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CRÓNICA

Sumar y Podemos, historia de un divorcio inevitable

Montero y Díaz en la marcha del Primero de Mayo de este año.

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No importa si fue una historia de amor tórrida y salvaje al principio. Los divorcios pueden estar llenos de acontecimientos dolorosos y deplorables. Nadie sale bien librado de ellos. El de Sumar y Podemos lleva camino de ser uno de ellos, tan caliente que convierta en una pira la idea sagrada de la unidad de la izquierda. Ahora la gran batalla es por saber quiénes serán ministros en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. En realidad, la historia, repleta de recriminaciones y amistades que han acabado en rencor, comenzó hace ya tiempo.

Todo se aceleró con las elecciones autonómicas y municipales de mayo. Podemos optó por negar la evidencia y no reconocer el hundimiento de sus resultados y lo que significaba para su futuro. Meses después, Sumar decidió seguir una línea similar e ignorar que la alianza con Podemos de cara a las elecciones de julio ni siquiera podía presentarse como un matrimonio de conveniencia. Ambos partidos han intentado que sea el otro el que dé el paso definitivo hacia la separación, que ya es inevitable. Nadie quiere aparecer como el malo de la película, porque piensa que le resulta más rentable que la gente crea que es la víctima de la perfidia del otro.

Desde mayo, y en especial desde julio, Podemos ha intentado una y otra vez presentarse como la verdadera izquierda, mientras Sumar sólo sería una copia desvaída que no tiene lo que hay que tener.

Yolanda Díaz fue elegida personalmente por Pablo Iglesias para sucederle cuando este decidió tirar la toalla, abandonar el Gobierno y prestar a su partido un último servicio en las elecciones autonómicas de Madrid. Después, todo fue a peor. La gran paradoja es que las críticas a Sumar no han sido tan diferentes a las que la Izquierda Unida de Cayo Lara dedicó a Podemos cuando este partido entró en escena llevándose por delante las ideas preconcebidas de una izquierda resignada a ocupar un espacio poco relevante del panorama político. Eso sí, manteniendo su pureza ideológica.

Podemos dedicó su campaña en las elecciones de Madrid en mayo de este año a denunciar a una izquierda que sólo aparentaba serlo. “Madrid ya tiene una izquierda conservadora, que no quiere cambiar las cosas, que solo cumple cuando Podemos le obliga a cumplir. Madrid ya tiene una izquierda cuqui”, dijo Belarra refiriéndose al PSOE y Más Madrid. Los votantes apostaron por lo cuqui y dejaron a Podemos fuera de la Asamblea y del Ayuntamiento de la capital.

“Quieren que seamos la izquierda como la de antes, relegada a una esquinita del tablero, un adorno del PSOE”, había dicho antes Belarra en la Fiesta de Primavera del partido.

Después del veto a la presencia de Irene Montero en las listas de Sumar en julio, Belarra culpó a Yolanda Díaz del descenso en el número de escaños. “La estrategia de renunciar al feminismo e invisibilizar a Podemos no ha funcionado electoralmente”. El partido insistía en presentarse como la única fuerza política que defiende el feminismo por estar encarnado en la figura de Montero.

En una de las pocas veces en que Díaz respondió directamente a estas acusaciones, comparó sus datos con la catástrofe sufrida por la izquierda en mayo: “Yo lo único que le digo es que en el último proceso electoral Unidas Podemos obtuvo un millón de votos”. En julio, Sumar recibió tres millones.

En noviembre, Podemos convocó a su militancia a una consulta para que diera su parecer sobre un nuevo documento político, diferente al que estaba en vigor desde 2019. Belarra cantó victoria: “Hemos frenado en seco una operación para sustituir a Podemos por una izquierda servil al régimen, que no moleste al poder político”.

Izquierda cuqui, izquierda servil, adorno del PSOE. Cada declaración pública era un ataque a Yolanda Díaz y su proyecto de unir a quince partidos en una nueva plataforma. Y en última instancia, para impedir que hablara en nombre de todo ese espacio político en sus negociaciones con Pedro Sánchez para el nuevo Gobierno. El acuerdo entre ambos fue recibido por el partido de Belarra con una evidente frialdad.

Sumar decidió no entrar al trapo. Díaz, la portavoz parlamentaria, Marta Lois, y el portavoz del partido, Ernest Urtasun, rehuían las preguntas de los periodistas cuando les planteaban sus relaciones con Podemos. Hacían todo lo posible para no darles un titular que alimentara el conflicto. Ya antes, Yolanda Díaz no había querido explicar en público cuál era el problema de contar con Montero en las listas electorales. Lo máximo que se atrevían a afirmar es que “la gente” aspiraba a que la izquierda se ocupara de sus problemas y no de sus disputas internas.

Sólo Ada Colau decidió desentonar en ese perfil bajo al apuntar que Podemos debe respetar la disciplina del grupo parlamentario si no quiere quedarse sin la parte de los fondos públicos que le han sido asignados. Esa opinión, de la que todos los implicados son muy conscientes y que por tanto era innecesaria, provocó una dura respuesta de Pablo Iglesias. Otra antigua amistad que se iba por el desagüe.

Por la vía de los hechos, Sumar sí actuó contra Podemos. Le dejó fuera de los tres puestos de portavoz adjunto del grupo parlamentario. No tenía ninguna intención de darles un papel protagonista en el Congreso. Era el inquilino molesto que da problemas, pero al que no puedes echar del piso.

Con la formación del Gobierno, la apuesta por la continuación de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad pasó a ser la trinchera en la que Podemos estaba dispuesta a morir. Era una meta imposible desde el enfrentamiento con el PSOE por la reforma de la ley del sólo sí es sí. El pleno en el que se debatieron los cambios pactados por los socialistas con el PP fue un espectáculo durísimo en que los dos socios del Gobierno se abrieron en canal.

Podemos acusó al PSOE de estar recuperando el “Código Penal de la manada” y de someter a las víctimas a “un calvario”. También le llamó el “Código Penal de la violencia y la intimidación”. Ambas expresiones fueron empleadas por Montero. Pensar que Sánchez podía volver a entregar el Ministerio de Igualdad a la persona que le había acusado de traicionar al feminismo estaba fuera de la realidad.

La mayoría de la investidura de 2019 se hizo pedazos en ese momento. Fue un factor relevante, además obviamente del resultado de la cita electoral de mayo, en la decisión de Sánchez de adelantar las elecciones, que en ese momento pintaban muy mal para la izquierda.

Podemos reclamó un Ministerio en el Gobierno y elegir a su titular, como había permitido a sus aliados en 2019. No se bajó de la exigencia de que Montero repitiera en Igualdad. El viernes, Sumar hizo un movimiento que sabía que no iba a ser aceptado. Ofreció como cuota de Podemos el nombramiento de Nacho Álvarez. A cambio, el partido debería “cesar en los ataques públicos y en los insultos” a Sumar y Díaz, y comprometerse a no presentarse en solitario a las elecciones europeas de 2024. Paz a cambio de un ministro al que Podemos ya no ve como uno de los suyos.

Álvarez era secretario de Economía de Podemos y ha trabajado cuatro años con Belarra en Asuntos Sociales como secretario de Estado. Cometió la afrenta imperdonable de aceptar ser portavoz económico de Sumar en la campaña y representarlo en las negociaciones con el PSOE, y fue tachado por ello de desleal. En la noche del viernes, anunció que no aceptaba la oferta, que agradeció a Díaz, y que dimitía de sus cargos en Podemos.

“Para mí, eres uno de los imprescindibles. Este país pierde un gran ministro”, le dijo en Twitter Irene de Miguel, líder de Podemos en Extremadura. “España se va a perder a un tipo que ha conseguido mejorar la vida de la gente. Otra vez talento perdido. Otra vez”, comentó Roberto Sotomayor, que fue candidato de Podemos en las elecciones municipales de Madrid.

El rechazo de Belarra a la oferta había sido inmediato. Insistió en que lo que quiere el partido es el Ministerio de Igualdad. Irene Montero o nada.

Más trascendencia tiene lo que ha dicho esta semana Pablo Iglesias en su medio, Diario Red, portavoz oficioso del partido, y en sus intervenciones en tertulias. Los planes ya están trazados. Si se confirma que Podemos no estará en el Gobierno, dijo, “pasará a contar con una completa autonomía política y parlamentaria” y sus cinco diputados “negociarán de forma autónoma todas y cada una de las leyes” que lleve el Gobierno al Congreso.

En esas condiciones, Podemos no aceptará la autoridad de Yolanda Díaz en el grupo parlamentario y pasará a ser un partido con una posición similar a la de Esquerra, EH Bildu y el BNG, según el pronóstico de Iglesias, que nunca ha fallado a la hora de adelantar lo que haría Podemos. Es decir, fuera de la coalición que levantó Díaz para las elecciones.

Ese será el momento del divorcio definitivo. Los hijos, es decir, los votantes de izquierda, serán los que más sufran las consecuencias. También un problema añadido para el amigo de la familia, Pedro Sánchez. Con respecto a los padres, hace tiempo que decidieron que no se soportan.

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