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Primer día sin patinetes eléctricos en los trenes y los 'riders' se lamentan: “Todo nos cae a nosotros”

Cartel advirtiendo de la prohibición de los patinetes en una estación de tren de Madrid.

Víctor Honorato / Sara Rojas

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Tres personas con patinete eléctrico se presentaron este martes en el acceso a la estación de tren de Méndez Álvaro en Madrid pasadas las 6.00 horas para ir a trabajar. Pasaron el torno, pero no protestaron cuando el vigilante de seguridad les dijo que con la máquina no podían subirse al vagón. El cartel informativo en la puerta era bien visible: “Desde hoy está prohibido introducir estos vehículos en la red de Cercanías”. “Se dieron la vuelta sin incidencias”, explica un par de horas después el vigilante, que está teniendo una mañana plácida: los pasajeros cumplen sin rechistar y los colectivos perjudicados ya se han resignado. “Todo nos cae a nosotros”, lamenta un repartidor de comida afectado.

La situación es de normalidad a lo largo de la mañana en las principales estaciones del país durante el primer día en el que los patinetes están prohibidos en todos los trenes de Renfe y Ouigo, los de Cercanías pero también los de Media Distancia, Larga Distancia y Alta Velocidad.

En la antes citada de Madrid podría quizás esperarse algún gesto de insumisión, pues es una estación intermodal que da acceso a la red de transportes a una importante bolsa de población del sur de Madrid sin alternativas cercanas. Pero los residentes están bajo aviso desde que la Comunidad de Madrid prohibiese a partir del 4 de noviembre el acceso a la red de metro, y el Ayuntamiento hiciese lo propio con los autobuses urbanos.

“He entrado a las 7.00 horas y, desde entonces, cero”, cuenta otro vigilante en la estación de Sol, que recuperó esta semana una cierta normalidad en el tráfico tras las aglomeraciones del puente. A golpe de martes, los turistas pueden pasear con cierta holgura. “La gente ya estaba enterada. Yo he parado a dos”, corrobora otro trabajador de seguridad en la mayor estación de la ciudad, la de Atocha. En Nuevos Ministerios, otra de las más concurridas, tampoco aparecieron despistados. “Como está Renfe avisando y los medios de comunicación…”, razonaban aquí. Lo mismo en Chamartín, donde los desvíos que provocan las obras de remodelación confunden a los viajeros no habituales. “Hasta ahora nada”, certifica otro trabajador.

Una losa más en la mochila del 'rider'

Luis Carlos Rivas tiene 35 años y reparte comida en patinete. Desde hace un mes, sus gastos han subido 150 euros mensuales. Vivía en Alcorcón y pagaba 300 euros por una habitación. A diario, cogía el tren de Cercanías para ir a trabajar a Madrid, pero ante la prohibición decidió mudarse al interior de la M-30. Ahora comparte un estudio con un compañero por el que paga 450 euros en el barrio de Cuatro Caminos. En la glorieta homónima es habitual ver a repartidores esperando los pedidos, y este mediodía eran varios los que intercambiaban impresiones y anécdotas sobre la prohibición. Rivas, originario de Colombia, es de los más estoicos. “Todo nos cae a nosotros. El mal tiempo, las quejas de la gente. Pero esta es la vida de los migrantes, aquí hemos venido a guerrear”.

En la plaza hablan de Mohamed, un chico de Parla que venía a diario con el patinete hasta Nuevos Ministerios y ahora se ha sacado el carné de moto. O de otro compañero, que ha conseguido plaza en un garaje de la calle Ponzano por 30 euros y puede dejar allí el vehículo. Una bicoca, hoy en día. Otros, como Gustavo Escalona, de 23 años, hablan de que la prohibición es demasiado genérica. Cree que si han explotado algunos patinetes es porque llevan instaladas baterías extra, y que hay modelos genéricos seguros que no haría falta vetar. Pero la capacidad de presión del colectivo, por mucho que la ley obligue ahora a las empresas a hacer contratos laborales, es difusa.

Quien como Rivas decida mudarse no va a poder emplear el tiempo que dedicaba al desplazamiento a trabajar, porque el sector funciona por picos de actividad que coinciden con las horas de comer, no con los horarios de oficina. “Ahora sería periodo de alta demanda, pero ya me ves, aquí hablando contigo”, explica. Aunque también hay quien sudaba tanto que ya había descartado subirse en el tren, como Miller Angulo, de 28 años.“No recuerdo la última vez. Pesa mucho, la verdad. Si me quedo sin batería prefiero llevarlo arrastrando”.

Sin patinetes también en Sevilla: “¿Ahora qué hago?”

Desde primera hora los patinetes han (casi) desaparecido también de la imagen habitual de una estación de cercanías como la de Virgen del Rocío o la de Santa Justa en Sevilla.

Quienes frecuentan este servicio acostumbran a ver usuarios montados con sus patinetes eléctricos porque les sirven para ganar tiempo en sus desplazamientos diarios. Sin embargo, tanto el personal de seguridad de la estación como viajeros asiduos como Débora han notado desde por la mañana la ausencia de estos vehículos: “No he visto ninguno”, comenta sorprendida mientras aguarda la llegada del cercanías con dirección Palacio de Congresos. Aunque ella no se considera afectada porque no utiliza ese tipo de transportes eléctricos, empatiza con aquella “gente que lo usa a diario porque le resulta más llevadero ir al trabajo” y que, apostilla, “suele ser respetuosa”.

Entre ellos se encuentra Marcia, que todos los días realiza dos o tres viajes en cercanías entre Guadajoz, su pueblo, y la capital, donde trabaja. Ajena a la nueva normativa, Marcia es de las pocas personas que entra ya en la estación con su patinete eléctrico –“mis pies y mis manos”– y se sienta a esperar el tren. Al comunicarle la noticia, exclama: “Ay, no me digas eso”. Y se pregunta: “¿Ahora qué hago?”. Ella se declara “bien fastidiada” porque gracias a este vehículo gana “mucho tiempo” entre ir al trabajo y volver a casa.

Uno de los maquinistas de Renfe en la ciudad hispalense asegura tener constancia de que se han producido numerosos incidentes por las baterías de este tipo de vehículos eléctricos que “se calientan muy rápido”.

Más allá del riesgo de incendio que entrañan los patinetes, este maquinista celebra que se haya regulado su acceso a los trenes porque, según afirma antes de subirse al convoy “en hora punta se forma un caos” al ocupar el espacio destinado a personas con movilidad reducida o entorpecer el paso de los viajeros. Esta es la razón por la que Santiago se muestra a favor del veto de los patinetes en los trenes: “Me parece bien porque hay gente que no tiene conciencia y dificultan el paso y ocupan mucho espacio”, expresa este joven que defiende que “los trenes son para los pasajeros”. De su lado, su amigo Rafa opina a las puertas de la estación de Santa Justa que “en media distancia no molestan tanto porque los dejan al lado de los baños”, si bien Santiago mantiene que “en los Cercanías son un problema”.

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