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CRÓNICA

Milei, un shock apocalíptico en Davos y un mensaje que suena conocido en España

Javier Milei en su discurso en Davos.

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Si Davos es una de las catedrales del capitalismo, Javier Milei decidió el miércoles asumir el papel de Lutero y clavar sus noventa y cinco tesis en la puerta de entrada. Lógicamente, los asistentes esperaban una adhesión completa a la economía de mercado en su discurso, en especial viniendo del presidente de un país arruinado y obligado a pasar el platillo. Lo que escucharon fue una diatriba fundamentalista sin matices, la misma que le hizo ganar las elecciones de Argentina. El público no esperaba ser señalado como traidor a la causa o cómplice del enemigo en ese aviso apocalíptico.

Milei vendió a un público, cada vez más perplejo según avanzaba la intervención, un enfrentamiento entre el bien y el mal que parecía sacado de 'El señor de los anillos', y que está ganando en Occidente el campo más diabólico. Si en su cruzada personal el Estado es la encarnación de todos los males, la lista de sus abyectos defensores sería larga: “Ya sea que se declamen abiertamente comunistas, fascistas, nazis, socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, keynesianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas. En el fondo no hay diferencias sustantivas”, dijo, porque todos sostienen que “el Estado debe dirigir todos los aspectos de la vida de los individuos”.

La audiencia quedó estupefacta al saberse en compañía de fascistas y nazis. Algunos lo calificaron de delirio. Otros se lo tomaron a broma. Se escucharon algunas risas en la sala y pocos aplausos cuando terminó.

El periódico conservador La Nación dedicó un espacio a estas reacciones. “El enemigo del presidente Milei no es el comunismo, que tal vez sería perfectamente comprensible”, dijo un diplomático holandés a la periodista argentina. “Somos todos aquellos que defendemos algún modo de regulación de las brutalidades del mercado. Todos, moderados o no, deberíamos ir al infierno con los nazis, los fascistas y la extrema izquierda. ¡Nunca escuché nada igual!”.

El diplomático se habría quedado aún más sorprendido si hubiera sabido que en el texto del discurso distribuido por la presidencia argentina no figuraban las palabras 'nazis' y 'fascistas'. Milei estaba nervioso o bien prefirió hacer aún más hiriente su intervención añadiendo esos términos.

No es extraño que la oposición argentina se burlara de él. “Excelente el presidente luchando contra la Internacional Comunista de Davos!!”, escribió Leandro Santoro. “Papelón mundial”, resumió la portavoz del expresidente Alberto Fernández.

Fuera de la izquierda, el balance no fue más amable. Margarita Stolbizer, diputada de una coalición centrista cuyos votos Milei necesita en el Congreso, dijo que el discurso estuvo “cargado de soberbia irracional” y que “nos avergüenza como país”.

Hasta algunos antiguos altos cargos del expresidente conservador Mauricio Macri quedaron lívidos. “Un mensaje reaccionario basado en falacias y actos de fe propios de la década del 30”, opinó Pablo Avelluto, que fue ministro de Cultura.

Para eso que se llama “el consenso de Davos”, la prioridad siempre ha sido mantener el 'statu quo' económico. Hablar lo menos posible de impuestos y desigualdad, pero incluir temas de responsabilidad social de las empresas, como la lucha contra el cambio climático o los derechos de la mujer. En última instancia, sus asistentes ven como un dogma que todo lo que es bueno para los negocios tiene que ser bueno para los gobiernos y los ciudadanos. 

No es suficiente para Milei, que considera a Davos como uno de los centros de esas “élites globalistas” de las que tanto habla la extrema derecha. Por algo, el presidente argentino había dicho en Fráncfort en una escala antes de llegar a la ciudad suiza que se trata de “un foro que está contaminado de la agenda socialista 2030”, uno de los espantajos de Vox.

El mercado es un ente infalible que lo debe dominar todo, según el agitador ultraliberal que ganó la presidencia con el 55% de los votos. Nada de sentimientos humanos hacia los que menos tienen, de mecanismos para corregir injusticias. El concepto de justicia social es anatema: “El problema es que la justicia social no sólo no es justa, sino que tampoco aporta al bienestar general. Es una idea intrínsecamente injusta, porque es violenta. Es injusta porque el Estado se financia a través de impuestos y los impuestos se cobran de manera coactiva”.

No es precisamente una coincidencia que quien haya opinado en España en una línea similar a la de Milei haya sido Isabel Díaz Ayuso. “La justicia social es un invento de la izquierda”, dijo en una campaña electoral de 2023. “Ellos promueven la cultura de la envidia, el rencor y buscar falsos culpables”.

La base de estas afirmaciones es la “guerra cultural” que cierta derecha ha declarado a la izquierda, no ya por impartir otras recetas económicas, sino para denunciar un supuesto monopolio cultural de los progresistas que habría secuestrado a la sociedad. Ahí Milei se encuentra en la misma trinchera que Díaz Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo. Mientras la presidenta madrileña dice que “hoy se criminaliza a todos los hombres por serlo”, Milei denuncia “la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer” propiciada por los defensores de la igualdad.

El argentino alega que el feminismo fue una de las formas de lucha con las que la izquierda sustituyó a la lucha de clases para continuar socavando el capitalismo. “En lo único en que devino esta agenda del feminismo radical fue en una mayor intervención del Estado para entorpecer el proceso económico y darle trabajo a burócratas”, dijo en Davos.

Lo mismo en el caso del cambio climático. Si Ayuso señala que la “emergencia climática es su intento (de la izquierda) de intervenir los mercados y acabar con el consumo” y que además “ha habido siempre cambio climático” en la Tierra, Milei afirma que los socialistas se han inventado un conflicto del “hombre contra la naturaleza” y para solventarlo han promovido “mecanismos de control poblacional” o “la agenda sangrienta del aborto”.

Es imposible entender a Milei sin su pasión por alistar a todos en la guerra cultural. Para que la gente se crea que el socialismo se ha apoderado del mundo occidental, hay que montar una conspiración en la que la izquierda controla los centros de difusión de las ideas que luego se ejecutan. Lo ha conseguido “gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades, y sí, también de los organismos internacionales”.

Incidir demasiado en la locura de Milei es discutible por mucho que le llamen El Loco. El discurso económico mundial giró bruscamente hacia la derecha desde los años ochenta, aunque la pandemia hizo que el Estado recuperara algo de poder en las economías occidentales. La retórica del argentino abruma por parecer fuera de la realidad, pero hay que entenderlo en el contexto de su país. Es un presidente sin mayoría en el Parlamento, obligado a hacer algo que no quiere –negociar– y necesitado de mantener su reputación indomable entre sus partidarios. Milei se debe a su público.

Para entender a Milei, la escritora argentina Pola Oloixarac plantea la teoría del loco, el político impredecible y temerario al que no conviene presionar porque las consecuencias serían terribles para todos. Está el ejemplo de Richard Nixon ante la guerra de Vietnam o del Estado de Israel según la frase de Moshe Dayan: “Israel debe ser como un perro loco, demasiado peligroso para que le molesten. Tenemos la capacidad de llevarnos el mundo por delante con nosotros”.

Milei se presenta como alguien que preferirá que se hunda todo antes que ceder un milímetro y decepcionar a sus catorce millones de votantes. Por eso, apareció en Davos con la intención de atacar a todos por cobardes. La realidad puede ser otra si al final acepta que debe negociar con el Parlamento para aplicar su terapia del shock o alterarla y que pueda recibir el visto bueno de los tribunales.

“Cada día propone un nuevo gol comunicacional, un anuncio que emociona a sus fans, que los alimenta y reasegura”, escribe Oloixarac. Cree que mantenerlos a su lado es la mejor garantía de que el sistema político o la presión de la calle no puedan con él. Lo importante es que tengan claro que él es el único que da su merecido a esos odiosos peronistas, a los periodistas rojos o tirando a rojo e incluso a los liberales que se tragan el relato de la izquierda.

No es locura si forma parte de una estrategia meditada, con independencia de que tenga éxito o no.

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