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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

Ya somos norteamericanos en política. Pónganse cómodos, no será bonito

Feijóo y Ayuso en un mitin de la campaña del PP en Getafe.

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“Bruce Sprinter” en España, el cantante de rock más rápido en los 100 metros lisos. Los del Betis quieren que gane el Sevilla en Europa. Los murcianos se convierten en riojanos. En Badajoz, dijo que estaba en Andalucía. En Valencia, le salió decir que era Barcelona. Confundió el AVE con el Falcon. La “impresionante” luz de Cádiz le dilataba las pupilas. Alberto Núñez Feijóo ha tenido una campaña llena de momentos cómicos y patinazos provocados por lo mucho que sufre cuando no tiene un papel delante. Y a veces hasta con papeles. Los asistentes a sus mítines podrían haber tenido la tentación de comentar: fíjate en sus pupilas, quiero lo que toma ese tipo. Aunque no sea legal.

Lo mismo ha sido un homenaje a Siniestro Total, la banda de Vigo que inició su concierto de despedida en Madrid con un enérgico “Buenas noches, Santander”.

La primera campaña nacional de Feijóo en la que se juega el cuello no ha sido precisamente un éxito. Tuvo que improvisar. La economía le dejó tirado. El guion que llevaba preparando desde el verano con una crisis económica “profundísima” que le iba a facilitar las cosas acabó en el contenedor de reciclaje.

Sólo le quedaba la opción de adoptar el manual de Isabel Díaz Ayuso. El moderado que vino de Galicia, el moderado Juanma Moreno, su amigo andaluz, y el moderado Borja Sémper como portavoz del partido acabaron bailando al ritmo que Ayuso lleva tocando desde la pandemia.

Puede que no le vaya mal. Narciso Michavila, presidente de la encuestadora GAD3, ha convencido al Partido Popular de que el bloque de la derecha tiene la victoria al alcance de la mano en la Comunidad Valenciana y Aragón. Como ya se viene diciendo desde hace meses, lo que ocurra en la primera comunidad condicionará la interpretación de los resultados. Una vez que el PSOE ha sufrido una hemorragia de votos en Andalucía que no parece capaz de cortar, si la izquierda pierde Valencia, se queda en los huesos. Otros desenlaces, como los de las ciudades de Barcelona y Sevilla, serán importantes, pero no tendrán tanto peso en los titulares.

En cualquier caso, al final puede resultar que unos miles de votos en dos regiones y dos ciudades sean los que marquen la diferencia entre la victoria y el fracaso. También puede pasar que los titulares no nos dejen ver el bosque. Desde luego, en Madrid los árboles no se verán porque Almeida ya se ha ocupado de ellos.

En un país en que las encuestas dicen que los españoles están sobre todo preocupados por la inflación y en la que más del 60% de la gente afirma que su situación económica personal es buena o muy buena, según el CIS, el PP puso todas sus fichas en la casilla de la cruzada nacional contra el sanchismo.

“Entre el sanchismo o España, España”, dijo Feijóo en el mitin final de campaña en Madrid, un eslogan con aromas inconfundibles de la fábrica de ideas de Miguel Ángel Rodríguez. Los que no están con el PP son la antiEspaña que cabalga de nuevo. Los que no son “españoles de bien”, como ya había dicho Feijóo en el Senado. Los buenos y los malos. El destino manifiesto de la nación se juega en las urnas. Porque ya sabemos que vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos.

El PP optó por caminos ya transitados en esta convulsa legislatura. Ahí estaba Ayuso para recordarlo el 18 de mayo: “ETA está viva, está en el poder, vive de nuestro dinero, quiere destruir España”. ¿ETA ganó las elecciones en este país en 2019? ¿Por qué no lo contaron los medios entonces?

Como ha hecho la izquierda abertzale en otras ocasiones, Bildu echó una mano a la derecha colocando a siete autores de asesinatos en sus listas electorales, que luego fueron retirados. Cómo podía desperdiciar el PP ese regalo venido del norte. El programa televisivo 'Polònia' puso las risas, pero la ventaja política fue para el PP.

Por tanto, Bildu debe ser ilegalizada, propuso Ayuso. O al menos estudiarlo, como si algo así no quedara claro después de leer sentencias del Tribunal Constitucional o del Supremo. En realidad, Génova dijo después que no era legalmente posible, pero a Ayuso eso le daba igual. Pretende que los votantes de Vox le den la mayoría absoluta en Madrid. No puede sacar menos que Juanma Moreno en Andalucía. Le va la vida en ello.

“Ayuso no tiene cultura democrática”, le respondió Consuelo Ordóñez, hermana del concejal asesinado por ETA. “¿Cómo puede decir que ETA esta viva? ¿Es lo mismo ETA matando que ahora? No. Decir esas barbaridades, que son muy dolorosas para las víctimas, es faltar al respeto a sus propios compañeros asesinados, los que murieron por esa palabra que a ella tanto le gusta: la libertad”.

Ordóñez y su asociación, Covite, se dedican cada día a recordar a los policías, guardias civiles, militares o políticos que fueron asesinados por ETA. ¿Tendrá algún impacto en los votantes del PP tal desautorización? Ninguno. Ya vale todo. Si hay que saquear las tumbas para atacar al Gobierno, se hace. Hay palas para todos.

Ya lo había escrito en abril Salvador Sostres en una columna del ABC con elogios a Ayuso que eran también un aviso nada encubierto a Feijóo: “Está en nuestra guerra. Mercadea como un árabe, enreda a los católicos, tiene alma judía y nadie la gana a puñaladas traperas. Es salvaje y pizpireta”. Es una guerra y Ayuso es la mejor con las puñaladas. Cómo no va a ganar en Madrid con esas credenciales.

Sólo la crisis causada por los insultos racistas a Vinícius descolocó al PP, que prefirió mirar a otro lado. “España no es un país racista”, dijeron a coro Feijóo y Ayuso. Y siguieron a lo suyo. Todos somos Vinícius y por tanto no debemos sentirnos concernidos por esos ataques.

La campaña no transcurrió en las coordenadas previstas por el PSOE en otro ejemplo de fracaso de la estrategia de Moncloa desde que comenzó 2023. Parece que a Pedro Sánchez su mojo sólo le funciona fuera de España. En las últimas semanas, se ha dedicado a prometer dinero público para múltiples destinos. Sólo con pasta no se arma una estrategia política efectiva. Si fuera así, los gobiernos ganarían siempre las elecciones.

A la izquierda del PSOE, siempre se reservó un espacio para las luchas fratricidas, como es marca de la casa. Podemos continuó preparando sus futuras negociaciones con Yolanda Díaz con la denuncia contra la “izquierda cuqui” en relación a Más Madrid. Resulta extraño que el partido elija ese terreno de confrontación en una comunidad en la que sacó el 7,2% de los votos en 2021 (Más Madrid tuvo un 17%). Si esa diferencia se mantiene, ¿qué conclusiones se sacarán sobre el tipo de izquierda que prefieren los votantes?

El último regalo para la campaña del PP vino de muy al sur. El presunto fraude electoral con el voto por correo en Melilla es un caso gravísimo, el más preocupante ocurrido en un proceso electoral en España en décadas. Se unieron otros casos menores de posibles ilegalidades, que sí se han producido antes en este país y que casi siempre han sido cortados de raíz. Pero en el Ayuntamiento almeriense de Mojácar hay responsables socialistas implicados y el PP vio el cielo abierto. El ABC sacó en su portada una foto del ministro Félix Bolaños en un mitin en esa localidad unos días antes. Ajá, seguro que había ido allí a planearlo todo. Periodismo de investigación, marca ACME.

El PP también ha contado con su historial de acusaciones de fraude en algunas localidades –como el PSOE, casos locales de escasa trascendencia nacional–, por no hablar del acarreo de ancianos de residencias en Galicia con la papeleta bien protegida por las monjas o la financiación fuera de la ley que se extendió como práctica oficial en la Comunidad Valenciana.

La respuesta del PP es ahora distinta. Se trata de plantar la duda sobre la limpieza del proceso electoral, como hizo un fiscal del Tribunal Supremo que recurrió al bulo de Indra en la reunión de la asociación de fiscales conservadores con Feijóo.

Todo elevado hasta la máxima expresión en el mitin final del PP. “Sánchez se va a ir como llegó, con un intento de pucherazo”, dijo Ayuso. Se refería al patético intento de colocar una urna tras una cortina en el tumultuoso Comité Federal del PSOE de 2016. Todo eso no le sirvió de nada a Sánchez, porque se vio forzado a dimitir. Como pucherazo, dejó bastante que desear.

El PP se ocupó de extender la evidente mancha de lo ocurrido en Melilla a toda España. “Creo que hay una trama de compra de votos en estas elecciones en España, de compra de votos por correo que implica al PSOE o a sus socios”, dijo Esteban González Pons. La extrema derecha movió en Twitter la palabra “pucherazo” para fijar las sospechas. Y eso que hace un año el PSOE y el PP competían entre ellos para afirmar que España es una “democracia plena”.

No vale con denunciar la ideología del contrario. Como se ha visto en Estados Unidos con la agitación y propaganda del Partido Republicano y sus aliados mediáticos, hay que describir al rival político como enemigo de la libertad y de la democracia dispuesto hasta a contaminar las urnas para obtener sus propósitos.

Si no hay pruebas de una conspiración nacional, tampoco es un problema. Lo importante es sembrar el temor a un fraude masivo, de la misma forma que en la pandemia se llegó a decir que las medidas con las que impedir que siguiera aumentando el terrible número de muertos eran una forma de poner en peligro los derechos de los ciudadanos.

Algunos periodistas se han quejado amargamente del “barro” de la campaña, de la violencia verbal existente en la confrontación política española. No les falta razón, pero no tienen motivos para la sorpresa. Es la culminación inevitable de la polarización extrema que ha tenido lugar en esta legislatura.

Hemos cerrado el círculo en nuestra aproximación progresiva y persistente hacia la política norteamericana y sus peores vicios. Ya somos como ellos. No es culpa de todos nosotros pero todos pagaremos las consecuencias. 

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