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¿Por qué los senadores leen hasta los insultos?

El Senado guarda silencio por las víctimas del virus y del machismo.

Esther Palomera

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Imaginen una sesión del Parlamento de tres días con sus tres noches. Pasó en España hace más de cien años, a finales del XIX, durante un pleno en el que sus señorías discutían en mayo de 1893 sobre la suspensión de las elecciones municipales. Eran otros tiempos. Entonces no había límite para las intervenciones y estaba prohibido leer los discursos. De ahí la palabra “parlamento”. Lugar donde se habla, no donde se lee. Hoy es distinto. Y eso que el Reglamento de la Cámara Alta, que no la Baja, prohíbe taxativamente las intervenciones leídas.

Pues nada. Se lee en el Congreso, pero también en el Senado. Rara es la vez que un diputado o senador se sube a la tribuna “a pecho descubierto”, sin un solo papel, e hilvana un discurso de diez, quince o veinte minutos. Ni en tiempos de pandemia, donde cada día se acumulan emociones nuevas, son capaces de dar rienda suelta a la oratoria y hasta “chuleta” para los insultos.

Ha pasado en el Senado. En la sesión de control al Gobierno. La presidenta, Pilar Llop, abrió la sesión con sendos minutos de silencio. Uno, en recuerdo a las víctimas de la pandemia -incluidos varios ex senadores- y un segundo, en homenaje a dos mujeres víctimas de la violencia de género asesinadas desde que la Cámara celebró el pleno anterior en marzo. Ahí acabó la solemnidad y toda respuesta unánime.

O el Grupo Popular del Senado no está al tanto de la disposición de su presidente, Pablo Casado, a colaborar en el Gobierno en la reconstrucción nacional en una comisión parlamentaria o el compromiso del presidente del PP no pasará de la retórica habitual. Algo no cuadra porque hay una clara desconexión entre la mano tendida el día anterior por el jefe la oposición al presidente del Gobierno y la retahíla de improperios y acusaciones que sus senadores encadenaron contra los ministros de Sánchez. “Incompetente”, “soberbio”, “ineficaz”, “mentiroso”, “autoritario” y “negligente” fueron algunas de las lindezas que vertieron sobre el Gobierno al hilo de la gestión de la crisis de la COVID-19.

Empezó Javier Maroto con un alegato contra Sánchez por “despreciar” a los presidentes autonómicos al no acudir a la Comisión General de las Comunidades Autónomas y delegar la presencia del Gobierno en la ministra de Política Territorial y Función Pública, Carolina Darias, y siguió contra la vicepresidenta tercera, Nadia Calviño, para decirle que los “ciudadanos están hartos del Gobierno” porque llegar tarde y hacer una gestión “ineficaz”, además de “mentir” y actuar con “soberbia”. “Pasarán a la historia -enfatizó- por el bochornoso episodio de las mascarillas falsas. Han mentido a los 4,5 millones de trabajadores de los ERTEs y han engañado hasta en la cifra de muertos. Su soberbia les dice encima que no tienen que pedir perdón por nada mientras intentan imponer bozales en lugar de mascarillas y dedican más tiempo a perseguir opiniones en lugar de la pandemia”.

Maroto intentó cumplir con lo que dice el Reglamento sobre la prohibición de leer discursos, pero se trastabilló en el verbo y la mirada se les escapó en ocasiones a las notas que llevaba escritas. Luego ya, sin disimulo, y con mayor o menor destreza en la lectura, los populares Carlos Floriano, David Erguido, Antonio Román, Salomé Pradas y Ana Camins, no ocultaron sus notas y leyeron cada uno de los insultos proferidos.

El artículo 84 del Reglamento del Senado es explícito: “Todo senador podrá intervenir una vez que haya pedido y obtenido la palabra. Los discursos se pronunciarán sin interrupción (...) y no podrán en ningún caso ser leídos, aunque será admisible la utilización de notas auxiliares”.

Calviño no entró al trapo y se limitó a sostener que el Ejecutivo “trabaja sin descanso” y que “no está harto, sino esperando al PP a que demuestre que está a la altura” de lo que el país necesita. Más vehemente en su respuesta fue el titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, al pedir al PP que “no juegue” con la Guardia Civil para acusar al Gobierno de dictar órdenes para perseguir los bulos sobre la COVID-19, al tiempo que volvió a rechazar arrepentimiento alguno porque será “aceptar culpabilidad”. Lo que sí admitió es que la gestión de la pandemia se pudo hacer “mejor, incluso mucho mejor”.

El ministro respondía así a sendas preguntas en el Senado de los populares Carlos Floriano y David Erguido, que afearon la “incompetencia” de un Gobierno que ha llevado a España a “liderar el récord mundial más negro de muertos por millón de habitantes y de más personal sanitario infectado”. En la línea de la dirección nacional ambos pidieron test masivos, separar a los ciudadanos sanos de los contagiados, y, por supuesto, declarar el luto nacional, que es el mayor empeño de la derecha.

Aparte de reconocer margen de mejora en la gestión sanitaria, Grande-Marlaska emplazó al PP que “haga autocrítica” por su forma de hacer oposición, al tiempo que rechazó que el Gobierno diera órdenes a la Guardia Civil para monitorizar bulos sobre el virus con una finalidad política. Esto después de enumerar que los principios de la Guardia Civil son “honor, defensa de la legalidad y respeto de las libertades” y clamar para que la derecha “no juegue con ellos. Erguido leyó que La Moncloa es una ”fábrica de fake news“ y volvió a leer que, como ”jurista de prestigio“, Marlaska se ocupe de evitar que los ”comunistas aprovechen esta crisis para confinar bienes, eliminar derechos y recortar las libertades“.

Ahí es nada. ¿Qué parte de “los discursos no podrán en ningún caso ser leídos no han entendido los populares que para su gran escenificación llevan escritos hasta los insultos? Los Reglamentos también están para cumplirlos.

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