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CRÓNICA

Y el ruido cambió de bando

El candidato del PP a las elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo durante un mitin celebrado  en Guadalajara.

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En sociología se conoce por “la espiral del silencio” una teoría en la que los electores no expresan sus preferencias en público. Por miedo o por vergüenza. El caso es que hay personas que optan por no declarar a quién van a votar porque son conscientes de que su elección está socialmente mal vista. Y uno de los efectos de ello es la infraestimación de los resultados. El llamado voto oculto también puede deberse simplemente a la población indecisa que a medida que va acercándose el día de la elección va definiendo su voto. A veces, por el desarrollo de la campaña electoral. Y, a veces, porque descubren que el candidato que pensaban votar no merece realmente su apoyo. 

De ahí que las encuestas sean sólo las fotos fijas del momento. Sólo eso. Cuanto más tarde se realicen, mayor será su fiabilidad, ya que pueden captar los efectos de última hora. No es el caso de España porque en nuestro país está prohibida la publicación de sondeos desde seis días antes de ir a votar para que los datos no influyan en el ánimo del elector. Nunca como hasta ahora las derechas han clamado contra esta particularidad. Quizá porque el consenso demoscópico llevaba semanas anunciando un tsunami azul que aplastaría a la izquierda. Quizá porque se ha acabado el tiempo de tratar a la demoscopia como si fuera una verdad absoluta. O quizá porque en esta última semana “cada vez que el PP ha tirado a canasta, la pelota ni siquiera se ha acercado al aro”.

El símil es de un socialista que, aún con los pies en la tierra y consciente de la dificultad de estas elecciones para una izquierda que arrancó deprimida y desmovilizada la campaña, mantiene la esperanza de un resultado que permita reeditar el gobierno progresista. De lo que no hay duda es de que el PP será primera fuerza política. Cuestión distinta es que sume con Vox mayoría absoluta. Y en una democracia parlamentaria, no se trata de ganar sino de obtener los apoyos suficientes para gobernar. 

Sin Abascal, Feijóo no podrá formar gobierno

A pocas horas de que se abran las urnas, toda España sabe que sin Vox será imposible que gobierne Feijóo. Porque Abascal ha dicho que sus votos tienen un precio, que no es otro más que entrar en el Gobierno. Porque Vox ya gobierna con el PP en ayuntamientos y comunidades autónomas. Y porque en la calle Génova y sus sociólogos de cabecera hace días que no hablan de 160 escaños asegurados para Feijóo, como hacían hace una semana, y se ha diluido, por tanto, la posibilidad de una holgada mayoría que permitiera al PP gobernar en minoría.

“A los del verano azul se les ha volado la sombrilla”, ironizan en el cuartel general de los socialistas, donde los pronósticos son mucho más optimistas de lo que eran el día que Pedro Sánchez, tras la debacle del 28M, decidió anticipar las elecciones generales. ¿Recuerdan? El PSOE quedó en estado de shock.  La dirigencia y la militancia no salían de la abulia y arrancaron la campaña con la sensación de que todo estaba perdido. 

Como consecuencia de los resultados en las municipales y autonómicas, PP y Vox se convirtieron en socios de gobierno en decenas de ayuntamientos y en algunas comunidades donde, como en el caso de Extremadura y Canarias, el partido de Feijóo no había sido siquiera la fuerza más votada. De repente, el apóstol de la moderación y el centrismo normalizaba la presencia de la extrema derecha en las instituciones y hasta sucumbía a algunas de sus consignas más ideológicas. “Si le tengo que pedir el a Vox, lo lógico es que esté en mi Gobierno”, llegó a declarar en una entrevista quien había criticado con dureza a su antecesor en el partido, Pablo Casado, por acercarse demasiado a la ultraderecha. Rompía así con la que hasta ese momento había sido su hoja de ruta para tomar distancia de los ultras, buscar el voto útil y lograr un gobierno en minoría.

Pedro Sánchez aprovechó por su parte su presencia en distintos programas de televisión por los que no se había dejado ver en cuatro años para igualar al PP con Vox, alertar de una alianza que haría retroceder a España a los tiempos del franquismo y reivindicar la gestión de su gobierno en tiempos de pandemia y guerra. Ayudó sin duda en su estrategia que el partido de Abascal no sólo desplegara su programa de máximos en las negociaciones con el PP sino que al frente de la presidencia de varios parlamentos autonómicos situara a sus dirigentes más ultras. El caso más sonado fue el de Baleares con Gabriel Le Senne, conocido por su discurso xenófobo y negacionista de las vacunas y también por haber declarado que “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene”. 

Vox, de amenaza a realidad institucional

Vox dejaba de ser una amenaza para convertirse en una realidad institucional, donde las primeras decisiones de los ultras no dejaban resquicio para la duda: subidas de sueldo, retirada de las banderas LGTBI de las fachadas de los ayuntamientos en la semana del Orgullo, rechazo a las  concentraciones de condena por los asesinatos en el ámbito de la violencia machista, supresión de las concejalías de Igualdad y hasta el veto a películas y obras de teatro. La primera fue Orlando, de Virginia Woolf, en Valdemorillo, pero le siguió 'La Villana de Getafe', de Lope de Vega en el municipio del mismo nombre y hasta la película infantil 'Lightyear' en el cine de verano de la localidad de Bezana por una escena en la que aparecen dos mujeres besándose. Y todo con la aquiescencia del PP.

La izquierda parecía esa primera semana activarse ante las evidencias censoras y negacionistas de los nuevos gobiernos locales y regionales formados por PP y VOX cuando de repente todo cambió tras el único 'cara a cara' que Feijóo aceptó celebrar con Sánchez en toda la campaña y en campo propio, al elegir Atresmedia, un grupo afín, para la cita. Sánchez no sólo pinchó esa noche sino que mostró ante 6 millones de espectadores su peor versión ya que no supo imponerse en un formato al que acudió demasiado confiado y en el que se mostró atropellado y sin la más mínima solemnidad presidencial. Feijóo por su parte mintió con tanta maestría y solemnidad que para la audiencia resultó apabullante. El espectáculo resultó escasamente atractivo por la bulla y las continuas interrupciones, pero mientras el líder de los populares esquivó todo el rato sus acuerdos con la extrema derecha y se presentó como un hombre dispuesto a dialogar con todo el mundo y a gobernar con moderación, Sánchez no paró ni un solo golpe.

Y en estas llegó Silvia Intxaurrondo

Pero cuando el electorado progresista parecía entrar de nuevo en barrena por el resultado de la cita televisiva, en estas llegó la periodista de RTVE Silvia Intxaurrondo con tres repreguntas y dos datos durante una entrevista a Feijóo y logró cohesionar a la izquierda mucho más de lo que lo había hecho Sánchez en 8 días de campaña. De repente, la mentira, los bulos, los datos falsos y la dudosa credibilidad de un Feijóo que había arrancado la carrera haciendo del incumplimiento de la palabra dada de Pedro Sánchez. 

El sanchismo, el independentismo, ETA, el Falcón y todos los mantras usados por las derechas para atacar a Sánchez desde mucho antes del 28M salieron del debate público y dejaron paso a las trolas de Feijóo sobre las pensiones o el caso Pegasus, su vinculación al narcotraficante gallego Marcial Dorado y las peregrinas excusas que el líder del PP iba encadenando en sus comparecencia públicas para justificar sus disparates y su pasado. Que si en aquellos años no había Google para chequear las actividades de sus amigos; que si lo suyo eran inexactitudes y no mentiras; que si Marcial Dorado era contrabandista, pero no un narco. 

De repente, la última semana de campaña el ruido cambió de bando y hasta los datos oficiales sobre el voto por correo desmontaban la teoría de la conspiración aireada por Feijóo y sus adláteres contra un sistema sobradamente acreditado y de eficacia demostrada en 40 años de democracia.  El debate a tres celebrado en RTVE entre Sánchez, Díaz y Abascal, reforzaba además la imagen de un aspirante a presidente que huía del contraste argumental con sus oponentes para no aparecer retratado junto a su socio de gobierno ultra y para no añadir un error más a su disparatada y errática campaña. 

La semana en que Yolanda Díaz cambió el marco

El papel desempeñado por Yolanda Díaz en la última gran cita televisada parece haber insuflado también ánimos entre los progresistas, que asistieron a un debate en el que la vicepresidenta tiró de datos y contexto para desmontar una y otra vez el discurso del candidato de la ultraderecha. Se afanó en confrontar con el líder de Vox para ganar posiciones en la pugna por el tercer puesto, fundamental para inclinar la balanza este domingo, y cambiar así el marco instalado sobre una inexorable victoria de las derechas este 23J. Todo con una sincronía con Pedro Sánchez que no pareció fruto de la casualidad y con la que ambos trataron de visualizar ante los espectadores las dos alternativas posibles de gobierno de coalición: PSOE-Sumar o PP-Vox. Dicho de otro modo: Sánchez-Díaz ó Feijóo-Abascal. 

“El PP, tras el primer 'cara a cara', se quedó saboreando el empacho de la victoria frente a Sánchez y con las encuestas de GAD3 llevándole en volandas a La Moncloa y la ola que decían que venía no parece tan clara, como al principio de la campaña”, señala un veterano socialista.

En Génova admiten, por su parte, errores estratégicos, el desgaste provocado por los acuerdos con Vox y hasta dudan de si fue o no una buena idea no asistir al debate de RTVE. Lo que los más moderados tienen claro es que señalar a los periodistas, como han hecho algunos dirigentes, con los profesionales de la televisión pública “no es la mejor carta de presentación para llegar a La Moncloa” como tampoco es Abascal “la mejor de las compañías”.

Valoraciones aparte, los últimos tracking realizados por las empresas demoscópicas y que no se pueden publicar detectan una tendencia ascendente de la formación de Yolanda Díaz que la diferencia de un Vox a la baja y la sitúa en mejores condiciones para ganar la tercera posición, lo que es determinante para inclinar la balanza en favor de la izquierda en reparto de escaños en las circunscripciones más pequeñas. 

¿Quiere esto decir que la izquierda ganará las elecciones? Quiere decir sólo que en la derecha ya no hablan de barrida, ni de que el PP pase de los 160 escaños con una mayoría holgadísima que obligue a Vox a dejar que gobierne en minoría, sino más bien hay una recogida de cable entre la dirigencia de Génova, que admiten haber hecho una campaña en la que han ido de más a menos que ha activado a una parte de la izquierda y a los denominados decididos indecisos, que son los que dudaban entre votar PP o PSOE. 

Lo que pase, finalmente, lo podrán leer en elDiario.es a partir de las 11 de esta noche, cuando el recuento oficial de las urnas esté avanzado. Lo demás son encuestas, tendencias, sensaciones o valoraciones de parte.

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