imposible, sino para “cumplir el objetivo político de que no pareciera un referéndum homologable”. Según Melero, el entonces secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, lo confirmó en su testimonio.

Su conclusión es que “ningún cuerpo policial cumplió la orden judicial” de impedir el referéndum y por tanto no se puede acusar directamente a los Mossos sin hacer lo mismo con Policía y Guardia Civil. Aunque dieron muchos más palos, ambos cuerpos “no consiguieron que ningún centro electoral permaneciera cerrado”. Se cerraban y, como se ha explicado en este juicio, se volvían a abrir.

Ya muy crecido y después de haber provocado daños de consideración en la Fiscalía, el heterodoxo Melero, el abogado que no está aquí para salvar a España o a Catalunya, sino a un cliente, porque en eso consiste el Derecho Penal, se despidió a lo grande con un homenaje cinematográfico de los que no se suelen escuchar en un juicio. ¿Es posible en algo relacionado con el procés? Sí, si se trata de la película 'Amanece que no es poco' y de la frase de Sazatornil en su papel de guardia civil. Ya saben, esa de “¿es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?”.

Melero la reconvirtió para decir: “Espero que reconstruyamos una España en la que sólo discutamos sobre Faulkner”. Es sólo un deseo, pero quizá sea más de lo que puede conseguir una sentencia del Tribunal Supremo.

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