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Matarse sin suicidarse

Pablo Casado, en la sede del Partido Popular.

José Luis Sastre

Está el mes por empezar pero ya puede resumirse entero, porque se oyeron temprano las dos frases que lo explicarán hasta que se abran de nuevo las urnas. Ni siquiera era mayo cuando la militancia del PSOE coreó en la calle de Ferraz: “Con Rivera no”, que es un grito que se impregna y permanece en la sede socialista y allí sigue aunque la gente se marchara, aunque se disipara la euforia de la primera victoria en once años. En el silencio de esos despachos donde se piensan borradores de próximos gobiernos, a veces se oyen voces con la misma letanía: “Con Rivera no”. 

¿Y con Pablo Iglesias? José Luis Ábalos ha respondido con el frío de un “acuerdo programático”, que no es el gobierno en coalición que reclaman en Podemos. Por si acaso, Ábalos se ha apoyado también en otras expresiones para decir algo sin decir nada: “No decepcionaremos a la militancia”. Queda mucho mes, aunque no será en este mes. Este mes lo escribirán con la tensión artificial de la campaña.

La otra frase de la semana no tiene nada que se parezca a la primera, ni fue espontánea ni coreada ni se diría que fuera sincera. La otra frase brotó de la derrota en lugar de la victoria. Peor, brotó del desespero, pero reverbera igual sobre la orilla derecha del tablero, donde PP y Ciudadanos se juegan la hegemonía. Resulta que Vox era un partido de extrema derecha.

Con tal revelación, Pablo Casado emprende un camino que necesitaría el curso de los años para que alguien pudiera tomarlo en serio. Le han dicho que no le queda más salida y lo que pasa a lo mejor es que lo que no tiene es remedio, porque para ser creíble con este discurso habría, primero, de matarse a sí mismo: matarse sin suicidarse, renegar de sus mejores tuits y empezar como si no se hubiera conocido nunca. Casado debería ser para Casado esa persona de la que usted me habla.

Debería entonces abjurar del líder recién nombrado que decidió asociarse con Vox, gracias al cual gobierna el PP en Andalucía y al que ofreció incluso un puesto, o varios, en el Gobierno, al que se acercaba entre guiños mientras marginaba a los “radicales” del PSOE. Casado necesita que deje de perseguirle lo que ni siquiera ha dado tiempo de meter en la hemeroteca porque lo dijo antes de ayer y, en silencio, todavía le vienen las frases y la convicción con que las recitaba, paladeándolas: “No nos pisemos la manguera”, “el votante de Vox no tiene ningún motivo para no votar al PP”. Ningún motivo. 

Subió tan alto, después de llamar traidor y felón al PSOE y celebrar que uno de sus fichajes acusara a Sánchez de sentarse en la mesa de los asesinos, los violadores y los pederastas, que el descenso está siendo abrupto y en solitario, como son siempre los descensos, con Feijóo esperándole abajo y Esperanza Aguirre empujándole en lo alto. ¿Cómo llamarán a eso los ornitólogos? Conversión contra el reloj, que falta menos de un mes y el mes ya lo han escrito. Pero Casado lo intenta. 

Casado no conoce a José María Aznar si hasta, en un giro increíble, ha llegado a elogiar la posición de Sánchez en Venezuela. Casado lo intenta sin rubor, aun a riesgo de que sea Juanma Moreno quien note las sacudidas, que por algo se dice que no hay mal que por bien no venga. 

El caso es que ahí está, dispuesto a llamar este mismo lunes al timbre de la Moncloa para explicarle entre asombros a Pedro Sánchez lo que acaba de descubrir sobre el partido de Santiago Abascal y sus mamandurrias. Mira lo que he visto, Pedro. Casado no se acuerda ni del Falcon. Que será por estrategia y necesidad, o por desesperanza. Será por lo que sea, que la maniobra es tan obvia que no precisa explicación. Pero Casado al menos ha dado un paso que Albert Rivera no: llamar a Vox por su nombre. Quizá eso explique que las dos frases de este mes, la que intenta Casado y la que corea la militancia en Ferraz, sean, en verdad, la misma frase.

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