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Un vertedero en lo que fue una perla: el Mar Menor, ahora amenazado por un pacto PP-Vox

Mar Menor, playa de los Urrutias

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El eslogan turístico de La Manga, “Un paraíso entre dos mares”, fue cierto..., pero hace medio siglo. Hoy es un monumento a la especulación urbanística entre un Mar Menor que es todavía una cloaca y un Mediterráneo contaminado e hiperexplotado con las arrasadoras granjas marinas.

Un fantasma recorre el Mar Menor: que el candidato del PP y actual presidente de la comunidad autónoma de Murcia, Fernando López Miras, le entregue a Vox –cuyos escaños, o al menos su abstención, necesita para gobernar– la definitiva destrucción de la laguna salada, como exige la formación extremista de la ultraderecha en su cerril petición de que se derogue o modifique sustancialmente la ley que la protege –además de sus cantinelas habituales: violencia intrafamiliar, antiinmigración, veto parental...–. Y aunque el PP asegura que no dará “ni un paso atrás en la protección del Mar Menor”, la realidad es que es el partido que ha dado todos los pasos adelante necesarios para convertir en un vertedero lo que un día fue una perla: recordemos que el gobierno del PP presidido por el ultraconservador Ramón Luis Valcárcel mandó a la Asamblea una ley, así llamaron al desafuero, para desproteger nueve de los diecisiete espacios naturales protegidos que tenía Murcia. Es posible que, actualmente, sin los beneficios ilegales de la burbuja del cemento del pasado, se hayan civilizado...: mayor fue, quizá, el milagro de los panes y los peces.

En todo caso, lo que parecen olvidar los negociadores derechistas es que el Mar Menor es el primer ecosistema con derechos propios de Europa desde el 21 de septiembre de 2022. El Senado aprobó, con el voto en contra de Vox, la ley tramitada en el Congreso de la Iniciativa Popular Legislativa para la protección del Mar Menor surgida de más de 600.000 firmas presentadas en las Cortes. Ante ella, las maniobras de ultras –y del PP, de plegarse a sus intenciones destructivas– poco podrían hacer. Digamos de paso que franceses y neerlandeses, siguiendo el ejemplo español, buscan el mismo estatus para el río Loira y el mar del Norte, respectivamente.

Fue un gran paso adelante para un Mar Menor al borde del colapso, tras la brutal eutrofización –es decir, sobreabundancia de nutrientes, principalmente nitratos y fosfatos procedentes, sobre todo, de la agricultura intensiva–, que sufrieron sus aguas en el trienio 2019-2021, que, al causar proliferación de algas y microorganismos que consumían el oxígeno del ecosistema, supuso la mortandad masiva de peces, invertebrados y, sobre todo, la desaparición del 85% de las praderas de fanerógamas y otras especies vegetales que aseguraban el equilibrio de la laguna salada. De tener aguas cristalinas –su escasa profundidad, de una media de poco más de cinco metros, permitía ver el fondo marino– pasó a ser la llamada “sopa verde”, aguas turbias en las que sólo es posible la vida de algas improductivas y de cierta clase de medusas –las globosas o ‘huevo frito’ de las que se calcularon una población de 80 millones– e impide que la luz llegue a la vegetación, que no puede realizar la fotosíntesis y muere.

Como en el caso del cambio climático, los científicos habían avisado desde el siglo pasado del desastre que amenazaba al Mar Menor en informes plenos de datos, pelos y señales: el urbanismo feroz, la ausencia de depuración de las aguas fecales y, sobre todo, cuando llegó el agua del trasvase Tajo-Segura, por la desatada y a menudo ilegal industria agrícola intensiva, cuyos fertilizantes, incluidos purines de cerdo de la colosal industria cárnica –con macrogranjas porcinas de 200.000 animales–, llegaban al Mar Menor por las escorrentías de las lluvias torrenciales. El informe del Instituto Español de Oceanografía del CSIC de 2021 fue definitivo: “el ecosistema lagunar ha perdido su capacidad de autorregulación”, aunque dejaban una esperanza de recuperación si se atajaban los vertidos y se preservaba su característica esencial, la salinidad, afectada por la apertura de golas o canales de comunicación artificiales con el Mediterráneo.

Y fue perentorio para impulsar la citada iniciativa popular, porque el partido con tal apellido, en el gobierno, no movió un dedo para revertir el desastre.

Un poco de geografía física...

Lo que hoy es una laguna salada litoral, albufera, mar pequeño, fue en tiempos una bahía abierta al Mediterráneo, pero las rocas volcánicas en ambas puntas de tierra, los escollos –esculls se llaman en Murcia, uno de los muchos catalanismos incrustados en el habla murciana, herencia de los colonizadores catalanes, como el diminuto en -ico lo es de los aragoneses–, actuaron como receptores de arenas y sedimentos arrastrados por las corrientes marinas hasta formar la restinga arenosa de La Manga, sobre la que se naturalizó una tosca pero rica vegetación y playas de dunas a ambos mares, el Mediterráneo abierto y el cerrado que se iba formando, un mar de 170 kilómetros cuadrados de aguas saladas y cálidas: el Mar Menor. La estrecha franja de terreno, cuya anchura varía entre doscientos metros y kilómetro y medio, no se cierra completamente sino que en su extremo norte está abierta por canales naturales y artificiales que mantienen el contacto entre los dos mares: las llamadas golas, por las que el Mar Mediterráneo entra en el Menor y asegura la renovación de sus aguas.

Un privilegiado espacio natural, hogar de una flora y una fauna variadas, centro de descanso de aves emigrantes al África –flamencos rosas, garzas reales, chorlitos, martín pescadores y otros, bañándose en la orilla del mar acercan el paisaje al trópico–, del que apenas se han salvado porciones desde el bárbaro desarrollismo de los años 60, cuando se produjo el “descubrimiento” de La Manga como enclave especulable y se malbarató con edificaciones brutales y destrucción ignorante lo que pudo ser un paraíso turístico, ya que no se quería natural.

Con haber continuado la labor de sus predecesores en la historia hubiera sido suficiente, pues la riqueza piscícola, la bondad del clima y la belleza del paraje en su conjunto atrajeron a poblaciones desde la prehistoria. Luego, iberos, fenicios, romanos, cartagineses y árabes dejaron su huella en el Mar Menor; incluso los celtas emigraron desde el noroeste peninsular en busca de sus salinas. Los árabes lo llamaron Buhayrat al-Qasr de Sharq al-Ándalus, la Albufera del Alcázar del Levante Andalusí y Sebcha Bou Areg al-Qasr, la Mar Chica de al-Qasr, la ciudad que fundaron como población de recreo (hoy, Los Alcázares; literalmente, lugar residencial), el jardín de al-Ándalus. Los reyes castellanos protegieron su riqueza cinegética para sí mismos y El Pinatar –hoy San Pedro del Pinatar– y las islas del Mar Menor estaban entre sus cotos preferidos. La burguesía del XIX iluminó la costa con casas solariegas, palacetes, casas de labor..., minucias para los destructores del paisaje del siglo XX, siglo de las luces negras, que lo han pisoteado como si el mapa no fuera una representación sino un papel.

Pero confiemos los sentimentalismos a futuros dinamiteros –a pacíficos “murcianos de dinamita/ frutalmente propagada” (Miguel Hernández), claro– que devuelvan a la ciudadanía lo arrebatado por la rapiña miope y ambiciosa de un puñado de desalmados y, mientras, sigamos rastreando el paisaje.

...y un poco de geografía humana

Configurado en el Magdaleniense, hace 18.000 años, por un proceso de glacioeustatismo –que es, dicen los que saben, descenso del nivel del mar por acumulación de agua en glaciares interiores (inlandsis) y ascenso posterior provocado por la fusión de los hielos en los periodos interglaciares–, los primitivos habitantes del Mar Menor pertenecen a la que se considera primera civilización europea occidental, que se extiende por Europa central, Francia, las cornisas ibéricas cantábrica (cuevas de Altamira) y mediterránea y parte de Portugal. Se cree que la búsqueda del mejor sílex, en plena cultura lítica, fue lo que impulsó tan formidable expansión, desde lo que hoy es Estonia a Cádiz y la Lisboa actuales.

El experto en el Mar Menor Julio Mas Hernández, del Instituto Español de Oceanografía y que fue director del Centro Oceanográfico de Murcia, data en el remoto Magdaleniense las pesquerías del Mar Menor. Y a los árabes se debe el sistema de las encañizadas: un laberinto de cañas que en las golas –otro catalanismo– que comunican ambos mares conduce los peces hasta las paranzas, corrales de cañizo del que no pueden escapar, salvo los alevines, que crecen en la salinidad del Mar Menor, la más elevada de Europa. Pero los intereses espurios han multiplicado las golas artificiales, so capa de actividades turísticas y, dicen, deportivas, que también están terminando con esa característica que hace, o hacía, especialmente sabrosos los pescados y mariscos del Mar Menor. Joan Domènec Ros, que fue catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona, ya lo avisó a principios de siglo: “En los últimos veinte años, y debido a un intercambio hídrico mayor con el Mediterráneo inmediato, está dejando de ser la laguna hipersalina que fue antaño y se está convirtiendo en una bahía del Mediterráneo. Sus poblamientos biológicos son cada vez más semejantes a los característicos de este mar”. Y que la única solución para la sostenibilidad ya no es parar el crecimiento sino el decrecimiento.

Pero ve a contarle toda esta riqueza cultural a los de Vox. O a los del PP, que se niegan a ver la realidad: por ejemplo, los ayuntamientos de las poblaciones cartageneras de Los Nietos y Los Urrutias, ribereñas del arco sur del Mar Menor, están desesperados porque sus playas “están completamente vacías”. Para llegar a aguas medianamente limpias hay que atravesar decenas de metros “llenas de lodo y fango (...) Los vecinos no vienen a bañarse, porque no hay forma de bañarse”: desde el paseo marítimo se huele el ácido sulfhídrico, a huevos podridos, propio de la descomposición de las algas oportunistas. “Y si no hay playa, no hay turismo, no hay bares ni restaurantes, no hay supermercados, no hay negocios, no hay nada...”: la gente vende sus casas, cierran los comercios, incluso han quitado el cajero automático a una población de casi 4.000 habitantes en verano. Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y secretaria general de Podemos, visitó Los Urrutias a mitad de julio, junto a la Plataforma de Recuperación de las Playas; era la una de la tarde y los únicos playeros eran los socorristas...

Sin embargo, si se consulta el Canal Mar Menor de la Consejería de Salud del gobierno murciano, la clasificación de las aguas de estas playas es “excelente”; la misma calificación que recibían cuando cientos de miles de animales agonizantes morían en las playas... Si acaso, aconsejan “precaución en las zonas cenagosas” y en Los Urrutias, “acceder al agua sólo a través de los balnearios”. Optimismo, se llama la figura.

Hay más, mucho más–como la estúpida extracción de arena de la primera línea de agua, arramblando con lo que sea para secarla y aumentar el espacio playero o que este año no haya aparecido ningún caballito de mar–, pero ya se está haciendo largo el lamento. De modo que terminaré con las palabras de Miguel Ángel Esteve, catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia: “A todos los que hemos conocido el Mar Menor en nuestra infancia y juventud se nos ha hurtado un importante referente emocional. Estamos de duelo”.

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